En toda alma, tres espíritus tienden a dominar. El espíritu de falsedad y de blasfemia que, desde el comienzo, sugiere siempre el contrario a lo que Dios sopla al oído. Está el espíritu del mundo, que nos hace inclinarnos a juzgar las cosas según las máximas se los sentidos y de la prudencia carnal. «La prudencia de este mundo es la locura ante Dios» (1Cor 3:19).
Está el Espíritu de Dios inspirándonos a siempre elevar nuestros corazones por encima de la naturaleza (“Sursum corda*”) y a vivir de la fe («Mi justo vive de la fe» He 10:38). Este Espíritu nos inclina sin cesar hacia una fe que ama simplemente, y que nos hace abandonarnos entre las Manos de Dios. Nos llena «del gozo y de la paz que da la fe» (Rm 15:13), y produce los frutos de los que habla san Pablo. Nuestro Señor ha dicho: «los reconocerán por sus frutos» que producen en su alma.
Les recomiendo una gran fidelidad a los movimientos del Espíritu Santo. Su bautismo, su confirmación lo han establecido como una fuente viva en sus almas. Escuchen sus murmullos, y ahuyenten las otras inspiraciones de un solo. Si guardan esta fidelidad, poco a poco ese Espíritu divino se convertirá en su guía, y los llevará consigo hasta el Seno de Dios.
*Sursum corda: «Elevemos nuestro corazón» introducción en el prefacio de la liturgia.
Beato Columba Marmion (1858-1923), abad
La unión a Dios en Cristo según las cartas de dirección de Dom Marmion (Trad. ©Evangelizo.org)
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