Cae el sol sobre nuestras vidas Señor y Tu Voz se deja oir:
"Vamos a la otra Orilla"
¡Que nada nos impida subirnos a tu barca!
Necesitamos dar un paso más!
Precisamos cuestionar nuestro interior como los apóstoles.
No hay respuesta sin pregunta,
"¿Quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?"
Entonces es mi voz la que quiero hacerte oír, Señor...
Más que mi voz, es mi clamor...
¡Llévame a la otra orilla!!
lunes, 31 de enero de 2011
sábado, 29 de enero de 2011
viernes, 28 de enero de 2011
Eucaristia, Banquete de los miserables
Un banquete solo tiene significado para quienes tienen hambre.
Los saciados no desean la proximidad del alimento.
El hambre es el elemento clave para que podamos desear y apreciar el banquete.
De la misma manera, el hospital no tiene significado para quien esta sano.
Solamente los enfermos necesitan de hospitalización.
Esas comparaciones son simples, lo sé.
Pero ellas nos aproximan a una verdad única que Jesús nos quiso enseñar.
Es desconcertante, pero la Eucaristía es el banquete de los miserables.
Ella es el momento en que Dios se pone a la mesa con las escorias de la humanidad, con los últimos, los menos deseados.
Miserables, hambrientos, prostituidos, enfermos, legítimos representantes del hambre.
Hambre de pan, hambre de belleza, hambre de dignidad, hambre de amor, hambre de compañía.
Corazones sofocados por la soledad del mundo, por la despreocupación de los favorecidos y por la arrogancia de los fuertes.
La vida sin cuidados, mostrada en los ojos que ya no saben alimentar grandes esperanzas.
Miradas que nos hacen recordar el mirar de Mateo,
el mirar de Zaqueo, el mirar de Magdalena...
Miradas que no se sienten merecedoras
y que ya se convencieron de que no están condenados.
Es entonces, cuando la vida los sorprende con la sonrisa de Dios, mirándolos a los ojos, diciendo que esta feliz porque ellos reaparecieron, y que para conmemorar esta alegría un banquete les fue preparado.
Ropas limpias, baños lentos, tarea de quien no hace del amor un discurso teórico.
El jabón, el buen olor que nos recuerda antiguas esperanzas.
Alegrías en las copas, manteles blancos espléndidos sobre la mesa, el colorido que tiene sabor agradable.
El mejor vino, la mejor música, el mejor motivo a ser conmemorado.
La cena esta servida.
Y entonces me pongo a pensar...
Recuerdo cuando no sabía vivir la Eucaristía con esta mística.
Recuerdo entonces cuando soy selectivo al pensar en aquellos que Dios anda prefiriendo.
Es entonces, hoy, en esta fracción de tiempo que pasa, en que sus ojos se encuentran con mi corazón de padre, aquí en esta pantalla fría de la computadora, y quedo deseando convencerte de cuanto eres amado por Dios.
Aunque tus días estén marcados por la rebeldía,
por la derrota, por la caída, no desistas!
La religión solo tiene sentido si fuera para congregar,
para recordar la miseria como condición que nos torna preferidos...
Es fácil de entender.
Piensa conmigo:
Una madre generalmente tiende a cuidar de forma especial del hijo que es más frágil.
¿Coincides conmigo?
Pues bien.
Lo que es frágil siempre será vigilado, cuidado y amado.
Así pasa contigo.
Un miserable que tiene la entrada garantizada en la Última cena de Jesús.
No vengas con muchas cargas
Trae apenas un pequeño recuerdo para el Maestro que te espera.
Una flor, un pedacito de dulce, no sé…
Sé creativo y escoge lo mejor.
Que el presente sea pobre,
así descubrirás que el mayor presente que El puede recibir es tu corazón de vuelta.
¿De acuerdo?
Espero que sí.
Tu nombre ya fue llamado por El.
No lo dejes esperando por mucho tiempo.
La casa es la misma.
La dirección ya la conoces!
P. Fabio de Melo
Dios sin medidas
Fuente de toda clemencia.
Tu Amor no reconoce medidas!
Has derramado tu Misericordia sobre nosotros abundantemente.
Nos llenaste de Gozo y de Paz en tu Presencia.
Renovaste nuestro ser,
Y pusiste en nuestros labios la Alabanza que vive en nuestros corazones.
Ahora y por siempre, Bendito sea tu Nombre, Dios con nosotros!
miércoles, 26 de enero de 2011
martes, 25 de enero de 2011
Tiempo de Escucha
sábado, 22 de enero de 2011
Historia de la Renovación Carismática Católica
P. Diego Jaramillo, C.I.M.
¿Qué es la Renovación Carismática?
Jesús, ante “ciertas” preguntas, solía contestar: “Ven y verás”. Si contestasen los testigos “que han oído y visto” lo que es la Renovación Carismática, hablarían de VIDA; se referirían a Jesús como ALGUIEN muy amado; dirían que han encontrado el lugar elegido por el Señor para ellos en su Cuerpo, pronunciarían la palabra hermano de una forma especial y, cuando explicasen lo que es la Iglesia… dirían que es una gran comunidad con muchas comunidades, y que en una de estas, a ellos se les ha revelado el Señor y que por ello se sienten libres para alabarle y PROCLAMAR ante el mundo lo que sus ojos han visto y sus manos han tocado del Verbo de la Vida.
La voz de la Iglesia
Al finalizar el siglo XIX una religiosa italiana se propuso una labor: sensibilizar a la Iglesia ante la acción vivificante del Espíritu Santo. Elena Guerra, éste era su nombre, había nacido en Lucca en 1835; ingresó a la comunidad de las religiosas pasionistas, en donde fue “maestra de novicias” de Santa Gema Galgani; murió en 1914 y fue beatificada por Juan XXIII en 1959.
En 1895 Elena Guerra escribió varias cartas al Papa León XIII, de las que extractamos estas frases:
“Padre Santo, apresuraos a llamar al cenáculo a los fieles… NO queda sino abrir el cenáculo, llamar a él a los fieles, multiplicar las oraciones, y el Espíritu Santo vendrá… Vendrá y convertirá a los pecadores, santificará a los fieles y la faz de la tierra será renovada… Entremos todos al cenáculo… volvamos al Espíritu Santo, a fin de que el Espíritu Santo vuelva a nosotros… Una vez Jesús manifestó a los hombres su corazón; ahora quiere manifestar su Espíritu”.
En otra carta fechada el 17 de abril de 1895, la hermana Elena le escribía así al Papa: “Se recomiendan todas las devociones, pero la devoción que según el Espíritu de la Iglesia debería ser la primera, se calla. Se hacen muchas novenas, mas la novena que por orden del mismo salvador hicieron también María Santísima y los Apóstoles, está ahora casi olvidada. Alaban los predicadores a todos los Santos, pero una predicación en honor del Espíritu Santo, que es el que forma a los santos, cuándo se escucha?”.
El papa León XIII no fue sordo a las misivas de la monjita de Lucca: el 5 de junio de 1895, por el breve pontificio “Provida Matris Charitate”, hacía obligatoria en la Iglesia Universal una novena de plegarias para la preparación a la fiesta de Pentecostés.
Dos años más tarde, el 9 de mayo de 1897, publicó el Papa la encíclica “Divinum illud munus”. Las encíclicas se designan por las primeras palabras con que empieza el texto latino. En esa carta hablaba León XIII de “Aquel Divino Regalo” que Dios concedió a la Iglesia y compendiaba la enseñanza teológica acerca del Espíritu Santo.
Allí se lee:
“Que la Iglesia es una obra enteramente divina. Con ningún otro argumento se confirma más claramente que con el esplendor y gloria de los carismas de que por todas partes está adornada, siendo el dador y autor del Espíritu santo”. Cinco años después, el 18 de abril de 1902, volvía el Papa a recordar la importancia de sus anteriores intervenciones, mediante la carta “Ad fovendum in christiano populo”..
Por esos mismos años, fuera del ámbito de la Católica, empezaba el pentecostalismo en Norteamérica.
El Papa Pío XII
El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. Hablar de El no es novedad, pero puede parecer novedoso. En los siglos XIX y XX grandes teólogos reflexionaron acrca de la actividad del Paráclito, como el alemán Juan Adán Moehler, que en 1825 estudió la “Unidad de la Iglesia”, comunidad de vida originada en el Espíritu Santo. También en Alemania, Matías Scheeben (1835-1888) estudió el actuar personal del Espíritu de Dios en cada cristiano; en Francia el padre Clérissac afirmó, en 1918, la existencia de los carismas, y, a partir de 1940 Rahner y Congar afirmaron que los carismas son factores esenciales y normales en la vida de la comunidad eclesial. Estas reflexiones marcaron un rumbo en la teología, que tras haberse centrado en el misterio de Dios Padre había pasado a una visión cristocéntrica, y llegaba a complementarse con una interpretación del actuar del Espíritu Santo.
El influjo del pensamiento teológico acerca del Espíritu de Dios y de sus carismas se sintió luego en las declaraciones del magisterio. Las encíclicas de Pío XII sobre el Cuerpo Místico de Cristo y sobre la liturgia (Mystici Corporis y Mediator Dei) y la doctrina del Vaticano II lo evidencian. En todos esos documentos se subraya la necesidad que la Iglesia tiene de la luz divina.
Así lo decía Pío XXII:
“Deseamos y oramos para que, como en otro tiempo sobre la Iglesia Naciente, también hoy descienda copiosamente el Espíritu santo por la intercesión de María, Reina de los Apóstoles y de todo el apostolado”.
En la carta acerca del Cuerpo Místico de Cristo, el Papa Pío XII enseña que la Iglesia de Jesús abunda en carismas permanentemente. De esa encíclica son los siguientes apartes: “Los carismáticos, dotados de dones prodigiosos, nunca han de faltar en la Iglesia”.
Citando a San Agustín y aludiendo a la abundantísima comunicación del Espíritu con que se enriquece la Iglesia, dice el Papa:
“Rasgado el velo del templo, sucedió que el rocío de los carismas del Paráclito, que hasta entonces solamente había descendido sobre el vellón de Gedeón, es decir, sobre el pueblo de Israel, regó abundantemente, secado y desechado ya ese vellón, toda la tierra, es decir, la Iglesia católica que no había de conocer confines algunos de estirpe o territorio”.
Y más adelante afirma que: ”Todas las virtudes, todos los dones, todos los carismas que adornan a la sociedad cristiana, resplandecen perfectísimamente en su cabeza, Cristo”.
Aparece también en los escritos del Papa Pío II un sentido diferente de la palabra carisma o carismático: se designa así a una pretendida forma de Iglesia espiritual o “pneumática”, en oposición o al menos en lejanía con la Iglesia Jerárquica. Esta acepción de la voz “carismático” no ayudaría más tarde a la difusión de la Renovación espiritual, que para algunos aparecería como rebelde o al menos indiferente ante la autoridad.
El Papa Juan XXIII
Famosa es la invocación que el “Papa bueno”, Juan XXII, hizo al convocar el Concilio Vaticano II, el 25 de diciembre de 1961: “Repítase en el pueblo cristiano el espectáculo de los Apóstoles reunidos en Jerusalén, después de la ascensión de Jesús al cielo, cuando la Iglesia Naciente se encontró unida en comunión de pensamiento y de plegaria con Pedro y en torno a Pedro, pastor de los corderos y de las ovejas. Dígnese el Divino Espíritu escuchar de la forma más consoladora la plegaria que ascienda a el desde todos los rincones de la tierra. Renueva en nuestro tiempo los prodigios como de un nuevo Pentecostés”.
El Vaticano II comenzó, en el pontificado de Juan XXIII, colocando su confianza en la fuerza del Espíritu y concluyó sus tareas con una solemne invocación al Espíritu de Dios, siendo Pontífice su Santidad Paulo VI. Eran casi tres mil obispos de todas las razas, lenguas y culturas los que se reunieron durante cuatro años para reflexionar sobre el misterio de la Iglesia, en sí misma y ante el mundo. Como donde está la Iglesia está el Espíritu, era normal que frecuentemente se aludiera a la acción del Paráclito. Hasta 258 menciones acerca del Espíritu Santo han encontrado los estudiosos en los trece documentos conciliares.
Entre otros temas el concilio abordó la reflexión sobre el obrar carismático del Espíritu de Dios. Con tal motivo se presentó en el aula conciliar una ruidosa polémica. Sus protagonistas fueron dos cardenales: uno italiano y otro belga. Cuando se discutía el esquema sobre la Iglesia, el cardenal Ruffini, arzobispo de Palemo, reaccionó con viveza para decir: “La historia y la experiencia cotidiana están en abierta contradicción con la afirmación de que aún en nuestro tiempo hay fieles que poseen muchos dones carismáticos”.
En contra de tal afirmación habló el 23 de octubre de 1963 el cardenal José Suenens, arzobispo de Lovaina y Malinas. Su intervención afirmaba que los carismas no eran un fenómeno accidental y periférico en la vida de la Iglesia, sino que tenían importancia vital. Subrayaba el cardenal Suenens cómo desde Pentecostés la Iglesia vive del Espíritu Santo, dado a todos los fieles, pastores y laicos. La jerarquía no es solo un organismo administrativo sino una realidad pneumática, un conjunto vivo de dones, carismas y servicios. En efecto, “sin el ministerio de los pastores, los carismas resultarían desordenados; pero sin los carismas, el magisterio eclesiástico resultaría pobre y estéril”.
El clamor del cardenal Suenens y el eco despertado en muchos obispos, permitieron que la Constitución sobre la Iglesia se enriqueciera con este párrafo : “El Espíritu Santo… distribuyéndolos a cada uno según quiere, reparte entre los fieles gracias de todo genero, incluso especiales, con las que dispone y prepara para realizar variedad de obras y funciones provechosas para la renovación y una más amplia edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: “A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad. Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más sencillos y comunes, por ser muy acomodados y útiles a las necesidades de la Iglesia, hay que recibirlos con agradecimiento y consuelo. Los dones extraordinarios no hay que pedirlos temerariamente, ni esperar de ellos con presunción los frutos de los trabajos apostólicos, sino que el juicio sobre su aplicación pertenece a los que presiden la Iglesia, a quienes compete especialmente no apagar el Espíritu, sino probarlo todo y quedarse con lo bueno”.
En los diversos documentos conciliares se hallan esparcidas muy bellas afirmaciones acerca de la naturaleza carismática de la Iglesia. Recordemos sólo algunas:
“El Espíritu santo instruye y dirige la Iglesia con diversos dones jerárquicos y carismáticos”.
“El Espíritu subordina a la gracia de los apóstoles- la cual es eminente incluso a los carismáticos”.
“Como quiera que los cristianos tienen dones diferentes deben colaborar en el evangelio cada uno según su posibilidad, facultad, carisma y ministerio”.
“Examinando si los espíritus son de Dios, descubran (los presbíteros) con sentido de fe, reconozcan con gozo, fomenten con diligencia, los multiformes carismas de los laicos, tanto los humildes como los más altos”.
El 8 de diciembre de 1965 concluía sus labores el Vaticano II, paso del espíritu por la historia, Nuevo Pentecostés desencadenado con fuerza de huracán. Trece meses más tarde empezaba en Duquesne la Renovación Carismática Católica.
El Papa Pablo VI
“Si realmente amamos la Iglesia, lo principal que debemos hacer es fomentar en ella una efusión del Paráclito Divino, el Espíritu Santo”.
Estas palabras de Pablo VI antecedieron tan solo en tres meses el comienzo de la Renovación Carismática que, nacida en su Pontificado, quiso, ya desde sus comienzos, ponerse bajo la égida del Pontífice.
La primera recepción oficial que dispensó el Papa a un grupo de responsables fue discreta. Tuvo lugar el 10 de octubre de 1973; con palabras alentadoras y prudentes. Un año más tarde, el 16 de octubre de 1974, tuvo el Papa expresiones más comprometidas y positivas con respecto a Renovación en el Espíritu. Pero fue el 19 de Mayo de 1975, cuando de modo espléndido acogió el Papa a más de 10.000 carismáticos, a quienes en francés, inglés, español e italiano les dijo su alegría y su esperanza, en medio de las aclamaciones y los cánticos hosanantes, como los describía la Radio Vaticana.
No creemos traicionar en lo más mínimo el pensamiento de Pablo VI al subrayar algunas frases suyas. El texto completo de sus intervenciones se puede consultar con facilidad: “Estamos sumamente interesados en lo que ustedes están haciendo. Hemos oído hablar tanto sobre lo que sucede entre ustedes y nos regocijamos”.
“Haremos oración para que sean llenos de la plenitud del Espíritu y que vivan en su alegría y santidad”. “Que además de la gracia haya carismas, que también hoy la Iglesia de Dios puede poseer y obtener”.
“Quisiera Dios que aumente todavía una lluvia de carismas para hacer fecunda, hermosa y maravillosa a la Iglesia y capaz de imponerse incluso a la atención y el estupor del mundo profano, del mundo laicizante”.
“Esta expectativa puede ser realmente una providencia histórica en la Iglesia, de una mayor efusión de gracias sobrenaturales, que se llaman carismas”.
“Para un mundo cada vez más secularizado, no hay nada más necesario que el testimonio de esta renovación espiritual que el Espíritu santo suscita hoy visiblemente en las regiones y ambientes más diversos”.
“Esta renovación espiritual, cómo no va a ser una suerte para la Iglesia y para el mundo, y en este caso cómo no adoptar todos los medios para que siga siéndolo?”
“Junto con toda la Iglesia os esforzáis por la renovación, renovación espiritual, renovación auténtica, renovación católica, renovación en el Espíritu Santo”.
“Que una nueva navegación, un nuevo movimiento verdaderamente pneumático, esto es carismático, impulse en una única dirección y en concorde emulación a la humanidad creyente hacia las nuevas metas de la historia cristiana”.
La audiencia de mayo de 1975 había estado precedida por la Conferencia Mundial Carismática, celebrada en los campos adyacentes a las catacumbas de san Calixto. Allí y en la Basílica de San Pedro los peregrinos carismáticos habían manifestado su fe, la misma que a través de numerosas generaciones habían expresado los mártires y los pontífices, las vírgenes y los doctores de la Iglesia que preside el orbe cristiano.
Allí se habían congregado dos cardenales, 12 obispos, 600 presbíteros y 10.000 laicos en la oración y el entusiasmo, porque como diría el Papa: “Hoy, o se vive con devoción, con profundidad, con energía y con gozo la propia fe, o se la pierde”.
Un oleaje de cantos y brazos extendidos se elevaba en la Basílica de San Pedro mientras Pablo VI dirigía sus palabras y sus bendiciones a los carismáticos congregados a su alrededor. Los flash de los fotógrafos iluminaban el ambiente como una tempestad desencadenada de modo repentino; entonces, el Romano Pontífice, tomando las manos del cardenal Suenens entre las suyas le dijo al obispo belga:
“Quisiera agradecerle no en nombre propio sino en nombre de Jesucristo, cuanto ha hecho y cuanto hace por la Renovación Carismática en el mundo, y por lo que hará en el futuro para asegurar y mantener su lugar en el corazón de la Iglesia dentro de las líneas de la enseñanza dada”.
En estas palabras y en la carta que le dirigiera el mismo Papa, se basó el Cardenal Suenens para organizar la Oficina Internacional de Bruselas; en 1976 recibió el Papa a algunos responsables de esta oficina, se informó con ellos acerca de la Renovación, de sus búsquedas comunitarias y les reiteró su afecto y bendición.
Juan Pablo II
El Papa Juan Pablo II recibió el 11 de diciembre de 1979 en audiencia al cardenal Suenens, a monseñor Alfonso Uribe y a los miembros del Consejo de la Oficina Internacional. Fue una audiencia prolongada con presentación de un vídeo y varios informes.
Durante ella, el Papa dijo, “yo siempre he pertenecido a esta renovación del Espíritu Santo. Veo este movimiento, esta actividad por todas partes. Estoy convencido de que este movimiento es un muy importante componente de esta total renovación de la Iglesia”.
En varios documentos el Papa siguió aludiendo a la Renovación Carismática, recibió a los Carismáticos italianos en noviembre de 1980, concedió audiencia a los participantes en el cuarto congreso internacional de dirigentes el 7 de mayo de 1981 y les habló sobre el discernimiento espiritual y el oficio de los presbíteros y dirigentes laicos que deberían testimoniar su vida de oración, distribuir el pan de la verdadera doctrina y crear lazos de confianza y colaboración de los obispos, además de su tarea en el ecumenismo.
Aludió de nuevo a la renovación en 1982 en diálogo con obispos franceses, en 1984 con los delegados a la quinta conferencia internacional, en 1985 con los jóvenes reunidos en el congreso juvenil mundial, en 1986 publicó la encíclica Señor y dador de vida sobre el Espíritu Santo, luego a peregrinaciones italianas y francesas y en 1987 dijo a los participantes en la sexta conferencia internacional: “a causa del Espíritu, la Iglesia conserva una permanente vitalidad juvenil, y la renovación carismática es una elocuente manifestación de esa vitalidad, una expresión vigorosa de lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias “ (Ap 2,7), cuando nos acercamos al final del segundo milenio”.
Los albores de la Renovación Carismática
En 1959 el Papa Juan XXIII oró para que el espíritu Santo renovara en la Iglesia
Las maravillas de un nuevo Pentecostés.
La década del 60 fue testigo de cómo Dios respondió a la oración del Pontífice. El Concilio Vaticano II fue un pasa del Espíritu Santo por nuestro tiempo.
Otra presencia del Divino Paráclito ha sido la Renovación Carismática que, en pocos años, invadió el mundo católico.
¿Cuándo y dónde comenzó?
La respuesta es difícil de dar.
Ocurre como cuando las burbujas cuando el agua empieza a hervir: van brotando simultáneamente en varios lugares. Así ha ocurrido en la Iglesia, en estos años, caldeada por el fuego del Espíritu Santo.
Por eso no es de extrañar que ya el 15 de agosto de 1960 apareciera en la revista “Time” un articulo en el que se leen estas frases: “Soy católico romano y desde hace años el hablar en lenguas ha sido parte integrante de mi culto a Dios”.
Sin embargo ese y posiblemente muchos otros resurgires de los carismas fueron experiencias aisladas. Ciertamente los grupos que hicieron historia y que más influyeron en la Corriente Carismática Católica se remontan a 1967, en tres universidades norteamericanas.
En la década de los 60 en las universidades de Nuestra Señora, en South venid (Indiana), y en la de Duquesne, en Pittsburg (Pensilvania), se formaron grupos de estudiantes y profesores deseosos de vivir ardientemente la fe: vigilias bíblicas, asambleas de canto y enseñanza, oración espontánea, misas juveniles seguidas de ágapes para compartir, etc., eran expresiones normales de vivencia fraternal que, sin embargo, como tantas obras e intentos de los hombres, languidecían tras el primer entusiasmo.
Sin embargo un grupo de profesores y alumnos empezó a surgir. Entre ellos se trabó gran amistad y los nexos que anudaron entre sí les permitieron luego formar una base de apoyo para la Renovación.
Quizá el pionero fue Ralph Keifer, laico, casado, profesor de teología en Notre dame en 1965, y luego residente en Pittsburg. Cerca a él, su amigo William Storey que, tras ingresar a la Iglesia Católica, había llegado a ser profesor de liturgia e historia eclesiástica y fundador de la asociación Xi Rho. Estas dos letras del alfabeto griego, que son las primeras del nombre de Cristo, suelen formar un anagrama conocidísimo , el Crismón. El grupo Xi Rho, pretendía estudiar la Biblia, unirse en la oración y fomentar las experiencias comunitarias a que aluden los Hechos Apostólicos (2,42).
Sin embargo los ideales no se lograban y el grupo buscaba nuevas metas como la de ayudar a los alcohólicos. Era una crisis de identidad que se iba agravando desde 1964 hasta 1966.
Mientras eso sucedía, en Pittsburg algunos jóvenes cursillistas buscaban por su cuenta cómo cumplir la voluntad de Dios.
Los Cursillos de Cristiandad son una experiencia de conversión cristiana que en 1949 suscitó en España el obispo Juan Hervás, en compañía del teólogo Juan Capó y del laico Eduardo Bonnin, influenciados por el pensamiento del cardenal Suenens, del teólogo Ives Congar, y del pastoralista Padre Georges Michonneau.
Los cursillos se iniciaron en los Estados Unidos en 1957, por obra de dos aviadores españoles, en Waco, Texas. Cuatro años después se realizó el primer Cursillo en Inglés. La noticia de los Cursillos llegó a los líderes cristianos de la universidades antes mencionadas, que vieron en ellos una especie de renovación. Eran estos líderes Steve Clark, estudiante de filosofía en la universidad de yale, quien había pasado a la Iglesia Católica desde el protestantismo y que, tras breves permanencias en Mejico, cursó un año de teología en Friburgo, Alemania. Steve Clark trabajó de 1963 a 1965 en Notre Dame.
Al lado de Steve Clark estaba Ralph Martín, alumno de filosofía en Notre Dame(1960-64), de tendencias ateas, preparaba una tesis sobre Nietzsche. Precisamente argumentando y atacándola fe cristiana conoció a Clark. Asistió al segundo Cursillo de Notre Dame en 1964 y allí se convirtió a la fe de modo tan radical que al principio nadie quería creer que fuera el mismo que protestaba porque en su apartamento, que compartía con Felipe O’mara, éste organizaba reuniones cristianas. Precisamente en 1965 en una de esas reuniones se presentaron casos de glosolalia, que el líder interrumpió por no saber comprenderla.
Ralph y Steve pasaron juntos las navidades de 1965 y en ellas proyectaron un retiro espiritual que realizarían en 1966.Fue entonces cuando se comprometieron a trabajar en los cursillos, como miembros de la junta directiva nacional.
Otros amigos o alumnos de Keifer en Notre Dame, fueron Georg Martín, quien a los 18 años había hecho un retiro ignaciano que marcó su vida, y en Notre Dame estudiaba filosofía y escribía una tesis sobre Kierkegaard, también la pareja de Kevin y Dorothy Ranaghan, estudiantes de teología y amantes de la liturgia, igualmente Bert Ghezzi, presidente del grupo Xi Rho, con inquietudes teológicas, que había invitado a Hans Kung a Norteamérica, como conferencista, y además preparaba sus tesis en historia, igualmente Paul DeCelles, profesor de física en la universidad; se menciona tambien a Jim cavnar, Gerry Rauch, Kerry Koller, Ralph Johnson, Jim Rauner y otros.
En diciembre de 1965 había terminado en Roma el Concilio Vaticano II. Nada de raro tenía pues que comenzaran a cosecharse sus frutos.
Al terminar su retiro de verano, Steve Clark y Ralph Martín fueron invitados a inaugurar y clausurar la Convención nacional de Cursillos, en Kansas City, en agosto de 1966. Luego viajaron a Lansing ya como miembros de las directivas nacionales. También allí se les designó dirigentes de la parroquia estudiantil de San Juan, en la universidad del estado de Michigan.
En el segundo semestre de 1966 los líderes cristianos, ansiosos de una renovación que sacudiera del marasmo su apostolado, empezaron a rezar diariamente “Veni, Sancte Spiritus”, solemne oración que la liturgia suele llamar “La Secuencia Aurea”. Por otra parte Steve Clark proponía el estudio del libro “La Cruz y el Puñal”, que narra el ministerio del pastor Wilkerson en Nueva York y la célebre historia de Nicky Cruz. Ralph Keifer encontró otro libro, que tuvo también gran influencia. “Hablan en otras Lenguas”, de John Cerril y la obra “Compromiso y Liderazgo” de Douglas Hyde, un comunista inglés convertido al cristianismo.
Motivado por lo expuesto en esos libros, y queriendo conocer en la práctica los grupos de que en ellos se hablaba y la manifestación de los carismas, Ralph Keifer y William Storey establecieron en Pittsburg contactos con William Lewis, pastor episcopaliano de la Iglesia del Santo Cristo. El pastor Lewis tampoco había vivido una experiencia pentecostal, pero los relacionó con la señora Betty Schomaker, parroquiana suya,que participaba en reuniones de oración. El encuentro con la señora Schomaker fue el 6 de enro de 1967, festividad de la Epifanía, es decir, de la manifestación de Cristo a todas las naciones. Ese día se pactó la asistencia a una reunión de oración para la semana siguiente, en su casa, situada en las colinas al norte de Pittsburg.
Así llegó el 13 de enero de 1967, fiesta del Bautismo de Cristo, cuando descendió el Espíritu Santo sobre Jesús y lo ungió como el Mesías de Dios. En esa festividad el grupo se congregó a las siete y media de la noche en casa de Florencia Dodge, y en él participaron cuatro católicos: Ralph Keifer y su esposa Bobbi, Patrick Bourgeois y William Storey. Keifer y Bourgeois eran profesores de teología y Storey profesor de historia de la Iglesia. Cuando terminaba la reunión Storey dijo: “Vine a recibir el Bautismo en el Espíritu Santo, y no me voy hasta que lo haya recibido”. Un asistente al grupo oró por él diciendo: “Señor tu conoces su corazón y sus necesidades. Llénalo ahora con tu Espíritu”.
Ocho días después, el 20 de enero, regresaron a dicho grupo Ralph y Patrick, pidieron que oraran por ellos y recibieron la efusión del Espíritu Santo. Poco después uno de ellos escribiría: “Fue como si hubiera entrado en un inmenso mar, solo que el agua era Dios, el agua era el Espíritu santo”.
Como resultado de ello Keifer empezó a escribir cartas, a llamar por teléfono y a compartir con otros su experiencia. Los primeros contactados fueron una pareja de novios que se casaría cuatro meses más tarde, Paul Gray y Mary Ann Springle, estudiantes de teología en Duquesne. Con ellos organizaron Keifer y Storey un retiro para el grupo de Xi Rho, el tema escogido era “Las bienaventuranzas, o cómo actúan los cristianos”, pero a última hora se cambió por “Los Hechos de los Apóstoles, o cómo hacerse cristianos”.
Serían cuatro conferencias sobre los cuatro primeros capítulos de los hechos y había que leer “La Cruz y el Puñal”. Paul debía dar la segunda conferencia y Mary Ann la tercera. Ambos recordaban su nerviosismo que sólo se calmó al invocar al Espíritu Santo.
Todos sentían hambre de Dios y cuando Keifer comenzó a orar con imposición de manos, se desataron las lenguas y la alegría. Fue una experiencia de oración profunda, de vigilia y expectativa, de presencia de Dios,”era como si Jesús estuviera caminando allí tocando a cada uno y dándole una misión”. Su acción se manifestó cuando por haberse ido el agua, los dirigentes de la casa de retiros “El Arca y la Paloma” les pidieron que se retiraran. Ellos oraron y pusieron a prueba a Dios para que solucionase el problema del agua. La sorpresa fue enorme cuando, al concluir la oración David Mangan se encaminó maquinalmente a un grifo para beber y el agua brotó con abundancia.
Las crónicas guardan, además de los ya citados, algunos nombres de los participantes en ese retiro del 18 y 19 de febrero de 1967: Patti Gallagher, Karin Sefcik, el Padre Healey y David Mangan. Este fue precisamente el que planteó la gran pregunta: ¿No se podría renovar nuestra confirmación y suplicar al Espíritu Santo que volviera de nuevo sobre nosotros? Y cuando el Espíritu Santo llenó a los participantes, Storey dijo: “el señor Obispo se va a sorprender cuando sepa que todos fueron bautizados en el Espíritu Santo”. Luego Ralph Keifer empezó a usar la fórmula de “Bautismo en el Espíritu” que, en ambientes metodistas, había usado desde finales del siglo pasado Charles Finney y que alude a la experiencia del Pentecostés personal vivido o renovado en cada bautizado. Este fue, pues, el pesebre de la Renovación Carismática Católica para usar la expresión de Harald Bredesen, o según dice Patti Gallagher sucedió como si allí se estuviera escribiendo el primer capítulo de un nuevo libro de los Hechos de los Apóstoles, obra a la que se designa también como “el Evangelio del Espíritu Santo”
Quince días después, el 4 y 5 de marzo, el fuego prendió en Notre Dame, donde Keifer había escrito y enviado luego, como misionero y testigo, a un amigo suyo. Allí en casa de Kevin y Dorothy Ranagham y de Bert y Mary Lou Ghezzi, se encendió la llamarada.
También en Notre Dame los universitarios católicos habían buscado y sembrado con los retiros de fin de semana “Antioquia”. Ese nombre quería recordar que en Antioquia los discípulos del siglo primero empezaron a llamarse “cristianos”. Pero ni ellos, ni las marchas en pro de los derechos de los negros (como la de Selma, Alabama, en la que participaron con Martín Luther King), habían dado resultado.
Ahora la universidad empezó a conmoverse y la renovación brotó con fuerza en South venid, Indiana, y aunque ya 13 de marzo alguien les preguntaba: ” ahora que han recibido el Espíritu Santo, ¿cuándo abandonarán la Iglesia Católica?; eso no sucedió, sino que se afirmaron en ella y ya el 15 de marzo recibían una respuesta de su Obispo Leo Pursley, que no los juzgaba sino que les pedía mayores informes y que en marzo 15 de 1967 consultado acerca del don de lenguas escribía:
“La situación a que usted se refiere no está dentro de mis atribuciones creo que se necesita tener un Carisma para reconocer la existencia de otro. Se ha sabido de casos en que el don de lengua es resultado de una posesión diabólica. Claro que yo no estoy afirmando que este sea el caso, pues de hecho no quiero pronunciarme en ningún sentido respecto al caso a que usted se refiere. De todos modos hablaré con el Obispo W… sobre el particular. Cualquier informe que usted pueda proporcionarme será bien recibido”.
Dos años más tarde, el 14 de noviembre de 1969, apareció un informe de la Comisión de Doctrina de la Conferencia Nacional de los Obispos Católicos de los Estados Unidos. Ese informe redactado por el obispo Alexander Zaleski, de Lansing, Michigan, fue la primera carta de reconocimiento de la Renovación carismática en la Iglesia.
A mediados de marzo vinieron de Michigan a Pottsburg Steve Clark y Ralph Martín y recibieron el Bautismo del Espíritu Santo. Luego, del 7 al 9 de abril con 40 estudiantes, se presentaron a un retiro de Notre Dame… Y de ahí en adelante comenzó la siembra y la cosecha abundante por todos los continentes
domingo, 16 de enero de 2011
Sanacion interior del miedo
Con la colaboracion de Siervos de Cristo Vivo.
Por Mons. Uribe Jaramillo.
Su fecunda labor pastoral abarcó muchas áreas: impulsó vocaciones sacerdotales y religiosas, fundó seminarios, asociaciones sacerdotales, grupos de misioneros y obras de ayuda social, creo la Universidad Catçolica de Oriente para la formaciçon de profesionales cristianos. Ha sido, además, uno de los eminentes miembros del Movimiento de Renovación Carismática Católica.
Fue autor de numerosos libros y otros escritos sobre temas bíblicos, eclesiásticos y espirituales, de estos ùltimos destacan aquellos referidos al ministerio de sanación. Falleció en 1993.
"Estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz sea con vosotros". Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor. Jesús repitió: "La paz con vosotros. Como el Padre me envió, Yo también os envío". Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo, a quien perdonéis los pecados les quedan perdonados, a quienes se los retengáis les quedan retenidos".
Señor Jesús, quiero proclamar tu Señorío, quiero glorificarte porque eres nuestra paz, quiero bendecirte porque Tú eres el único que regalas la paz verdadera. Gracias por la paz que diste a tus discípulos el día de tu Resurrección, gracias Señor porque en tu bondad quisiste quitar el miedo que había en ellos. "No temáis, les dijiste, la paz sea con vosotros". Apiádate, Señor, de nosotros también ahora. Tenemos miedo, Tú lo sabes, mucho miedo, Señor. Destruye con tu paz, con tu amor, con tu serenidad, el miedo que nos domina, el miedo que nos tiene enfermos, Señor. Tú eres nuestro Salvador, Jesús, sálvanos del miedo, inúndanos de paz, concédenos la plenitud de tu Espíritu para que experimentemos el gozo verdadero. Gracias, Señor.
Estamos viviendo la hora maravillosa de la Renovación espiritual carismática, estamos frente a la gran novedad para nosotros, como obra del Espíritu, que es el amor paternal de Dios, "Padre de misericordias y Dios de todo consuelo", que nos llena de alegría en medio de nuestras tribulaciones. Estamos descubriendo por obra del Espíritu la gran novedad que es Cristo, " el mismo ayer, hoy y por los siglos", como nos dice la epístola a los Hebreos. Y estamos descubriendo la gran novedad que es el Espíritu Santo, cuyo amor y cuya acción estamos experimentando en nuestras vidas. Gracias al Señor por este beneficio.
Si algo es seguro como doctrina es la referente a la Renovación espiritual carismática. La Renovación nos permite creer que lo que hizo el Señor por su Espíritu el día de Pentecostés lo hace también ahora en la Iglesia, ella está viviendo actualmente su nuevo Pentecostés. Lo que necesitamos hacer ahora es preparar nuestras vidas para esa invasión del amor y de la bondad del Espíritu del Señor. No se trata de adquirir doctrina únicamente, se trata de algo más importante, experimentar en nosotros la acción amorosa del Señor, la curación que Él quiere hacer de nuestros cuerpos y especialmente de nuestros corazones que están enfermos.
Cuando la gente que ha presenciado el prodigio de Pentecostés, dice con el corazón compungido a Pedro ya los demás apóstoles: "¿Qué hemos de hacer, hermanos?" Pedro les contestó: "Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el Nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. La promesa es para vosotros y para vuestros hijos y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro".
El Señor es el Emmanuel ("Dios con nosotros"), Él nos busca siempre, pero quiero que nosotros salgamos también a su encuentro. Esto es lo que Él nos dice por su apóstol: "Convertíos, volveos hacia Mí, dejad vuestros malos caminos, abrazad el bien". La palabra "metanoia" que significa "conversión" quiere decir "caminar hacia adelante, buscar a Jesús", por eso la conversión es necesaria para nosotros constantemente. Con frecuencia las criaturas nos alejan del Señor y necesitamos volvernos hacia Él, convertirnos, Es decir, necesitamos conocer con la luz del Espíritu nuestra realidad de pecadores, sentirnos manchados como en verdad lo estamos, para acercarnos con fe a Cristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y decirle: "Lávame más, Señor, límpiame de todo pecado, lávame con tu Sangre sacerdotal. Borra, destruye todas mis culpas",
Una de las gracias que debemos pedir con frecuencia es la de sentir nuestra realidad de pecadores, la de sentirnos manchados para acercarnos con confianza a nuestro Padre y decirle: "He pecado contra el cielo y contra Ti", para acercarnos con confianza a Jesús nuestro Salvador, para pedir que su Sangre limpie todas nuestras miserias.
Pero la Renovación nos está mostrando una cosa muy importante: no basta recibir el perdón de los pecados para disfrutar de la experiencia amorosa de Dios, necesitamos algo más: la curación interior, la sanación del corazón enfermo, para que éste pueda experimentar la efusión del amor del Señor. Además del perdón de los pecados necesitamos la sanación interior, una curación interior que solamente puede realizar en nosotros el amor de Dios, que sólo puede efectuar en nosotros la paz de Cristo.
Encontramos a personas que después de grandes esfuerzos por disfrutar del amor del Señor, continúan en una sequedad tremenda. Ellos a veces se preocupan y piensan: Todo esto se debe a falta de generosidad, a falta de arrepentimiento del pecado, por no haberle dado al Señor lo que me pide. Muchas veces la causa es muy distinta. Se trata de personas que están bloqueadas por el miedo y por el odio. Los canales, podríamos decir, que llevan el amor del Señor están bloqueados por el pavor, por los recuerdos dolorosos, por la falta de perdón interior.
Este miedo y este odio impiden que llegue a ellos el río del Espíritu, que llegue a ellos el raudal de la paz. El plan del Señor es darnos su paz en plenitud: "Haré descender sobre ella como ríos la paz", son sus palabras a través de Isaías. Él nos habla también de su Espíritu en forma de "ríos de agua viva" que deben inundarnos, que deben llenarnos de frescura, que deben llenarnos de pureza y de fecundidad. Él quiere darlo todo a torrentes. Hablando de su Espíritu ha dicho: "Lo derramaré sobre toda carne", pero Él también añade: "Abre tu boca y Yo la llenaré".
Depende mucho también de nuestra capacidad de recibir, depende también mucho de nuestra situación personal. El Señor quiere darnos en plenitud, pero también tiene en cuenta nuestras limitaciones. Y son el odio y son el miedo los que limitan en gran parte la comunicación del amor, de la paz, de la suavidad del Señor. Por eso, la experiencia del Señor en nosotros es, a veces, muy tenue; a veces, podríamos decir "imperceptible".
El relato del Evangelio de San Juan que oímos hace poco nos demuestra cómo el Señor, antes de dar su Espíritu, destruye el miedo que se ha apoderado de los apóstoles. "No temáis, les dice, no temáis", les dice dos veces. Y solamente cuando ha efectuado esta curación interior del miedo, les dice: "Recibid el Espíritu Santo". Es que únicamente en ese instante están preparados, después de recibir la curación interior, para recibir el don del Espíritu.
Es preciso antes que todo, que nos convenzamos de la necesidad que tenemos de curación interior. Este es el primer paso. Para esto se requiere conocer un poco la realidad de nuestro mundo interior enfermo. Hoy afortunadamente contamos con el rico aporte de la psicología. Los psicólogos nos hablan ahora lo que ellos llaman "los cuatro principales demonios que nos atormentan". Son ellos: el miedo, el odio, el complejo de inferioridad y el complejo de culpa. Claro, que nuestros problemas no se limitan a estos cuatro, pero estos son los principales.
La experiencia me demuestra que tal vez el peor de todos esos "demonios", empleando el término psicológico, es el del MIEDO. Cuando el niño nace, teme solamente dos cosas: una caída y los ruidos fuertes. En ese momento no conoce todavía los peligros y por eso sus temores son muy limitados, pero pronto empiezan a acumularse en él los miedos por todo lo que va sufriendo y por los peligros que va descubriendo. Si efectuásemos un test entre las distintas personas que nos acompañan, encontraríamos cómo en cada una de ellas se ha acumulado una serie verdaderamente grande de miedos. Hallaríamos miedos tan infantiles, llamémoslos así, como el que tienen por ejemplo muchas mujeres a los ratones, y en los hombres encontraríamos otros por el estilo. Lo que sucede es que, porque se trata precisamente de miedos que delatan nuestro infantilismo, generalmente los ocultamos o, por lo menos, procuramos ocultarlos. El hecho indiscutible es que todos hemos acumulado miedo y que todos estamos enfermos de miedo.
Pero, tal vez, no hemos caído en la cuenta de que quizá muchos de nosotros hemos acumulado miedo al Señor. ¿Por qué tanta dificultad para entregarnos totalmente a Cristo? ¿Por qué, eso que podríamos llamar "pavor", para hacerle nuestra entrega total? Seguramente porque, en el fondo, tememos que Él nos va a pedir mucho, que nos va a exigir esto o aquello, que nos va a pedir "algo" a lo cual nos sentimos íntimamente apegados, porque en realidad va a exigir de nosotros la inmolación de los que, en realidad, son nuestros ídolos. Y esto es demasiado costoso. Toda entrega amorosa es exigente, toda entrega amorosa entraña un riesgo. En lo humano, hay que inmolar muchas cosas cuando se realiza la unión matrimonial, hay que renunciar a muchos gustos personales para disfrutar del beneficio de esta unión santificada por el Señor. En lo espiritual sucede lo mismo, la entrega amorosa al Señor exige la inmolación de los ídolos, pero debemos tener seguridad de que Aquel a quien nos entregamos es el Señor, es el fiel, es el infinitamente bueno, el que nunca ni cansa ni se cansa, el que no va a traicionarnos. Solamente cuando hablamos de Cristo podemos exclamar: "Sé a quien he creído, sé en quien he confiado", esto no podemos decirlo de ninguna de las criaturas, solamente podemos afirmarlo del Señor Jesús. Pero Cristo es el Señor y, por lo mismo, puede disponer de nosotros y de lo nuestro como lo desee, como quiera.
Esto es lo que nos causa pavor, lo que nos produce miedo, el reconocimiento del Señorío del Señor, nos pone frente a nuestra realidad, a nuestra realidad de siervos, a nuestras limitaciones, a la obligación que tenemos de "amar al Señor con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas", al deber que tenemos de demostrar prácticamente el Señorío del Señor con la destrucción de los ídolos que se oponen a su gloria. La entrega amorosa que hacemos al Señor nos pone en posesión de Cristo, en posesión de su Espíritu, en posesión de sus riquezas. Por eso merece bien la pena sacrificar todo lo que Él nos pida para lograr esta bendición.
Tengamos muy presente que entrar en la Renovación Carismática no es entrar en un camino fácil, como tal vez algunos lo imaginan. Entrar en la Renovación Carismática es entrar en el camino del renunciamiento, del don total, de la generosidad constante para, a su vez, disfrutar de la manifestación también continua del amor del Señor .
Recordemos que, como nos dice el evangelista S. Lucas, después de que Cristo recibe en el Jordán la Unción del Espíritu, de su poder, es conducido por este mismo Espíritu hacia el desierto para allí ser tentado por el demonio. Al Jordán le sigue el desierto con sus privaciones y sus tentaciones, pero Cristo triunfa allí porque tiene el poder del Espíritu, por eso al final el demonio se aleja de Él y los ángeles se acercan para servirle. Entregarse a Cristo es entregarse a un futuro desconocido, pero a un futuro que está en sus manos, en sus manos amorosísimas. No sabemos lo que Él va a disponer para nosotros y en nosotros, pero tenemos la seguridad de que es el Señor y que es el Amor y que es la Fidelidad. Pero, a pesar de ese concepto que tenemos del Señor, como no sabemos qué nos va a quitar, a donde nos va a conducir, qué va a ser de nosotros, de qué va a privarnos, nos causa miedo. Yo soy el primero en experimentar este miedo, es muy difícil superarlo, solamente cuando poseamos la plenitud del Espíritu, cuando recibamos la fuerza del Espíritu, entonces desecharemos este miedo que tanto nos perjudica y que desafortunadamente impide muchas veces la entrega generosa, alegre y sobre todo total al Señor.
Solamente cuando logremos, con la gracia del Espíritu, dominar este miedo a Jesús nos entregaremos totalmente a Él y Él se entregará también a nosotros. Solamente entonces le abriremos la puerta de nuestro corazón y Él entrará. En el Apocalipsis nos ha dicho: "He aquí que estoy a la puerta y llamo, si alguno me abre, entraré, cenaré con él y él conmigo", pero solamente abriremos la puerta a Cristo cuando perdamos el miedo al Señor.
Por eso, lo primero que tenemos que hacer es ORAR, para que desaparezca de nosotros ese miedo al Señorío de Cristo. Es preciso orar mucho por esta intención. Si algunos han superado ya esta etapa, si algunos pueden afirmar que no temen al Señor, están en una situación sumamente positiva y ventajosa. Pero seguramente muchos necesitamos orar por esta necesidad, la liberación del miedo que, en una u otra forma, nos impide entregarnos al Señor.
Para esto necesitamos recordar las palabras de Cristo: "Yo soy. No temáis". En la medida en que adquiramos seguridad en la presencia de Cristo en nuestras vidas y fe en su amor, desaparecerá de nosotros el miedo a todo, pero primero el miedo a Él.
Recordemos cómo Jesús sanó ante todo el miedo de sus apóstoles. Pocas personas encontramos dominadas por el miedo como estos apóstoles que habían vivido muy cerca de Jesús. Sin embargo, en el momento de la Pasión, por ejemplo, huyen cuando Cristo cae en manos de sus enemigos. Él lo había ya profetizado: "Herirán al pastor y se dispersarán las ovejas".
Pero como solamente es Él el que sana del miedo, solamente Cristo sana del miedo al comunicarnos su Espíritu, por eso Él el día mismo de su Resurrección adelanta esta curación interior de los apóstoles: "Yo soy. No temáis". Es Él también quien por su Espíritu sana en nosotros el miedo que hemos acumulado en este campo. Pero los apóstoles quedaron curados plenamente del miedo únicamente el día de Pentecostés, hasta ese momento han estado con las puertas cerradas. Solamente salen al balcón ese día para predicar a Cristo, para ser testigos de Cristo. ¿Por qué? Porque como nos dicen los Hechos de los Apóstoles, "quedaron todos llenos del Espíritu Santo". Esta plenitud del Espíritu es distinta de la recepción del Espíritu, ellos lo habían recibido el día de la Resurrección, pero la plenitud del Espíritu, con su poder total, solamente la adquieren el día de Pentecostés. También nuestra sanación interior del miedo y del miedo a Cristo será una realidad cuando recibamos la plenitud del Espíritu, cuando quedemos llenos también del Espíritu del Señor, cuando seamos bautizados en su Espíritu. Esta es la verdad que estamos descubriendo actualmente por medio de la Renovación Carismática.
Uno de los primeros efectos de la Efusión del Espíritu es la seguridad interior. La fuerza del Espíritu destruye en nosotros el miedo que es debilidad, en cambio adquirimos entusiasmo por Cristo. El Señor, antes de la Ascensión, les dice a los apóstoles: "Recibiréis el poder del Espíritu y seréis mis testigos hasta los confines de la tierra". Antes de Pentecostés, los apóstoles no pueden dar testimonio de Cristo porque tienen miedo. Pensemos en el caso de S. Pedro: a pesar de sus promesas de fidelidad, promesas que eran sinceras cuando las hizo, durante la Pasión niega a Cristo y aún con juramento y delante de una esclava. "No conozco a ese hombre", dice. Y ¿por qué este cambio? Porque en ese momento Pedro está dominado por el miedo, no puede ser testigo de Jesús; conoce a Jesús y ama a Jesús, pero tiene miedo y por esto no puede dar testimonio del Señor ni puede confesar al Señor.
Pero este Pedro que niega al Señor delante de una esclava, será el que el día de Pentecostés lo proclamará con alegría y con valor, lo hará sin miedo, y esto sucederá en los meses y en los años siguientes, nada lo detendrá, será el testigo fiel del Señor. ¿Por qué este cambio? Porque el Espíritu del Señor al colmarlo el día de Pentecostés lo sanó del miedo, le dio seguridad interior, lo llenó de fortaleza y lo convirtió en testigo del Señor Jesús.
La gran necesidad que tiene ahora la Iglesia, la gran necesidad del mundo en este momento es la de testigos de Jesús. Hay muchos predicadores del Señor, hay muchas personas que pueden hablar de Él, pero son pocas las que se atreven a dar testimonio del Señor, a ser sus testigos en los ambientes difíciles. En un medio universitario, por ejemplo, las personas en una conversación están exponiendo criterios anti-evangélicos, la gran necesidad de la época presente es la de testigos de Cristo, pero esto lo lograremos únicamente cuando el Espíritu del Señor, al derramarse en nosotros, nos quite el miedo, nos libere del temor; nos dé seguridad, nos llene de fortaleza. y cuando Cristo nos da seguridad en Él, empieza también a darnos seguridad en nosotros y a confiar en los demás.
Él nos sana primero del miedo que le tenemos, pero quiere sanarnos después del miedo que nos tenemos y del miedo que tenemos a los demás. Es mucho el miedo que hemos acumulado respecto a nosotros mismos y mucho también el que tenemos a distintas personas. La serie de fracasos que hemos experimentado a lo largo de nuestras vidas nos ha llenado de inseguridad, nos ha hecho cada vez menos firmes, menos seguros. La incertidumbre es uno de los distintivos.
No tenemos seguridad frente al futuro, porque el pasado está lleno de fracasos y solamente cuando tengamos seguridad frente al futuro lo conquistaremos, progresaremos, cumpliremos las metas señaladas, llegaremos a feliz puerto. "El que no espera vencer, ya está vencido", dice el adagio, allí está encerrada una gran verdad. Los fracasos que nos han proporcionado personas desde los primeros años de nuestra existencia, los que hemos tenido por imprudencia, por falta de previsión, por distintos fallos, nos han llenado de miedo.
Esta es la realidad, pero también existe la verdad de la sanación de Cristo, Él puede sanar este miedo que tenemos en nuestro interior respecto a nosotros, Él puede curarnos de esta inseguridad. Solamente Él, por su Espíritu, puede llenarnos de fortaleza.
Y es mucho el miedo que hemos acumulado respecto a distintas personas, personas que por una u otra causa, por una u otra actuación, nos han impresionado desfavorablemente, han creado en nosotros complejo de inferioridad, nos causan miedo con sus amenazas, con su misma presencia muchas veces. De este miedo también puede sanarnos el Señor y quiere sanarnos el Señor.
JESUS, que es nuestra paz, empieza a sanar del miedo desde antes de su nacimiento. Por medio del ángel, tranquiliza a José: "No temas tomar contigo a María tu esposa porque lo concebido en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados". Despertó José del sueño e hizo como el ángel del Señor le había mandado y tomó consigo a su esposa.
El día de su nacimiento en Belén, por medio del ángel sana también el miedo de los pastores. El ángel les dijo: "No temáis, pues os anuncio una gran alegría que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy en la ciudad de David un Salvador que es el Cristo Señor". Cuando los ángeles dejándoles se fueron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: "Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado". Ya sin miedo y llenos de alegría, pueden acercarse al portal y realizar allí el encuentro maravilloso con el Señor .
Pero hay un hecho sumamente elocuente para manifestar el poder de sanación interior, de sanación del miedo, que tiene el Señor Jesús. NICODEMO es un fariseo, magistrado judío, que va a buscar a Jesús, pero "de noche". Va a hablar con el Señor, pero no lo hace de día, teme las burlas de sus compañeros, por eso busca la oscuridad. Es de noche cuando se dirige a la casa de Jesús y cuando tiene el diálogo con Él, es un hombre dominado por el miedo. Pero el Señor, que es la paz, que es la seguridad, que es la fortaleza, dialoga con este hombre dominado por el miedo, le habla de su Espíritu, del nuevo nacimiento: "El que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios; lo nacido de la carne es carne, lo nacido del espíritu es espíritu".
A través de aquel diálogo, el Señor penetra en el corazón medroso de Nicodemo y lo sana totalmente. La curación interior de Nicodemo es tan completa que, poco después, cuando los fariseos quieren condenar a muerte a Jesús, cuando incluso reclaman a los guardias por qué no han traído prisionero a Cristo, Nicodemo les dice: " ¿Acaso nuestra ley condena a un hombre sin haberle antes oído y sin saber lo que hace?". Ellos le respondieron: "¿También tú eres de Galilea? Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta", y se volvieron cada uno a su casa. Aquel hombre con su valor confunde a quienes quieren perder a Cristo, los obliga a volver a su casa. Y algo más admirable todavía: el Viernes Santo, cuando Cristo ha sido crucificado, cuando todos (aún sus discípulos) lo han abandonado, Nicodemo, en compañía de José de Arimatea, se presenta ante Pilatos para pedirle el cuerpo de Jesús. Es un hombre que ya no tiene miedo, porque Jesús lo había sanado. Como señal de gratitud y como demostración de aprecio, él ahora quiere honrar al Señor dando sepultura a su cuerpo.
Pero lo que debe llenarnos de alegría y de esperanza es saber que Jesús es el mismo ayer, hoy y por los siglos. Que ese Jesús que sanó el miedo que había en José, que había en los pastores, que destruyó el miedo que oprimía a Nicodemo y que muchas veces adelantó un proceso de curación del miedo en sus apóstoles, puede y quiere realizar el mismo favor en beneficio de nosotros. Él también quiere destruir el miedo que nos domina y nos enferma, Él también puede hacerlo ahora y lo hará si nosotros nos acercamos a Él con fe y con humildad. Sería un mal para nosotros descubrir la serie de temores que nos oprimen y aún las consecuencias terribles que tienen sobre nuestro organismo, si no estuviésemos convencidos de que tenemos una solución en Cristo, en Cristo que es la solución de todos los problemas. Es el temor a fracasar, a la sexualidad, a defendernos, a confiar en los demás, a pensar, a hablar, a la soledad y a tantas otras cosas, tienen en Cristo nuestro Señor la gran solución, la pronta solución.
El apóstol S. Juan escribió en su Epístola unas palabras llenas de Verdad y con un profundo significado psicológico: "El amor perfecto echa fuera el temor, porque el temor supone castigo y el que teme no es perfecto en el amor". Aquí encontramos la gran solución para la enfermedad interior del miedo: el amor paternal de Dios, el amor fraternal y salvador de Cristo, el amor del Espíritu que mora en nosotros. En la medida en que nos dejemos abrazar por el amor de Dios, en esa misma medida irá desapareciendo el temor que hay en nosotros. Y cuando el amor de Dios llegue a ser perfecto en nosotros el temor será arrojado fuera.
La Renovación Carismática nos coloca de una manera muy clara frente al amor del Señor, frente al amor del Espíritu y estamos experimentando la verdad de aquellas palabras de S. Pablo a los Romanos: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado". Por eso, muchas personas cuando tienen la experiencia del Espíritu, cuando se dejan invadir por este Río de Aguas Vivas, cuando se dejan de veras abrazar por su amor, se van viendo liberadas de los recuerdos dolorosos en todos los campos, pero concretamente en el del miedo.
Este es uno de sus grandes beneficios, no lo sabremos apreciar nunca debidamente.
Un psicólogo americano ha escrito: " A menos que podamos aceptar que, el amor de Dios nos envuelve ahora con todas nuestras faltas, debilidades y limitaciones, no seremos mejores mañana ni siquiera un ápice de lo que somos hoy; a menos que podamos creer en un Dios que es Amor no podremos llegar a ser honestos. El temor siempre nos separará del poder curativo". Pero el método concreto y fácil para recibir, de una manera progresiva, a través de un proceso, la curación interior del miedo como
don de Cristo, es acercarnos a El con fe, creer verdaderamente que El está resucitado en nosotros y con nosotros, que El es el Salvador, el Salvador del hombre, de todo el hombre y de todos los hombres. Que Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos.
Después de este acto de fe, nosotros en horas especiales nos dedicamos a recorrer toda nuestra vida con Cristo, a recorrer todos los momentos dolorosos, penosos, en el campo del miedo; a repasar todos aquellos recuerdos medrosos que nos han ido enfermando paulatinamente. Pero, ¿para qué? No para amargarnos nuevamente con ellos, no para acumular temor, sino para detenernos con Cristo delante de cada una de estas escenas, de cada uno de esos acontecimientos que nos causaron pavor o miedo, para pedirle que derrame su paz, que comunique seguridad, que borre con su presencia amorosísima el trauma que dejó en nosotros ese acontecimiento doloroso. No se trata de no recordar ya aquella escena, sino de recordarla con tranquilidad, de recordarla con paz, seguros como estamos de que el Señor, el Salvador, la ha curado, la ha sanado perfectamente.
En este proceso de sanación del miedo, como manifestación del amor de Cristo y de su Espíritu, es muy conveniente hacer un inventario de las personas a quienes, por una u otra causa, tememos más. De las cosas que nos causan más miedo, de lo que interiormente nos hace sentir más inseguridad. Esto ¿para qué? Para también, de una manera concreta, pedirle al Señor en la oración que sane el miedo que tenemos a "Fulano de tal", a "Zutano", a tal o cual superior, a tal o cual compañero, a tal o cual enemigo, para pedirle que destruya el miedo que tenemos, por ejemplo, a determinada enfermedad, a montar en avión, a ir a tal o cual lugar, a enfrentarnos con tal o cual circunstancia. El Señor que se interesa concretamente por todo lo nuestro irá destruyendo esos distintos miedos, irá aumentando a través de un proceso maravilloso nuestra curación interior y cada día recobraremos más seguridad en nosotros, tendremos más seguridad en los demás, pero todo como fruto de la seguridad en Cristo, de la seguridad en su amor, en su poder y en su fidelidad.
A lo largo de este proceso irá creciendo en nosotros el amor al Señor y ese amor, recordémoslo, irá echando fuera el temor. Para que este proceso de curación del miedo tenga más eficacia en nosotros es muy importante emplear la visualización. Visualizar por el recuerdo las escenas, las personas, los acontecimientos que nos causaron miedo y visualizar la presencia de Jesús en ese momento y su acción tranquilizadora en cada uno de nosotros. Bill dice que "es difícil, por no decir imposible, que una curación o cambio se realice sin una imagen mental". Con los ojos de la mente nosotros deberíamos mirarnos e imaginarnos tal como quisiéramos ser. Si constantemente tenemos presente esta imagen y la reiteramos, tenderemos a ser semejantes a esta imagen. Mediante una imaginación positiva nuestra vida puede convertirse en una revelación y desarrollo continuos, ello dependerá en definitiva de la integridad de nuestra personalidad y no de palabras ni de frases hechas. Encontramos que la oración afirmativa es más poderosa que la oración de petición, y esto por razones obvias. La oración positiva nos sitúa del lado de la voluntad de Dios, trae y traduce de lo invisible a lo visible de nuestras vidas aquello que implica santidad, perfección e integridad. Por eso, visualizar la acción de Cristo que está con nosotros, que al presentarse nos dice: "Yo soy, no temáis", que nos ofrece su brazo protector, que nos invita a descansar en su regazo, es un elemento y un método de sanación maravilloso.
Tenemos que pedir la gracia de que nuestra fe en Cristo sea una fe verdaderamente viva, una fe actuante, una fe que abarque toda nuestra persona, una fe que nos lleve a experimentar realmente la presencia y la acción amorosa del Señor en nuestras personas y a lo largo de todas nuestras vidas.
Puede servirnos mucho seguir la terapia que los Dres. Parker y Johns aconsejan en su obra "La oración en la psicoterapia":
Primero: Reconocemos al Dios de amor dentro de nosotros mismos como el poder curativo del miedo y director de nuestras vidas.
Segundo: Conscientemente nos despojamos de cualquier cualidad negativa, motivo, impulso, sentimiento, pensamiento, que no queremos.
Tercero: Invitamos a este poder divino, a este amor del Señor, para que llene el vacío que nuestro despojo ha creado.
Cuarto: En los tiempos específicos de oración y durante el día tendremos delante de nosotros mismos pensamientos e imágenes positivas, sanas, plenas, estando ciertos que solamente ellos y ellas están de acuerdo con la voluntad de Dios acerca de sus criaturas.
Quinto: Cuando oramos creemos que hemos recibido aquella ayuda especial que hemos pedido y actuamos como si la hubiéramos recibido.
Sexto: Meditamos en Dios como Amor, en el mandamiento de Jesús de amar y buscamos la entrada a este círculo de perfección. El amor de Dios, el amor a nosotros como hijos de Dios y el amor del prójimo como a nosotros mismos
.
Séptimo: Escuchamos y esperamos un cierto sentido de victoria, una cierta sensación de presencia que nos dice: "Yo estoy aquí, todo está bien, no temáis".
Octavo: Ya se ha cumplido. ¡Gloria a Dios en las alturas! Te damos gracias, Señor, porque eres la paz, porque eres nuestro Salvador.
Si seguimos esta técnica, realmente no podemos fallar al fin de cuentas, ¿por qué? Porque Dios no puede fallar. Si nosotros nos despojamos de todo lo negativo, de lo destructivo, de todo lo que esté distorsionando y aceptamos lo positivo, el amor de Dios, la paz de Dios, nuestra victoria está asegurada y no puede ser de otra manera. Dios no puede retener el bien, Él lo comunica constantemente, entonces lo que se requiere es que nosotros quitemos el impedimento y recibamos el río del amor, el torrente de la paz del Señor, el perdón, el amor, la confianza, la fe y la paz brotarán en nosotros como de una fuente inextinguible y siempre presente, si nosotros podemos hacernos a un lado y damos cabida al Espíritu del Señor que quiere colmarnos, que quiere cambiarnos y que quiere dirigirnos.
También podemos pedir el ministerio de la sanación del miedo, que tanto daño nos hace. Muchas veces el Señor quiere comunicar su salvación por medio de otras personas a quienes escoge como ministros suyos. En este campo de la sanación del miedo, el Señor usa con frecuencia ese medio. Nosotros con humildad nos acercamos a personas que han recibido este carisma, nos ponemos a orar con ellas, pedimos la gracia de discernir, de descubrir las causas y fuentes principales de nuestro miedo interior y luego pedimos la oración para esta liberación. Estas personas guiadas por el Espíritu del Señor orarán como Él les sugiera, irán descubriendo quizá causas que están ocultas, irán viendo con claridad dónde está el principal problema en el campo del miedo. Su súplica, unida a la nuestra, alcanzará aquello que nosotros necesitamos, anhelamos y ahora pedimos con humildad.
Los efectos del ministerio de sanación interior aparecen en esta Renovación Carismática cada día con mayores posibilidades, es algo verdaderamente asombroso lo que se está consiguiendo, causa verdadera alegría ver cómo van cambiando muchas vidas, cómo se van curando interiormente a través de este ministerio de sanación interior. ¡Ojalá que esta luz llegue a muchas personas y que crezca el número de equipos de personas consagradas a este ministerio que tanto glorifica al Señor y que tantos beneficios reportan para las personas!
Sí, reconozcamos que estamos enfermos, quizá muy enfermos interiormente de miedo, reconozcamos que el miedo se ha ido acumulando en nosotros y nos impide muchas veces entregarnos al Señor, servir generosamente a los hermanos, llevar una vida tranquila. Pero reconozcamos también, con la gracia del Señor, que Él puede sanar este mal y puede calmar todas las tempestades que el miedo levante en nosotros. Recordemos lo que nos dice el evangelista S. Mateo: " Subió después Jesús a la barca y sus discípulos le siguieron. De pronto, se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas llegaban a cubrir la barca, pero Él estaba dormido. Acercándose, pues, se acercaron diciendo: "Señor, sálvanos que perecemos". Díceles: " ¿Por qué estáis con miedo, hombres de poca fe?". Entonces, se levantó e increpó a los vientos y al mar y sobrevino una gran bonanza, y aquellos hombres maravillados decían: ¿ Quién es éste que hasta los vientos y el mar le obedecen?
Señor Jesús, que yo nunca recorra el mar de la existencia solo, que yo te lleve siempre en mi vida y en mi barca, que yo disfrute siempre, Señor, de tu compañía amorosísima, que cuando arrecie la tempestad, cuando el miedo levante olas que amenacen sumergirme, yo te mire, Señor, yo te invoque con fe y con confianza.
Que Tú, Señor, ordenes a esos vientos y a esa mar que se calmen, que no me destruyan, que no me atormenten.
Señor, tú eres la paz, Tú dijiste: "Mi paz os dejo, mi paz os doy", dime estas palabras, Señor: "Te doy mi paz, te dejo mi paz". Destruye, Señor, el miedo y el odio que se han acumulado en mí, disipa tantos temores infundados que me atormentan, calma Señor la tempestad que con frecuencia se levanta en mi interior, que se manifieste tu paz, Señor, en mi vida, que aparezca tu Señorío, que Tú domines mis emociones, que Tú me tranquilices interiormente.
Tú eres mi paz, Tú eres la paz, Tú eres el Amor.
Gracias, Señor, porque me amas, gracias Señor porque me curas, gracias Señor porque me salvas.
¡Bendito seas, Señor, gloria a Ti Señor!
Por Mons. Uribe Jaramillo.
Su fecunda labor pastoral abarcó muchas áreas: impulsó vocaciones sacerdotales y religiosas, fundó seminarios, asociaciones sacerdotales, grupos de misioneros y obras de ayuda social, creo la Universidad Catçolica de Oriente para la formaciçon de profesionales cristianos. Ha sido, además, uno de los eminentes miembros del Movimiento de Renovación Carismática Católica.
Fue autor de numerosos libros y otros escritos sobre temas bíblicos, eclesiásticos y espirituales, de estos ùltimos destacan aquellos referidos al ministerio de sanación. Falleció en 1993.
"Estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz sea con vosotros". Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor. Jesús repitió: "La paz con vosotros. Como el Padre me envió, Yo también os envío". Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo, a quien perdonéis los pecados les quedan perdonados, a quienes se los retengáis les quedan retenidos".
Señor Jesús, quiero proclamar tu Señorío, quiero glorificarte porque eres nuestra paz, quiero bendecirte porque Tú eres el único que regalas la paz verdadera. Gracias por la paz que diste a tus discípulos el día de tu Resurrección, gracias Señor porque en tu bondad quisiste quitar el miedo que había en ellos. "No temáis, les dijiste, la paz sea con vosotros". Apiádate, Señor, de nosotros también ahora. Tenemos miedo, Tú lo sabes, mucho miedo, Señor. Destruye con tu paz, con tu amor, con tu serenidad, el miedo que nos domina, el miedo que nos tiene enfermos, Señor. Tú eres nuestro Salvador, Jesús, sálvanos del miedo, inúndanos de paz, concédenos la plenitud de tu Espíritu para que experimentemos el gozo verdadero. Gracias, Señor.
Estamos viviendo la hora maravillosa de la Renovación espiritual carismática, estamos frente a la gran novedad para nosotros, como obra del Espíritu, que es el amor paternal de Dios, "Padre de misericordias y Dios de todo consuelo", que nos llena de alegría en medio de nuestras tribulaciones. Estamos descubriendo por obra del Espíritu la gran novedad que es Cristo, " el mismo ayer, hoy y por los siglos", como nos dice la epístola a los Hebreos. Y estamos descubriendo la gran novedad que es el Espíritu Santo, cuyo amor y cuya acción estamos experimentando en nuestras vidas. Gracias al Señor por este beneficio.
Si algo es seguro como doctrina es la referente a la Renovación espiritual carismática. La Renovación nos permite creer que lo que hizo el Señor por su Espíritu el día de Pentecostés lo hace también ahora en la Iglesia, ella está viviendo actualmente su nuevo Pentecostés. Lo que necesitamos hacer ahora es preparar nuestras vidas para esa invasión del amor y de la bondad del Espíritu del Señor. No se trata de adquirir doctrina únicamente, se trata de algo más importante, experimentar en nosotros la acción amorosa del Señor, la curación que Él quiere hacer de nuestros cuerpos y especialmente de nuestros corazones que están enfermos.
Cuando la gente que ha presenciado el prodigio de Pentecostés, dice con el corazón compungido a Pedro ya los demás apóstoles: "¿Qué hemos de hacer, hermanos?" Pedro les contestó: "Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el Nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. La promesa es para vosotros y para vuestros hijos y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro".
El Señor es el Emmanuel ("Dios con nosotros"), Él nos busca siempre, pero quiero que nosotros salgamos también a su encuentro. Esto es lo que Él nos dice por su apóstol: "Convertíos, volveos hacia Mí, dejad vuestros malos caminos, abrazad el bien". La palabra "metanoia" que significa "conversión" quiere decir "caminar hacia adelante, buscar a Jesús", por eso la conversión es necesaria para nosotros constantemente. Con frecuencia las criaturas nos alejan del Señor y necesitamos volvernos hacia Él, convertirnos, Es decir, necesitamos conocer con la luz del Espíritu nuestra realidad de pecadores, sentirnos manchados como en verdad lo estamos, para acercarnos con fe a Cristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y decirle: "Lávame más, Señor, límpiame de todo pecado, lávame con tu Sangre sacerdotal. Borra, destruye todas mis culpas",
Una de las gracias que debemos pedir con frecuencia es la de sentir nuestra realidad de pecadores, la de sentirnos manchados para acercarnos con confianza a nuestro Padre y decirle: "He pecado contra el cielo y contra Ti", para acercarnos con confianza a Jesús nuestro Salvador, para pedir que su Sangre limpie todas nuestras miserias.
Pero la Renovación nos está mostrando una cosa muy importante: no basta recibir el perdón de los pecados para disfrutar de la experiencia amorosa de Dios, necesitamos algo más: la curación interior, la sanación del corazón enfermo, para que éste pueda experimentar la efusión del amor del Señor. Además del perdón de los pecados necesitamos la sanación interior, una curación interior que solamente puede realizar en nosotros el amor de Dios, que sólo puede efectuar en nosotros la paz de Cristo.
Encontramos a personas que después de grandes esfuerzos por disfrutar del amor del Señor, continúan en una sequedad tremenda. Ellos a veces se preocupan y piensan: Todo esto se debe a falta de generosidad, a falta de arrepentimiento del pecado, por no haberle dado al Señor lo que me pide. Muchas veces la causa es muy distinta. Se trata de personas que están bloqueadas por el miedo y por el odio. Los canales, podríamos decir, que llevan el amor del Señor están bloqueados por el pavor, por los recuerdos dolorosos, por la falta de perdón interior.
Este miedo y este odio impiden que llegue a ellos el río del Espíritu, que llegue a ellos el raudal de la paz. El plan del Señor es darnos su paz en plenitud: "Haré descender sobre ella como ríos la paz", son sus palabras a través de Isaías. Él nos habla también de su Espíritu en forma de "ríos de agua viva" que deben inundarnos, que deben llenarnos de frescura, que deben llenarnos de pureza y de fecundidad. Él quiere darlo todo a torrentes. Hablando de su Espíritu ha dicho: "Lo derramaré sobre toda carne", pero Él también añade: "Abre tu boca y Yo la llenaré".
Depende mucho también de nuestra capacidad de recibir, depende también mucho de nuestra situación personal. El Señor quiere darnos en plenitud, pero también tiene en cuenta nuestras limitaciones. Y son el odio y son el miedo los que limitan en gran parte la comunicación del amor, de la paz, de la suavidad del Señor. Por eso, la experiencia del Señor en nosotros es, a veces, muy tenue; a veces, podríamos decir "imperceptible".
El relato del Evangelio de San Juan que oímos hace poco nos demuestra cómo el Señor, antes de dar su Espíritu, destruye el miedo que se ha apoderado de los apóstoles. "No temáis, les dice, no temáis", les dice dos veces. Y solamente cuando ha efectuado esta curación interior del miedo, les dice: "Recibid el Espíritu Santo". Es que únicamente en ese instante están preparados, después de recibir la curación interior, para recibir el don del Espíritu.
Es preciso antes que todo, que nos convenzamos de la necesidad que tenemos de curación interior. Este es el primer paso. Para esto se requiere conocer un poco la realidad de nuestro mundo interior enfermo. Hoy afortunadamente contamos con el rico aporte de la psicología. Los psicólogos nos hablan ahora lo que ellos llaman "los cuatro principales demonios que nos atormentan". Son ellos: el miedo, el odio, el complejo de inferioridad y el complejo de culpa. Claro, que nuestros problemas no se limitan a estos cuatro, pero estos son los principales.
La experiencia me demuestra que tal vez el peor de todos esos "demonios", empleando el término psicológico, es el del MIEDO. Cuando el niño nace, teme solamente dos cosas: una caída y los ruidos fuertes. En ese momento no conoce todavía los peligros y por eso sus temores son muy limitados, pero pronto empiezan a acumularse en él los miedos por todo lo que va sufriendo y por los peligros que va descubriendo. Si efectuásemos un test entre las distintas personas que nos acompañan, encontraríamos cómo en cada una de ellas se ha acumulado una serie verdaderamente grande de miedos. Hallaríamos miedos tan infantiles, llamémoslos así, como el que tienen por ejemplo muchas mujeres a los ratones, y en los hombres encontraríamos otros por el estilo. Lo que sucede es que, porque se trata precisamente de miedos que delatan nuestro infantilismo, generalmente los ocultamos o, por lo menos, procuramos ocultarlos. El hecho indiscutible es que todos hemos acumulado miedo y que todos estamos enfermos de miedo.
Pero, tal vez, no hemos caído en la cuenta de que quizá muchos de nosotros hemos acumulado miedo al Señor. ¿Por qué tanta dificultad para entregarnos totalmente a Cristo? ¿Por qué, eso que podríamos llamar "pavor", para hacerle nuestra entrega total? Seguramente porque, en el fondo, tememos que Él nos va a pedir mucho, que nos va a exigir esto o aquello, que nos va a pedir "algo" a lo cual nos sentimos íntimamente apegados, porque en realidad va a exigir de nosotros la inmolación de los que, en realidad, son nuestros ídolos. Y esto es demasiado costoso. Toda entrega amorosa es exigente, toda entrega amorosa entraña un riesgo. En lo humano, hay que inmolar muchas cosas cuando se realiza la unión matrimonial, hay que renunciar a muchos gustos personales para disfrutar del beneficio de esta unión santificada por el Señor. En lo espiritual sucede lo mismo, la entrega amorosa al Señor exige la inmolación de los ídolos, pero debemos tener seguridad de que Aquel a quien nos entregamos es el Señor, es el fiel, es el infinitamente bueno, el que nunca ni cansa ni se cansa, el que no va a traicionarnos. Solamente cuando hablamos de Cristo podemos exclamar: "Sé a quien he creído, sé en quien he confiado", esto no podemos decirlo de ninguna de las criaturas, solamente podemos afirmarlo del Señor Jesús. Pero Cristo es el Señor y, por lo mismo, puede disponer de nosotros y de lo nuestro como lo desee, como quiera.
Esto es lo que nos causa pavor, lo que nos produce miedo, el reconocimiento del Señorío del Señor, nos pone frente a nuestra realidad, a nuestra realidad de siervos, a nuestras limitaciones, a la obligación que tenemos de "amar al Señor con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas", al deber que tenemos de demostrar prácticamente el Señorío del Señor con la destrucción de los ídolos que se oponen a su gloria. La entrega amorosa que hacemos al Señor nos pone en posesión de Cristo, en posesión de su Espíritu, en posesión de sus riquezas. Por eso merece bien la pena sacrificar todo lo que Él nos pida para lograr esta bendición.
Tengamos muy presente que entrar en la Renovación Carismática no es entrar en un camino fácil, como tal vez algunos lo imaginan. Entrar en la Renovación Carismática es entrar en el camino del renunciamiento, del don total, de la generosidad constante para, a su vez, disfrutar de la manifestación también continua del amor del Señor .
Recordemos que, como nos dice el evangelista S. Lucas, después de que Cristo recibe en el Jordán la Unción del Espíritu, de su poder, es conducido por este mismo Espíritu hacia el desierto para allí ser tentado por el demonio. Al Jordán le sigue el desierto con sus privaciones y sus tentaciones, pero Cristo triunfa allí porque tiene el poder del Espíritu, por eso al final el demonio se aleja de Él y los ángeles se acercan para servirle. Entregarse a Cristo es entregarse a un futuro desconocido, pero a un futuro que está en sus manos, en sus manos amorosísimas. No sabemos lo que Él va a disponer para nosotros y en nosotros, pero tenemos la seguridad de que es el Señor y que es el Amor y que es la Fidelidad. Pero, a pesar de ese concepto que tenemos del Señor, como no sabemos qué nos va a quitar, a donde nos va a conducir, qué va a ser de nosotros, de qué va a privarnos, nos causa miedo. Yo soy el primero en experimentar este miedo, es muy difícil superarlo, solamente cuando poseamos la plenitud del Espíritu, cuando recibamos la fuerza del Espíritu, entonces desecharemos este miedo que tanto nos perjudica y que desafortunadamente impide muchas veces la entrega generosa, alegre y sobre todo total al Señor.
Solamente cuando logremos, con la gracia del Espíritu, dominar este miedo a Jesús nos entregaremos totalmente a Él y Él se entregará también a nosotros. Solamente entonces le abriremos la puerta de nuestro corazón y Él entrará. En el Apocalipsis nos ha dicho: "He aquí que estoy a la puerta y llamo, si alguno me abre, entraré, cenaré con él y él conmigo", pero solamente abriremos la puerta a Cristo cuando perdamos el miedo al Señor.
Por eso, lo primero que tenemos que hacer es ORAR, para que desaparezca de nosotros ese miedo al Señorío de Cristo. Es preciso orar mucho por esta intención. Si algunos han superado ya esta etapa, si algunos pueden afirmar que no temen al Señor, están en una situación sumamente positiva y ventajosa. Pero seguramente muchos necesitamos orar por esta necesidad, la liberación del miedo que, en una u otra forma, nos impide entregarnos al Señor.
Para esto necesitamos recordar las palabras de Cristo: "Yo soy. No temáis". En la medida en que adquiramos seguridad en la presencia de Cristo en nuestras vidas y fe en su amor, desaparecerá de nosotros el miedo a todo, pero primero el miedo a Él.
Recordemos cómo Jesús sanó ante todo el miedo de sus apóstoles. Pocas personas encontramos dominadas por el miedo como estos apóstoles que habían vivido muy cerca de Jesús. Sin embargo, en el momento de la Pasión, por ejemplo, huyen cuando Cristo cae en manos de sus enemigos. Él lo había ya profetizado: "Herirán al pastor y se dispersarán las ovejas".
Pero como solamente es Él el que sana del miedo, solamente Cristo sana del miedo al comunicarnos su Espíritu, por eso Él el día mismo de su Resurrección adelanta esta curación interior de los apóstoles: "Yo soy. No temáis". Es Él también quien por su Espíritu sana en nosotros el miedo que hemos acumulado en este campo. Pero los apóstoles quedaron curados plenamente del miedo únicamente el día de Pentecostés, hasta ese momento han estado con las puertas cerradas. Solamente salen al balcón ese día para predicar a Cristo, para ser testigos de Cristo. ¿Por qué? Porque como nos dicen los Hechos de los Apóstoles, "quedaron todos llenos del Espíritu Santo". Esta plenitud del Espíritu es distinta de la recepción del Espíritu, ellos lo habían recibido el día de la Resurrección, pero la plenitud del Espíritu, con su poder total, solamente la adquieren el día de Pentecostés. También nuestra sanación interior del miedo y del miedo a Cristo será una realidad cuando recibamos la plenitud del Espíritu, cuando quedemos llenos también del Espíritu del Señor, cuando seamos bautizados en su Espíritu. Esta es la verdad que estamos descubriendo actualmente por medio de la Renovación Carismática.
Uno de los primeros efectos de la Efusión del Espíritu es la seguridad interior. La fuerza del Espíritu destruye en nosotros el miedo que es debilidad, en cambio adquirimos entusiasmo por Cristo. El Señor, antes de la Ascensión, les dice a los apóstoles: "Recibiréis el poder del Espíritu y seréis mis testigos hasta los confines de la tierra". Antes de Pentecostés, los apóstoles no pueden dar testimonio de Cristo porque tienen miedo. Pensemos en el caso de S. Pedro: a pesar de sus promesas de fidelidad, promesas que eran sinceras cuando las hizo, durante la Pasión niega a Cristo y aún con juramento y delante de una esclava. "No conozco a ese hombre", dice. Y ¿por qué este cambio? Porque en ese momento Pedro está dominado por el miedo, no puede ser testigo de Jesús; conoce a Jesús y ama a Jesús, pero tiene miedo y por esto no puede dar testimonio del Señor ni puede confesar al Señor.
Pero este Pedro que niega al Señor delante de una esclava, será el que el día de Pentecostés lo proclamará con alegría y con valor, lo hará sin miedo, y esto sucederá en los meses y en los años siguientes, nada lo detendrá, será el testigo fiel del Señor. ¿Por qué este cambio? Porque el Espíritu del Señor al colmarlo el día de Pentecostés lo sanó del miedo, le dio seguridad interior, lo llenó de fortaleza y lo convirtió en testigo del Señor Jesús.
La gran necesidad que tiene ahora la Iglesia, la gran necesidad del mundo en este momento es la de testigos de Jesús. Hay muchos predicadores del Señor, hay muchas personas que pueden hablar de Él, pero son pocas las que se atreven a dar testimonio del Señor, a ser sus testigos en los ambientes difíciles. En un medio universitario, por ejemplo, las personas en una conversación están exponiendo criterios anti-evangélicos, la gran necesidad de la época presente es la de testigos de Cristo, pero esto lo lograremos únicamente cuando el Espíritu del Señor, al derramarse en nosotros, nos quite el miedo, nos libere del temor; nos dé seguridad, nos llene de fortaleza. y cuando Cristo nos da seguridad en Él, empieza también a darnos seguridad en nosotros y a confiar en los demás.
Él nos sana primero del miedo que le tenemos, pero quiere sanarnos después del miedo que nos tenemos y del miedo que tenemos a los demás. Es mucho el miedo que hemos acumulado respecto a nosotros mismos y mucho también el que tenemos a distintas personas. La serie de fracasos que hemos experimentado a lo largo de nuestras vidas nos ha llenado de inseguridad, nos ha hecho cada vez menos firmes, menos seguros. La incertidumbre es uno de los distintivos.
No tenemos seguridad frente al futuro, porque el pasado está lleno de fracasos y solamente cuando tengamos seguridad frente al futuro lo conquistaremos, progresaremos, cumpliremos las metas señaladas, llegaremos a feliz puerto. "El que no espera vencer, ya está vencido", dice el adagio, allí está encerrada una gran verdad. Los fracasos que nos han proporcionado personas desde los primeros años de nuestra existencia, los que hemos tenido por imprudencia, por falta de previsión, por distintos fallos, nos han llenado de miedo.
Esta es la realidad, pero también existe la verdad de la sanación de Cristo, Él puede sanar este miedo que tenemos en nuestro interior respecto a nosotros, Él puede curarnos de esta inseguridad. Solamente Él, por su Espíritu, puede llenarnos de fortaleza.
Y es mucho el miedo que hemos acumulado respecto a distintas personas, personas que por una u otra causa, por una u otra actuación, nos han impresionado desfavorablemente, han creado en nosotros complejo de inferioridad, nos causan miedo con sus amenazas, con su misma presencia muchas veces. De este miedo también puede sanarnos el Señor y quiere sanarnos el Señor.
JESUS, que es nuestra paz, empieza a sanar del miedo desde antes de su nacimiento. Por medio del ángel, tranquiliza a José: "No temas tomar contigo a María tu esposa porque lo concebido en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados". Despertó José del sueño e hizo como el ángel del Señor le había mandado y tomó consigo a su esposa.
El día de su nacimiento en Belén, por medio del ángel sana también el miedo de los pastores. El ángel les dijo: "No temáis, pues os anuncio una gran alegría que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy en la ciudad de David un Salvador que es el Cristo Señor". Cuando los ángeles dejándoles se fueron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: "Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado". Ya sin miedo y llenos de alegría, pueden acercarse al portal y realizar allí el encuentro maravilloso con el Señor .
Pero hay un hecho sumamente elocuente para manifestar el poder de sanación interior, de sanación del miedo, que tiene el Señor Jesús. NICODEMO es un fariseo, magistrado judío, que va a buscar a Jesús, pero "de noche". Va a hablar con el Señor, pero no lo hace de día, teme las burlas de sus compañeros, por eso busca la oscuridad. Es de noche cuando se dirige a la casa de Jesús y cuando tiene el diálogo con Él, es un hombre dominado por el miedo. Pero el Señor, que es la paz, que es la seguridad, que es la fortaleza, dialoga con este hombre dominado por el miedo, le habla de su Espíritu, del nuevo nacimiento: "El que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios; lo nacido de la carne es carne, lo nacido del espíritu es espíritu".
A través de aquel diálogo, el Señor penetra en el corazón medroso de Nicodemo y lo sana totalmente. La curación interior de Nicodemo es tan completa que, poco después, cuando los fariseos quieren condenar a muerte a Jesús, cuando incluso reclaman a los guardias por qué no han traído prisionero a Cristo, Nicodemo les dice: " ¿Acaso nuestra ley condena a un hombre sin haberle antes oído y sin saber lo que hace?". Ellos le respondieron: "¿También tú eres de Galilea? Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta", y se volvieron cada uno a su casa. Aquel hombre con su valor confunde a quienes quieren perder a Cristo, los obliga a volver a su casa. Y algo más admirable todavía: el Viernes Santo, cuando Cristo ha sido crucificado, cuando todos (aún sus discípulos) lo han abandonado, Nicodemo, en compañía de José de Arimatea, se presenta ante Pilatos para pedirle el cuerpo de Jesús. Es un hombre que ya no tiene miedo, porque Jesús lo había sanado. Como señal de gratitud y como demostración de aprecio, él ahora quiere honrar al Señor dando sepultura a su cuerpo.
Pero lo que debe llenarnos de alegría y de esperanza es saber que Jesús es el mismo ayer, hoy y por los siglos. Que ese Jesús que sanó el miedo que había en José, que había en los pastores, que destruyó el miedo que oprimía a Nicodemo y que muchas veces adelantó un proceso de curación del miedo en sus apóstoles, puede y quiere realizar el mismo favor en beneficio de nosotros. Él también quiere destruir el miedo que nos domina y nos enferma, Él también puede hacerlo ahora y lo hará si nosotros nos acercamos a Él con fe y con humildad. Sería un mal para nosotros descubrir la serie de temores que nos oprimen y aún las consecuencias terribles que tienen sobre nuestro organismo, si no estuviésemos convencidos de que tenemos una solución en Cristo, en Cristo que es la solución de todos los problemas. Es el temor a fracasar, a la sexualidad, a defendernos, a confiar en los demás, a pensar, a hablar, a la soledad y a tantas otras cosas, tienen en Cristo nuestro Señor la gran solución, la pronta solución.
El apóstol S. Juan escribió en su Epístola unas palabras llenas de Verdad y con un profundo significado psicológico: "El amor perfecto echa fuera el temor, porque el temor supone castigo y el que teme no es perfecto en el amor". Aquí encontramos la gran solución para la enfermedad interior del miedo: el amor paternal de Dios, el amor fraternal y salvador de Cristo, el amor del Espíritu que mora en nosotros. En la medida en que nos dejemos abrazar por el amor de Dios, en esa misma medida irá desapareciendo el temor que hay en nosotros. Y cuando el amor de Dios llegue a ser perfecto en nosotros el temor será arrojado fuera.
La Renovación Carismática nos coloca de una manera muy clara frente al amor del Señor, frente al amor del Espíritu y estamos experimentando la verdad de aquellas palabras de S. Pablo a los Romanos: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado". Por eso, muchas personas cuando tienen la experiencia del Espíritu, cuando se dejan invadir por este Río de Aguas Vivas, cuando se dejan de veras abrazar por su amor, se van viendo liberadas de los recuerdos dolorosos en todos los campos, pero concretamente en el del miedo.
Este es uno de sus grandes beneficios, no lo sabremos apreciar nunca debidamente.
Un psicólogo americano ha escrito: " A menos que podamos aceptar que, el amor de Dios nos envuelve ahora con todas nuestras faltas, debilidades y limitaciones, no seremos mejores mañana ni siquiera un ápice de lo que somos hoy; a menos que podamos creer en un Dios que es Amor no podremos llegar a ser honestos. El temor siempre nos separará del poder curativo". Pero el método concreto y fácil para recibir, de una manera progresiva, a través de un proceso, la curación interior del miedo como
don de Cristo, es acercarnos a El con fe, creer verdaderamente que El está resucitado en nosotros y con nosotros, que El es el Salvador, el Salvador del hombre, de todo el hombre y de todos los hombres. Que Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos.
Después de este acto de fe, nosotros en horas especiales nos dedicamos a recorrer toda nuestra vida con Cristo, a recorrer todos los momentos dolorosos, penosos, en el campo del miedo; a repasar todos aquellos recuerdos medrosos que nos han ido enfermando paulatinamente. Pero, ¿para qué? No para amargarnos nuevamente con ellos, no para acumular temor, sino para detenernos con Cristo delante de cada una de estas escenas, de cada uno de esos acontecimientos que nos causaron pavor o miedo, para pedirle que derrame su paz, que comunique seguridad, que borre con su presencia amorosísima el trauma que dejó en nosotros ese acontecimiento doloroso. No se trata de no recordar ya aquella escena, sino de recordarla con tranquilidad, de recordarla con paz, seguros como estamos de que el Señor, el Salvador, la ha curado, la ha sanado perfectamente.
En este proceso de sanación del miedo, como manifestación del amor de Cristo y de su Espíritu, es muy conveniente hacer un inventario de las personas a quienes, por una u otra causa, tememos más. De las cosas que nos causan más miedo, de lo que interiormente nos hace sentir más inseguridad. Esto ¿para qué? Para también, de una manera concreta, pedirle al Señor en la oración que sane el miedo que tenemos a "Fulano de tal", a "Zutano", a tal o cual superior, a tal o cual compañero, a tal o cual enemigo, para pedirle que destruya el miedo que tenemos, por ejemplo, a determinada enfermedad, a montar en avión, a ir a tal o cual lugar, a enfrentarnos con tal o cual circunstancia. El Señor que se interesa concretamente por todo lo nuestro irá destruyendo esos distintos miedos, irá aumentando a través de un proceso maravilloso nuestra curación interior y cada día recobraremos más seguridad en nosotros, tendremos más seguridad en los demás, pero todo como fruto de la seguridad en Cristo, de la seguridad en su amor, en su poder y en su fidelidad.
A lo largo de este proceso irá creciendo en nosotros el amor al Señor y ese amor, recordémoslo, irá echando fuera el temor. Para que este proceso de curación del miedo tenga más eficacia en nosotros es muy importante emplear la visualización. Visualizar por el recuerdo las escenas, las personas, los acontecimientos que nos causaron miedo y visualizar la presencia de Jesús en ese momento y su acción tranquilizadora en cada uno de nosotros. Bill dice que "es difícil, por no decir imposible, que una curación o cambio se realice sin una imagen mental". Con los ojos de la mente nosotros deberíamos mirarnos e imaginarnos tal como quisiéramos ser. Si constantemente tenemos presente esta imagen y la reiteramos, tenderemos a ser semejantes a esta imagen. Mediante una imaginación positiva nuestra vida puede convertirse en una revelación y desarrollo continuos, ello dependerá en definitiva de la integridad de nuestra personalidad y no de palabras ni de frases hechas. Encontramos que la oración afirmativa es más poderosa que la oración de petición, y esto por razones obvias. La oración positiva nos sitúa del lado de la voluntad de Dios, trae y traduce de lo invisible a lo visible de nuestras vidas aquello que implica santidad, perfección e integridad. Por eso, visualizar la acción de Cristo que está con nosotros, que al presentarse nos dice: "Yo soy, no temáis", que nos ofrece su brazo protector, que nos invita a descansar en su regazo, es un elemento y un método de sanación maravilloso.
Tenemos que pedir la gracia de que nuestra fe en Cristo sea una fe verdaderamente viva, una fe actuante, una fe que abarque toda nuestra persona, una fe que nos lleve a experimentar realmente la presencia y la acción amorosa del Señor en nuestras personas y a lo largo de todas nuestras vidas.
Puede servirnos mucho seguir la terapia que los Dres. Parker y Johns aconsejan en su obra "La oración en la psicoterapia":
Primero: Reconocemos al Dios de amor dentro de nosotros mismos como el poder curativo del miedo y director de nuestras vidas.
Segundo: Conscientemente nos despojamos de cualquier cualidad negativa, motivo, impulso, sentimiento, pensamiento, que no queremos.
Tercero: Invitamos a este poder divino, a este amor del Señor, para que llene el vacío que nuestro despojo ha creado.
Cuarto: En los tiempos específicos de oración y durante el día tendremos delante de nosotros mismos pensamientos e imágenes positivas, sanas, plenas, estando ciertos que solamente ellos y ellas están de acuerdo con la voluntad de Dios acerca de sus criaturas.
Quinto: Cuando oramos creemos que hemos recibido aquella ayuda especial que hemos pedido y actuamos como si la hubiéramos recibido.
Sexto: Meditamos en Dios como Amor, en el mandamiento de Jesús de amar y buscamos la entrada a este círculo de perfección. El amor de Dios, el amor a nosotros como hijos de Dios y el amor del prójimo como a nosotros mismos
.
Séptimo: Escuchamos y esperamos un cierto sentido de victoria, una cierta sensación de presencia que nos dice: "Yo estoy aquí, todo está bien, no temáis".
Octavo: Ya se ha cumplido. ¡Gloria a Dios en las alturas! Te damos gracias, Señor, porque eres la paz, porque eres nuestro Salvador.
Si seguimos esta técnica, realmente no podemos fallar al fin de cuentas, ¿por qué? Porque Dios no puede fallar. Si nosotros nos despojamos de todo lo negativo, de lo destructivo, de todo lo que esté distorsionando y aceptamos lo positivo, el amor de Dios, la paz de Dios, nuestra victoria está asegurada y no puede ser de otra manera. Dios no puede retener el bien, Él lo comunica constantemente, entonces lo que se requiere es que nosotros quitemos el impedimento y recibamos el río del amor, el torrente de la paz del Señor, el perdón, el amor, la confianza, la fe y la paz brotarán en nosotros como de una fuente inextinguible y siempre presente, si nosotros podemos hacernos a un lado y damos cabida al Espíritu del Señor que quiere colmarnos, que quiere cambiarnos y que quiere dirigirnos.
También podemos pedir el ministerio de la sanación del miedo, que tanto daño nos hace. Muchas veces el Señor quiere comunicar su salvación por medio de otras personas a quienes escoge como ministros suyos. En este campo de la sanación del miedo, el Señor usa con frecuencia ese medio. Nosotros con humildad nos acercamos a personas que han recibido este carisma, nos ponemos a orar con ellas, pedimos la gracia de discernir, de descubrir las causas y fuentes principales de nuestro miedo interior y luego pedimos la oración para esta liberación. Estas personas guiadas por el Espíritu del Señor orarán como Él les sugiera, irán descubriendo quizá causas que están ocultas, irán viendo con claridad dónde está el principal problema en el campo del miedo. Su súplica, unida a la nuestra, alcanzará aquello que nosotros necesitamos, anhelamos y ahora pedimos con humildad.
Los efectos del ministerio de sanación interior aparecen en esta Renovación Carismática cada día con mayores posibilidades, es algo verdaderamente asombroso lo que se está consiguiendo, causa verdadera alegría ver cómo van cambiando muchas vidas, cómo se van curando interiormente a través de este ministerio de sanación interior. ¡Ojalá que esta luz llegue a muchas personas y que crezca el número de equipos de personas consagradas a este ministerio que tanto glorifica al Señor y que tantos beneficios reportan para las personas!
Sí, reconozcamos que estamos enfermos, quizá muy enfermos interiormente de miedo, reconozcamos que el miedo se ha ido acumulando en nosotros y nos impide muchas veces entregarnos al Señor, servir generosamente a los hermanos, llevar una vida tranquila. Pero reconozcamos también, con la gracia del Señor, que Él puede sanar este mal y puede calmar todas las tempestades que el miedo levante en nosotros. Recordemos lo que nos dice el evangelista S. Mateo: " Subió después Jesús a la barca y sus discípulos le siguieron. De pronto, se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas llegaban a cubrir la barca, pero Él estaba dormido. Acercándose, pues, se acercaron diciendo: "Señor, sálvanos que perecemos". Díceles: " ¿Por qué estáis con miedo, hombres de poca fe?". Entonces, se levantó e increpó a los vientos y al mar y sobrevino una gran bonanza, y aquellos hombres maravillados decían: ¿ Quién es éste que hasta los vientos y el mar le obedecen?
Señor Jesús, que yo nunca recorra el mar de la existencia solo, que yo te lleve siempre en mi vida y en mi barca, que yo disfrute siempre, Señor, de tu compañía amorosísima, que cuando arrecie la tempestad, cuando el miedo levante olas que amenacen sumergirme, yo te mire, Señor, yo te invoque con fe y con confianza.
Que Tú, Señor, ordenes a esos vientos y a esa mar que se calmen, que no me destruyan, que no me atormenten.
Señor, tú eres la paz, Tú dijiste: "Mi paz os dejo, mi paz os doy", dime estas palabras, Señor: "Te doy mi paz, te dejo mi paz". Destruye, Señor, el miedo y el odio que se han acumulado en mí, disipa tantos temores infundados que me atormentan, calma Señor la tempestad que con frecuencia se levanta en mi interior, que se manifieste tu paz, Señor, en mi vida, que aparezca tu Señorío, que Tú domines mis emociones, que Tú me tranquilices interiormente.
Tú eres mi paz, Tú eres la paz, Tú eres el Amor.
Gracias, Señor, porque me amas, gracias Señor porque me curas, gracias Señor porque me salvas.
¡Bendito seas, Señor, gloria a Ti Señor!
Los desafíos del Papa Juan Pablo II a la RCC
ORACIÓN
Por Darius Jeziorny
Fuente: Boletín del ICCRS – Año XXXII, Número 2
Una vez, hace algún tiempo,
me asombré al escuchar
a un predicador que hacía la pregunta:
¿conocen a Dios?
Yo estaba empezando
entonces y esa pregunta me sorprendía
porque estaba dirigida a líderes
de la Renovación Carismática.
Muchos de ellos habían estado
sirviendo al Señor durante años.
Empecé a pensar:
¿es posible servir
a Jesús con ilusión y no conocerle?
Sé que este artículo sobre la
oración lo leerán primero líderes de
la RCC que realizan un trabajo maravilloso
para el Señor. Pero estoy seguro
de que la pregunta es válida todavía
hoy para todos nosotros. Nuestro
mundo contemporáneo transcurre
como nunca antes, tan rápido y
tan loco. Como historiador, lo puedo
ver claramente: muchas personas se
sienten perdidas o incluso asustadas.
Pero la mayoría intenta normalmente
mantener el ritmo del mundo
corriente. No estoy pensando solo en
las personas que se ocupan de sus
negocios sino también en personas
implicadas en las actividades de
Dios, como retiros, evangelización,
ministerio de sanación, etc. En tales
situaciones muchas personas simplemente
no tienen tiempo para su
propia oración y por consiguiente están
perdiendo su vínculo con el Señor.
Este proceso es invisible desde
fuera e incluso para las personas implicadas
en él, podría permanecer invisible
durante meses o incluso años.
Tal problema también atañe a
cristianos carismáticos que muy a menudo
dicen, “Jesús dijo...”. Y sin embargo,
¿es posible ser un verdadero
profeta sin pasar tiempo ante el Señor?
Desde luego Dios puede hablar
utilizando a cualquiera, porque El no
está limitado por medidas humanas,
pero también quiere que sus profetas
estén tan cerca de él como sea posible.
No es extraño que incluso cristianos
muy dotados dejen de ser carismáticos
y pierdan su relación con el Dador de
carismas. Realmente es inevitable esto
sin un contacto regular con Dios.
La oración es un lugar de
encuentro personal con el Señor,
donde uno puede experimentar
su presencia. Las personas implicadas
en la RCC muy a menudo
ven a Jesús durante encuentros
de oración, adoración y en el ejercicio
de algunos carismas, por
ejemplo en el carisma de sanación.
En tal situación nadie duda
de que el Señor está cerca. ¿Pero
qué sucede cuando la sanación
no ocurre o las profecías no tocan los
corazones de las personas? ¿Dónde
puede uno experimentar a Dios? Por
supuesto, es únicamente en la oración
personal donde un cristiano
puede encontrarse con Él cara a cara.
Es un lugar donde el Señor habla
a la persona directamente. Y es el
lugar donde uno puede descubrir el
modo especial de Dios de hablarle
personalmente. Sin saber esto, podemos
sentirnos inseguros y solos
en nuestra vida cotidiana, especialmente
cuando nos enfrentamos a
situaciones difíciles.
Por último, debe observarse
que la oración personal ofrece una
oportunidad maravillosa para reflexionar
sobre la implicación personal
en la vida corriente así como en
el servicio de los carismas recibidos
de parte del Espíritu Santo. Los cristianos
maduros no se consideran
perfectos en todo lo que están
haciendo y saben que es imposible
mejorar algo en el ministerio a otros
sin una profunda reflexión.
Pensando en la oración debe
observarse también que la
Renovación Carismática ofrece
una oportunidad maravillosa a las
personas de experimentar el amor
de Dios por medio del Bautismo en
el Espíritu Santo. Tal experiencia
muy a menudo es un punto
decisivo en las vidas humanas.
¡Pero es solo el principio! ¿Y luego
qué? San Pablo alentó a los
Colosenses a vivir “enraizados y
edificados en él” (Col 2,7). Tal
imagen se comprende fácilmente
hoy también. A un árbol le crecen
las raíces cuando está plantado
durante mucho tiempo en el mismo
terreno. Como podemos observar
este texto vuelve al problema del
tiempo. El tiempo es necesario
porque “Sólo la experiencia del
silencio y de la oración ofrece el
horizonte adecuado” (NMI, 20) para
estar enraizado profundamente en
Jesús. Vivir tal estilo de vida produce
mucho fruto: “es como un árbol
plantado junto a corrientes de agua,
que da a su tiempo el fruto y jamás
se amustia su follaje” (Salmo 1, 3).
Citando a la Biblia de esta
manera, llegamos a la muy simple y
básica verdad, que la oración personal
es una fuente de fortaleza para
llevar a cabo las tareas cotidianas así
como los ministerios carismáticos.
Esto es por el Espíritu Santo (cf. 2 Tm
1, 7) con quien los cristianos están
llamados a cooperar estrechamente
y por lo tanto dar el mejor testimonio
de ser hombres y mujeres de Jesús,
sirviendo a las personas eficazmente
con poder y amor. Entonces es posible
“no sólo «hablar» de Cristo, sino
en cierto modo hacérselo «ver».”
(NMI, 16) porque ésta es la mejor
manera de proclamar el Evangelio.
Uno sólo puede tener éxito para hacer
discípulos haciéndose similar al
Maestro y esto es posible únicamente
en su compañía. Sin esto,
proclamar el Evangelio sería falso.
Resumiendo mi breve artículo
me gustaría decir que la oración es
la clave del crecimiento espiritual y
el punto de partida para cualquier
otra actividad en la vida cristiana.
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