Yo les aseguro que en ningún israelita he hallado una fe tan grande.
Mateo 8, 10
En esta sección de su Evangelio (capítulos 8 a 9), San Mateo describe el poder sanador de Jesús, relatando las ocasiones en que curó a un leproso, la suegra de San Pedro, dos endemoniados en Gadara, un paralítico, una mujer enferma de hemorragias, dos ciegos y un mudo, e incluso hizo revivir a una niña que había muerto. Parecería que el evangelista se preocupó mucho de dejar perfectamente en claro que Jesús realmente puede curar a todos los que le piden la salud.
Posiblemente ninguno de nosotros tenga una fe tan impresionante como la del centurión, pero lo bueno es que Jesús nos ama tanto a nosotros como a él, y si acudimos a pedirle ayuda, aunque sea en lo más mínimo, su corazón se desborda de amor y nos bendice con lo que necesitemos. Naturalmente, Jesús quiere que tengamos fe, pero prometió ayudarnos aunque tengamos una fe muy pequeña. Basta con reconocer la realidad y decirle: “Yo creo. ¡Ayúdame a creer más!” (Marcos 9, 24). Esta oración es, ya de por sí, una declaración de fe, porque solamente puede decirla alguien que crea que Jesús tiene poder para librarnos de la incredulidad.
Pongamos, pues, toda nuestra confianza en Cristo, porque no tenemos que pasarnos la vida tratando de resolver con nuestras propias fuerzas todas las dificultades que se nos crucen por el camino. El Nombre de Jesús en arameo, Yeshua, significa “Dios salva”, de manera que su propia persona y su misión nos salvan de todo tipo de males, porque él quiere comunicarnos la salud completa y llenarnos de la vida divina.
Sabemos que el Señor está siempre con sus fieles, porque él nos prometió: “Nunca te dejaré ni te abandonaré” (Hebreos 13, 5), de manera que con la poca o mucha fe que tengas, preséntate ante Jesús, cuéntale todas tus alegrías, tus penas, tus planes y tus aflicciones, y pídele que te conceda la salud y la paz. Pide por tus seres queridos, por los necesitados e incluso por tus enemigos. Tal vez no veas los resultados en forma inmediata, pero si sigues pidiendo con fe y perseverancia, el Señor te responderá concediéndote lo que sea mejor para ti y los tuyos, porque lo que el Señor quiere es tu salvación y tu santificación.
“Jesús, Señor mío y Dios mío, te doy gracias por prometerme la salud y la paz, y por llamarme a seguirte como verdadero discípulo tuyo.”
Lamentaciones 2, 2. 10-14. 18-19
Salmo 74(73), 1-7. 20-21
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
No hay comentarios:
Publicar un comentario