Dotados de un gran don de liderazgo y palabra, los dos se entregaron como oblación a Dios y fueron ejemplo de cómo los discípulos pueden asemejarse a Jesús. A pesar de ser imperfectos, crecieron en grandeza, dando la buena batalla de la fe día a día y fueron testigos fieles hasta su muerte. San Pedro murió crucificado cabeza abajo en Roma. San Pablo fue decapitado más o menos al mismo tiempo, también en Roma.
El martirio de estos dos apóstoles fue la culminación de dos vidas dedicadas a ser testigos (es decir, mártires) de la vida y la obra mesiánica de Jesucristo, nuestro Señor. En ese sentido, todos los días sufrieron pequeños martirios. Pedro dejó su oficio de pescador cuando Jesús lo llamó. Recorrió las escarpadas y tortuosas sendas entre Galilea y Judea, lidió con multitudes, y aprendió a amar sirviendo a sus amigos discípulos. Pero lo principal es que dio prioridad a las instrucciones y necesidades de Jesús por encima de las suyas. No siempre actuó de la manera correcta, pero continuó siguiendo y sirviendo fielmente al Señor.
Pablo también le entregó al Señor su carrera, su prestigio y los planes de su vida. A diario se dedicaba a servir, aun estando cansado, enfermo o malherido, en peligro o en prisión. Renunció a su reputación de ser uno de los más brillantes fariseos y acérrimo perseguidor de la secta del Nazareno. Se había hecho planes, pero los cambió bajo la guía del Espíritu Santo, y decidió escuchar y obedecer al Señor, aun cuando sus emociones e intelecto se oponían rotundamente.
Pocos de nosotros hemos sido martirizados como lo fueron San Pedro y San Pablo, pero cada día se presenta una oportunidad para morir a uno mismo, para compartir el Evangelio, para cuidar a otros, para mantenernos firmes en la fe. Si aceptamos nuestros pequeños “martirios” diarios, podemos acercarnos más a Jesús y ser más santos: cerrar las redes sociales para leer un libro a un niño; apagar el televisor para leer la Biblia; arriesgarnos a ser rechazados por ofrecernos a rezar por algún enfermo. Jesús es glorificado cuando damos testimonio de él aceptando estos pequeños martirios.
“Señor mío Jesucristo, gracias por las oportunidades que me das para llegar a ser más como tú. Confío en que estás a mi lado y me fortaleces.”
Hechos 12, 1-11
Salmo 34(33), 2-9
Mateo 16, 13-19
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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