miércoles, 21 de febrero de 2018

Meditación: Jonás 3, 1-10

Dios vio sus obras y cómo se convertían de su mala vida.
Jonás 3, 10


Si quieres una prueba de que los hechos son más elocuentes que las palabras, basta con leer la historia de Jonás, el profeta rebelde. Dios envió a Jonás a anunciar el juicio de Dios contra el pueblo de Nínive. Lo interesante es que, al escuchar las palabras de Jonás, el rey creyó, lo tomó en serio y declaró un ayuno de arrepentimiento para él y todos sus súbditos. Y viendo su respuesta, Dios perdonó a la gente y salvó la ciudad. Lo hizo porque los ninivitas no solamente se arrepintieron, sino que tomaron medidas concretas para demostrar su intención de cambiar.

Esta historia nos da algunas ideas sobre el Sacramento de la Reconciliación, especialmente el valor de “hacer penitencia.” La Iglesia enseña que el sacramento no está completo mientras no le hayamos demostrado al Señor que tenemos la intención de cambiar a través de un acto de contrición y penitencia. No es que Dios dude de nuestro arrepentimiento, sino que él sabe que la verdadera contrición se manifiesta en el intento que hagamos de enmendarnos y evitar las situaciones que nos llevan al pecado. Lo que hacemos fuera del confesionario es más elocuente que lo que decimos dentro de él.

¿Significa esto que, además de confesar nuestros pecados, todavía tenemos que trabajar para recibir el perdón? Bueno, sí y no. Una mejor manera de decirlo es que necesitamos responder cuando el Espíritu Santo nos pide cambiar de conducta. Esencialmente, el hacernos ver nuestro pecado y el deseo de que Dios nos perdone es obra del Espíritu Santo, pero esta acción es más como una invitación. Todavía tenemos que reconocer que hemos pecado, confesarlo al Señor y demostrarle que queremos cambiar.

De modo que, efectivamente, el cambio de conducta depende de que nosotros confesemos nuestras faltas y hagamos penitencia, y de que adoptemos hábitos que se conformen a los mandamientos de Dios. De esta forma, lo que hagamos demostrará aquello que afirmamos. La buena noticia es que al Señor le agrada concedernos su gracia para ayudarnos a hacer estos cambios, porque quiere darnos una vida nueva y hacernos partícipes de su poder y su favor para volver a empezar. ¡Es magnífico!
“Señor mío, Espíritu Santo, llena mi corazón para que el arrepentimiento dé frutos buenos en mí y yo cambie.”
Salmo 51(50), 3-4. 12-13. 18-19
Lucas 11, 29-32
Fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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