Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor. (Juan 15, 9)
Estas palabras de Jesús, que leemos en el Evangelio de hoy, están dirigidas a sus apóstoles, pero nos llegan también a nosotros. Todos estamos llamados a ser discípulos, a seguirlo y aprender a dar mucho fruto y amar al prójimo. La llamada proviene del amor del Padre y solo podemos responder si permanecemos en ese amor y permanecemos en él cuando obedecemos el mandato del Señor: “Que se amen unos a otros como yo los he amado” y así aprendemos lo que nos enseña el Padre; pero no podemos amar al prójimo si no experimentamos personalmente el amor de Dios ni conocemos la realidad de ser amados por Dios.
Esta enseñanza la recibimos permaneciendo en el Señor, especialmente defendiéndolo en nosotros mismos contra los engaños de nuestra propia vida. La experiencia del mundo tiende a contradecir la verdad de que Dios nos ama y nos cuida y que tiene todo el poder necesario para mantenernos en el centro de su voluntad. Dado que fuimos escogidos por Cristo y destinados, como discípulos suyos, a dar mucho fruto y que ese fruto permanezca, no podemos dar fruto duradero ni ser discípulos auténticos si no permanecemos en él.
San Matías, cuya fiesta celebramos hoy, nos sirve de ejemplo. No se sabe mucho acerca de él, salvo que fue escogido para reemplazar a Judas Iscariote, el que traicionó a Jesús (Hechos 1, 15-26). Matías recibió las enseñanzas de Cristo y persistió en ellas, dando fruto para Dios, aun cuando haya permanecido en gran parte “desconocido”. Como discípulo anónimo, él nos señala el camino, porque la mayoría vivimos en el anonimato. Si respondemos a la invitación de Jesús a ser sus discípulos y permanecemos en el amor de Dios y aprendemos de él lo que es el amor y cómo hemos de amarnos los unos a los otros, podemos dar fruto en la familia y en el trabajo, aunque tal fruto no sea objeto de gran atención para los demás, pero sí lo es para el Señor, pues él mismo nos ha escogido para dar fruto en las circunstancias de la vida cotidiana.
“Santo Espíritu de Dios, concédeme, te ruego, la gracia de conocer su insondable amor y permanecer en él, y amar al prójimo con tu mismo amor.”
Hechos 1, 15-17. 20-26
Salmo 113 (112), 1-8
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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