Mateo 7, 17
Al aproximarnos al final del Sermón de la Montaña, conviene analizarnos y reconocer si nos hemos dejado transformar por Jesús y sus enseñanzas. ¿Estamos dando un fruto verdadero y valioso? Dos veces en estos seis versículos, Jesús dice lo mismo: “Por sus frutos los conocerán” (Mateo 7, 16. 20) La palabra “frutos” usada en este texto significa las acciones concretas en las que se demuestra lo que cada uno lleva en su mente y en su corazón.
La verdadera conversión supone un cambio de vida y la adopción de nuevos hábitos y nuevos sentimientos, porque el fruto brota cuando el creyente está injertado en Cristo. Y la buena vid siempre da buen fruto. El sólo deseo de ser fructífero no basta necesariamente para producirlo. Con frecuencia queremos dar buen fruto, pero con nuestras acciones seguimos diciéndole “no” a Cristo, sin darnos cuenta de que el elemento esencial para dar fruto es precisamente la unión con él que nos dice: “Yo soy la vid, y ustedes son las ramas. El que permanece unido a mí y yo unido a él, da mucho fruto; pues sin mí no pueden ustedes hacer nada” (Juan 15, 5).
Toda la creación es testigo de que la superabundante vida de Dios se expresa en el fruto: los capullos se hacen flores; los árboles y plantas producen frutos, los animales tienen cachorros. Nada de esto sucede aparte de la acción de Dios, ni sólo porque uno lo desee.
De todos los seres creados, sólo los humanos somos capaces de decidir (porque tenemos intelecto y libre albedrío) si queremos dar fruto bueno o malo y ser canales de la vida de Dios o de la muerte. La opción suprema es de tipo personal, pero tan grande es el deseo del Padre de que seamos ramas de su vid que envió a su Hijo unigénito a redimirnos. Jesús está ahora ascendido a la derecha del trono de Dios, intercediendo por nosotros. Él nos da la gracia para escoger su vida y nos dice: “En esto se muestra la gloria de mi Padre, en que den mucho fruto y lleguen así a ser verdaderos discípulos míos” (Juan 15, 8).
“Dios, Padre mío, gracias por la gloria inefable de la creación, por el privilegio de participar contigo en el proceso de traer nueva vida al mundo, y porque en tu Hijo Jesucristo me has dado todo lo que necesito. Concédeme, Señor, la gracia de dar fruto para tu Reino.”
2 Reyes 22, 8-13; 23, 1-3
Salmo 119(118), 33-37. 40
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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