Evangelio según San Juan 17,1-11a
Jesús levantó los ojos al cielo, diciendo:
"Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti,
ya que le diste autoridad sobre todos los hombres, para que él diera Vida eterna a todos los que tú les has dado.
Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo.
Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste.
Ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes que el mundo existiera.
Manifesté tu Nombre a los que separaste del mundo para confiármelos. Eran tuyos y me los diste, y ellos fueron fieles a tu palabra.
Ahora saben que todo lo que me has dado viene de ti,
porque les comuniqué las palabras que tú me diste: ellos han reconocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me enviaste.
Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos.
Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado.
Ya no estoy más en el mundo, pero ellos están en él; y yo vuelvo a ti."
RESONAR DE LA PALABRA
PREPARAR LA HORA FINAL
Dos despedidas nos presentan las lecturas de hoy: de Pablo y de Jesús. Ambos, rodeados de discípulos-compañeros. Son conscientes de que se les acaba el tiempo, que llega su «hora». Y hacen un balance general de lo que ha sido su vida.
Entre nosotros no es frecuente plantearnos estas cosas. Sobre todo porque no pocas veces no vemos cuándo se acerca esa hora, y nos sorprende ocupados en vivir las cosas de cada día. También es cierto que las circunstancias que nos están tocando vivir últimamente han llevado a muchos hermanos a hacer un alto, a «darse cuenta» de que la vida la podemos perder en cualquier momento, y a revisar sus planteamientos y estilos de vida. Muchos quieren hacer cambios, replantear opciones... aunque a menudo no saben por dónde empezar o qué pasos dar para que las cosas sean distintas. Se abre aquí un reto grande para la comunidad cristiana (pastores y laicos): acompañar, ayudar a discernir, darles herramientas para que sus buenas intenciones no se queden en eso, o incluso acaben desanimados por no encontrar el camino adecuado.
Es verdad que empezar a vivir es empezar a morir... y que nuestra vida tiene punto final, aunque desconozcamos cuántas serán las páginas escritas. Algunas veces quizá lo intuimos, o nos lo dicen abiertamente los profesionales de la salud... Lo ideal sería poder prepararse a tiempo, poder decir -como Jesús y Pablo- que el balance es globalmente positivo. Estos días he tenido ocasión de escuchar varias veces a personas mayores: «he vivido bastante, he cumplido con mis deberes como madre, esposa, trabajadora, he hecho muchas cosas, y de muchas estoy orgullosa... y sé que podría contagiarme con este virus y marcharme pronto al otro barrio: pues no me importa, creo que estoy preparada». Impresionante y sincero testimonio...
Es bueno hacer balance de lo vivido, y prepararse interiormente para el desenlace más o menos lejano. No hay que esperar a estar mayores para ello.
Como a Pablo y a Jesús, nos gustaría en los últimos momentos, vernos acompañados y rodeados de las personas que han sido más importantes en nuestro recorrido vital, y poder dirigirles unas palabras pensadas y apropiadas. ¡Tantos no han podido hacerlo en estas últimas semanas! Pero tal vez tengamos la ocasión de acompañar y ayudar a algunos hermanos en sus últimos momentos.
En todo caso, estos balances y preparativos no son sólo para el momento final, sino para vivir con sentido cada día, para que nuestra vida vaya mereciendo la pena. Las palabras de Pablo y Jesús nos ayudan.
+ Pablo puede decir al final de su vida que ha servido al Señor con toda humildad, en las penas y pruebas que ha ido encontrando por el camino. Pablo fue un personaje controvertido, tuvo sus más y sus menos tanto con sus compañeros de misión, como con los apóstoles de la Iglesia de Jerusalem (Pedro, Santiago...), como con las comunidades que fue acompañando. Tenía un carácter fuerte, como fuertes eran sus convicciones. No era «perfecto». Sin embargo, al menos en estos momentos, no pide perdón, ni disculpas, ni expresa arrepentimiento. Lo que pone en el centro para hacer balance de su vida es el haber sido«testigo del Evangelio de la gracia» o «el plan de Dios». En esto coincide con Jesús: «les he dado a conocer tu Nombre» o también «las palabras que Tú me diste».
He aquí un criterio fundamental para revisar y valorar continuamente nuestra vida: ante el Dios de la gracia, el Dios de la misericordia, el que siempre nos acompaña y hacia el que vamos poco a poco. Es un Dios Salvador, un Dios de la vida que lo tiene todo en sus manos. Y por eso no se empeñan en retener su vida, sino ofrecerla hasta el final.
+ El Evangelio subraya en Jesús su constante conciencia de que ha salido del Padre y al Padre vuelve. Y pendiente del Padre ha vivido cada hora. ¡Tantas veces lo repite a lo largo del Evangelio! Mi alimento es hacer la voluntad del Padre. Él quiere que tengamos esa misma conciencia y experiencia, y a ello se ha dedicado totalmente: la vida eterna es que conozcamos al Padre y al Hijo. Que podamos participar de su profunda experiencia de intimidad con el Padre, que nos incorporemos a su intimidad con él. Que recibamos y acojamos sus palabras para ser uno con él, y «por eso» con el Padre. Una comunión que ni la muerte puede destruir.
Pero mientras llega el momento de la glorificación, de la plenitud de esa comunión, nosotros seguimos en el mundo, ora para que el Padre esté con nosotros y nos cuide.
Él marcha al Padre, nos precede y nos espera, y nos ama tanto que no podemos faltarle a su lado. La vida eterna de la que él ya goza... nosotros ya la empezamos a vivir aquí... hasta que llegue el paso final, el amor pleno.
Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
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