“No pertenecéis al mundo, porque yo os elegí y os saqué del mundo, por eso el mundo os odia.”
“¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre! ¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo.” (Lc 6,22-23) El Señor ha querido que nos alegremos, que saltemos de gozo cuando somos perseguidos, porque cuando vienen las persecuciones, es cuando recibimos las coronas de la fe (Sant 1,12); es entonces que los soldados de Cristo hacen su prueba, es entonces que los cielos se abren a sus testigos. No nos comprometemos a luchar en la milicia de Dios para pensar sólo en una vida tranquila, para escaparnos del servicio, siendo así que el Señor de la humildad, de la paciencia y del sufrimiento, él mismo, antes que nosotros, se ha entregado a este mismo servicio. Empezó por cumplir lo que después enseñó, y si nos exhorta a mantenernos fieles, es que él lo ha sufrido en sí mismo antes y por nosotros…
Para participar en las competiciones del estadio, antes uno se ejercita, se entrena, y se siente muy honrado si, a los ojos de la multitud, tiene la dicha de recibir el premio. Mas ahí tenéis una prueba de otra manera noble y brillante en la que Dios nos aguarda, a nosotros sus hijos, al combate y en la que él mismo nos da una corona celestial (1C 9,25)… Dios nos contempla, también nos miran sus ángeles y Cristo nos mira mientras luchamos por la fe. ¡Qué dignidad tan grande!… Revistámonos de fuerza, hermanos amadísimos, y preparémonos para la lucha con un espíritu indoblegable; con una fe sincera, con una total entrega.
San Cipriano (c. 200-258)
obispo de Cartago y mártir
Carta 58
No hay comentarios:
Publicar un comentario