Jesús dijo a sus discípulos: Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal. Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.
RESONAR DEL PALABRA
Juan Lozano, cmf
Querido amigo/a:
¡Qué mala es la apariencia! Sobre todo cuando uno se acostumbra a ella, pues te engaña a tí mismo antes que a los demás. No hay nada más falso que la apariencia ni nada que provoque más pena que ver a una persona esclavizada por este engaño de mostrar lo que no se es. ¡Cuidado! porque no estamos libres del todo. La tentación del quedar bien, de decir pero no hacer, siempre estará al acecho. Que duro sería si Jesús dijera de nosotros lo que critica hoy de los gentiles, que por hablar mucho…
Jesús nos llama a la autenticidad y a la sencillez en uno de los ejercicios esenciales en la vida cristiana y que en este tiempo somos llamados a intensificar: la oración. Para orar no son necesarias palabras bonitas ni muchas palabras; precisamente de lo que estamos necesitados en un mundo tan ruidoso y con tantos estímulos, es de silencio. Sobretodo del corazón, que es el más difícil de conseguir; acallar la cantidad de ruidos afectivos que nos impiden escuchar el susurro de Dios: rencores, afectos desordenados, heridas del pasado… Son los primeros fantasmas que acuden a la oración y que intentan desanimar nuestra práctica. Hay que dejarlos salir a escena, que fluyan, que se manifiesten aunque sean incómodos, porque aún siendo los primeros en aparecer cuando uno se pone a orar, no tienen la última palabra, y tras ellos surgen las mociones del Espíritu, la consolación de Dios.
Orar nunca ha sido fácil, pero es necesario. Para ello hay que sentarse y silenciar una y otra vez, las que hagan falta, sin desanimarse. “Velad y orar para no caer”, dice Jesús a sus discípulos la noche de Getsemaní. Sólo el ejercicio constante, paciente, abierto y sin ansiedad, nos lleva a saborear y gozar de la oración. Sin prisa, con paz, en confianza, diciendo: “Padre nuestro…”
Vuestro hermano en la fe:
Juan Lozano, cmf.
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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