martes, 19 de junio de 2018

Meditación: Mateo 5, 43-48

Hagan el bien a los que los odian, y rueguen por los que los persiguen.
Mateo 5, 44


¿Cuántas veces has escuchado estas palabras de Jesús y te has sentido consternado, frustrado o impotente? Probablemente todos tenemos alguna persona a la que simplemente no podemos perdonar por habernos herido o perjudicado tan gravemente que hemos cortado totalmente la amistad y nos hemos resignado a cargar con las heridas para siempre.

Estos son precisamente los recuerdos, temores y resentimientos que el Señor quiere sanar, pues sabe muy bien que nunca podremos liberarnos nosotros mismos. También sabe que hay situaciones en las que no sería prudente tratar de reconciliarse con el causante del daño, pero aun así, Cristo nos ayuda a perdonar, aunque sea mejor mantenernos a cierta distancia para poder vivir con libertad.

¿Cómo nos puede sanar Jesús? Definitivamente no lo hace quitando de nosotros todo ese dolor como por arte de magia. No; Jesús nos sana cuando le permitimos entrar en el dolor de nuestro corazón por una grave ofensa recibida en el pasado. Si estás luchando contra el recuerdo de un hecho traumático en tu vida, toma unos minutos para permanecer en silencio en presencia del Señor. Dile que quieres que te sane. En tu corazón, imagínate que Jesús está sentado a tu lado junto con la persona que te hizo daño. Observa cuánto te ama Jesús, y cuánto ama también a la otra persona. Deja que cure tu herida con el bálsamo suave de su amor y sane tu dolor. Es posible que tengas que repetir el proceso varias veces, y también le podrías pedir a un amigo o amiga creyente que rece por ti. Tarde o temprano, la sanación llegará.

No hay duda de que el Señor quiere que amemos a nuestros enemigos; incluso nos lo manda; pero no espera que averigüemos cómo hacerlo por nuestros propios medios. Jesús nos acompaña paso a paso y nos ofrece su sanación y su consuelo. Él sabe que cada uno tiene mucho que avanzar por este camino y está dispuesto a acompañarnos día a día. Lo bueno es que no se desanima por nuestro dolor y ni siquiera por el rencor que podamos sentir. Todo lo que nos pide es que tengamos un corazón bien dispuesto y lo invitemos a acompañarnos, pues lo que más quiere es sanarnos y liberarnos.
“Amado Señor, te abro mi corazón para que entres en el recuerdo de mis heridas. Ven, Señor, y enséñame a amar y perdonar.”
1 Reyes 21, 17-29
Salmo 51(50), 3-6. 11. 16

fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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