Las Confesiones, XIII, 9
« He aquí que subimos a Jerusalén »
Date a mí, mi Dios, date siempre a mí... Descansamos en el don de tu Espíritu; allí gozamos de tí, allí está nuestro bien y nuestro descanso. El amor nos enseña, y tu Espíritu que es bueno exalta nuestra bajeza, retirándola de las puertas de la muerte (Ps 9,14). En la buena voluntad encontramos la paz.
Un cuerpo, por su peso, tiende hacia su lugar propio; el peso no va necesariamente hacia abajo, sino a su lugar propio. El fuego tiende hacia lo alto, la piedra hacia abajo..., cada uno hacia su propio lugar; el aceite sube encima del agua, el agua desciende debajo del aceite. Si algo no está en su lugar, está sin reposo; pero cuando ha encontrado su lugar, queda en reposo.
Mi peso es mi amor: es él quien me arrastra, o que me lleva. Tu don nos inflama y nos lleva hacia arriba; nos abraza y partimos... Tu fuego, tu buen fuego nos hace quemar y vamos, subimos hacia la paz de la Jerusalén celeste –- porque he encontrado mi alegría cuando se me ha dicho: « ¡Vamos a la casa del Señor! » (Ps 121:1) Es allí donde la buena voluntad nos conducirá para estar en nuestro lugar, allí donde no desearemos nada más que morar por la eternidad.
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