jueves, 15 de febrero de 2018

Meditación: Lucas 9, 22-25

Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame. (Lucas 9, 23)


Jesús propuso esto a sus discípulos más cercanos que lo habían seguido día y noche por largo tiempo. Sabía que solamente los que estaban convencidos de que él era el Hijo de Dios aceptarían esta orden. ¿Por qué? Para quien no posea un conocimiento claro de Cristo, estas palabras son muy difíciles y quizás imposibles de aceptar. Pero, para el que conoce a Jesús personalmente, se mantiene en comunión con él mediante la oración y ha contemplado y saboreado su bondad, estas palabras, aunque complejas, son fuentes de vida y gozo.

Hermano, hazte la siguiente pregunta: “¿Cómo reacciono yo ante estas palabras de Jesús?” Generalmente, no nos gusta que nos digan que tenemos que renunciar a las cosas del mundo, tomar la cruz y seguir a Cristo. Nos molesta escuchar que para salvar la vida primero debemos perderla. Es una idea contraria a nuestra acostumbrada manera de pensar, ya que poseemos un arraigado apego al mundo y lo que éste nos ofrece. Estamos ligados a él, aunque somos ciudadanos de un mundo mejor.

¿Qué cosa puede transformar nuestra tristeza en gozo? Lo que nos hace cambiar es la oración sincera y la reflexión para llegar a conocer mejor la Persona de Jesús. Recibiendo así la revelación de Dios, podemos unir nuestras voces a la de San Pedro y proclamar que Jesús es “el Mesías de Dios.” Cuando comprendamos que por medio de él, nuestros pecados son perdonados, como los de la mujer que lavó los pies de Jesús (Lucas 7, 47), rebosaremos de gozo.

La gloria de Cristo está centrada en la cruz, porque ella lo llevó al cielo. En ella venció a nuestros enemigos (el pecado, Satanás y la muerte) y ahora está sentado a la derecha del Padre. Fijemos la mirada en la cruz de Cristo y veamos su gloria; así podremos escuchar todo lo que él quiere comunicarnos. Seguir a Cristo y abrazar la cruz es causa de gozo, cuando conocemos la gloria que nos espera. Así pues, la próxima vez que vayas a la iglesia, arrodíllate frente al crucifijo y pide fuerzas para llevar tu cruz con alegría y fidelidad. El Señor te premiará. Ten por seguro que cuando el Señor te vea arrodillado y arrepentido de tus faltas, te llenará de paz y bendición.
“Señor Jesús, deseo conocer la gloria de la cruz. Tócame el corazón para que yo pueda seguirte.”
Deuteronomio 30, 15-20
Salmo 1, 1-4. 6

No hay comentarios:

Publicar un comentario