miércoles, 20 de junio de 2018

Meditación: Mateo 6, 1-6. 16-18

Tu Padre, que ve lo secreto,
te recompensará.
Mateo 6, 4


Hacer el bien y ser justo era lo esencial de la piedad judaica. Muchos pasajes encontramos en el Antiguo Testamento acerca de este tema: “Felices los que practican la justicia y hacen siempre lo que es justo” (Salmo 106(105)), y se esperaba que los buenos judíos realizaran obras de piedad y caridad, como dar limosna y hacer oración y ayuno, y se les animaba a hacerlo.

Jesús sabe que muchas veces hacemos buenas obras tratando, al menos en parte, de recibir el agradecimiento y el respeto de los demás, lo que nos hace engrandecer el ego propio. Las verdaderas obras de justicia, como dar limosna, ayunar y hacer oración, constituyen un buen ejemplo de piedad, son provechosas para los que reciben sus beneficios y son, además, gratas ante Dios.

La justicia, o rectitud, es un don de Dios, y un reflejo de su ser. Desde el principio, el Señor quiso que sus creaturas manifestaran su justicia, pero debido al pecado que entró en nuestra vida cuando nos separamos de Dios, no podemos evidenciar la justicia de Dios, a menos que dejemos que Jesús reine en nosotros. Y no hace falta buscar mucho para encontrar ejemplos de esto.

Hay gente que aporta tiempo y dinero para actividades comunitarias o parroquiales, pero quizás ignoran, desatienden o incluso maltratan a otras personas en casa o en el trabajo. Otros hacen oración, pero son indolentes con los pobres y desvalidos. Muchos consideran que el ayuno es reliquia del pasado, sin utilidad en el mundo moderno, excepto para bajar de peso, y es raro que la limosna, la oración o el ayuno estén motivados sólo por un corazón puro y empeñado en amar a Dios y al prójimo como a uno mismo.

Afortunadamente, la gracia del Señor nos permite reconocer la precaria condición del corazón humano y decir con San Pablo: “¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará del poder de la muerte que está en mi cuerpo? Solamente Dios, a quien doy gracias por medio de nuestro Señor Jesucristo.” (Romanos 7, 24-25).

Por eso es bueno leer testimonios de personas que se han convertido de una vida de pecado, egoísmo y muchas veces violencia, a una nueva vida de paz, amor y reconciliación con el Señor y sus seres queridos.
“Amado Jesús, reconozco que he sido egoísta e indolente; concédeme un corazón puro y compasivo, Señor, y haz que todo lo que yo diga y haga sea por amor a ti y para tu gloria.”
2 Reyes 2, 1. 6-14
Salmo 31(30), 20-21. 24
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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