Frente a la violencia vienen ganas de desalentarse. ¿Podemos esperar todavía un mundo mejor?
Nosotros vemos los males de hoy - y son verdaderamente muchos – y nos asustamos y perdemos la esperanza.
Pero si pensáramos un poco en la historia, veríamos que nuestras tierras han sido, en muchísimas ocasiones, escenario de males aún mayores. Y sin embargo han pasado y con ellos se han intercalado periodos de tranquilidad.
Frente a la violencia es necesario que todos hagamos algo. Ante todo, quitarla de nuestro corazón para no responder al odio con el odio; después, hacer nuestra parte para infundir sentimientos semejantes en todos los prójimos a los que nos acercamos. Si tenemos la oportunidad, porque ocupamos puestos de responsabilidad en relación a este problema, hagamos todo cuanto podamos para poner en movimiento todo remedio preventivo y represivo.
Pero sobre todo aquí es necesario dirigirse a Dios que guía con su providencia la historia. Precisamente cuando sentimos que queremos rendirnos frente a un mal tan amplio y ciego como la violencia, es necesario buscar a Aquél que sabe llegar allá donde el hombre no puede y que puede dar un nuevo rumbo a la historia.
¡Tengamos confianza en Él! Él realiza milagros en los corazones. Que nunca falten los terroristas y violentos en nuestras oraciones para que Dios los ilumine, los haga buenos, nos los devuelva hermanos.
(Diálogo Abierto, Città Nuova, 22 (1978), n. 4, p.41)
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