jueves, 15 de febrero de 2018

RESONAR DE LA PALABRA Evangelio según San Lucas 9,22-25.

Evangelio según San Lucas 9,22-25. 
Jesús dijo a sus discípulos: "El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día". Después dijo a todos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde y arruina su vida? 

RESONAR DE LA PALABRA

Severiano Blanco, misionero claretiano
Queridos hermanos:
Hoy se habla mucho de la “calidad de vida”. A veces, abusando de ese concepto, se le opone el de “muerte digna”, y se piensa en la eutanasia. En referencia a alguien que pasa por grandes dolores o tribulaciones, siempre hemos oído la expresión: “eso no es vivir”. Jesús distinguía entre los vivos vivos y los vivos muertos; al alguien que pretendió posponer su seguimiento por esperar a dar sepultura a su padre, Jesús le respondió: “deja a los muertos que entierren a sus muertos” (Lc 9,60). Los que no están con Jesús son designados como “los muertos”, aunque se muevan; solo en él está la vida.
El Deuteronomio nos habla hoy de una vida en harmonía con Dios y con la naturaleza, una vida sabiamente orientada, que hace al hombre comparable a un árbol lozano, permanentemente regado por un manso riachuelo, cuyas hojas, por lo mismo, no se amustian. Frente a esta posibilidad está la de la impiedad, la de tomar por Dios lo que no es Dios, la de divinizar lo banal e inconsistente: ese insensato idólatra, quizá idólatra de sí mismo, se convierte en paja que arrebata el viento.
El lenguaje de Jesús es muy cercano al Deuteronomio y al Salmo 1º. Con un estilo didáctico muy de su agrado, nos lleva Jesús a la paradoja: el que se entrega a Dios y a los demás, ese se conserva a sí mismo, vive de verdad, a fondo; su vida es una bendición. Pero el que, de forma egoísta, se cierra sobre sí mismo, o se concentra exclusivamente en sus intereses, termina experimentando la frustración y el vacío. No hace falta, para ello, esperar a la otra vida; esto es experiencia humana, siempre actual; y, por supuesto, experiencia cristiana. ¡Cuánta felicidad acumulan miles de misioneros que, dejando la opulenta Europa, han marchado a tierras lejanas, para vivir entre personas que carecen de lo más elemental! Su vida de entrega se ha convertido para ellos en una fuente de alegría, más profunda que todo lo que pudiera brindarles nuestra sociedad de consumo. Esto nos lo cuentan igualmente jóvenes que se han desplazado por un tiempo, en plan de voluntariado, a ayudar en países en vías de desarrollo.
Cuentan de Santa Teresa de Calcuta que, en cierta ocasión, alguien, admirando su servicio a los últimos, le dijo: “yo eso no lo haría por todo el dinero del mundo”, a lo cual ella respondió: “y yo tampoco”.
Las palabras de Jesús están llenas de sabiduría y responden a la más profunda experiencia humana: existe la posibilidad de entregarse y la de reservarse, que acaban traduciéndose respectivamente en autorrealización y autodestrucción. En el caso de Jesús, San Pablo nos recuerda que, gracias a ese su camino de entrega y abajamiento, el Padre “le elevó sobre todo y le concedió un título superior a cualquier título” (Flp 2,9); y a los seguidores que imitan su estilo los espera la conocida invitación: “venid, benditos de mi Padre, pues tuve hambre y me disteis…” (Mt 25, 34).
Los tres textos litúrgicos de hoy (Deuteronomio, Salmo, Evangelio) pertenecen al género llamado sapiencial. Pidamos al Padre que a todos nos conceda la auténtica sabiduría.

Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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