Y llegaron de nuevo a Jerusalén. Mientras Jesús caminaba por el Templo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos se acercaron a él y le dijeron: "¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿O quién te dio autoridad para hacerlo?". Jesús les respondió: "Yo también quiero hacerles una sola pregunta. Si me responden, les diré con qué autoridad hago estas cosas. Díganme: el bautismo de Juan, ¿venía del cielo o de los hombres?". Ellos se hacían este razonamiento: "Si contestamos: 'Del cielo', él nos dirá: '¿Por qué no creyeron en él?'. ¿Diremos entonces: "De los hombres'?". Pero como temían al pueblo, porque todos consideraban que Juan había sido realmente un profeta, respondieron a Jesús: "No sabemos". Y él les respondió: "Yo tampoco les diré con qué autoridad hago estas cosas".
RESONAR DE LA PALABRA
Eguione Nogueira Ricardo, cmf
¡Estimados Hermanos y Hermanas en Cristo! ¡Paz y Bien!
Puede ser que nos sorprenda la actitud de Jesús hacia sus interlocutores. Este mismo Jesús que había sido compasivo con Bartimeo no admite el sarcasmo de los jefes religiosos. Una de las cosas que Jesús más combatió en su tiempo fue la hipocresía de los que se consideraban dueños de la verdad.
Los sacerdotes, escribas y ancianos preguntan por la autoridad de las obras de Jesús. Ellos eran las autoridades de Jerusalén. El acto de Jesús, especialmente la expulsión de los comerciantes en el Templo era una clara subversión a su autoridad. Jesús vuelve al punto de partida de su misión: al bautismo de Juan. Allí se había revelado su autoridad: “Tu eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,11). A aquellos que se sentían autorizados por Dios para imponer leyes y juzgar, que tenían las cosas muy claras se ven cuestionados por la autoridad de Jesús dada por el propio Dios, autoridad que no se ejerce por la fuerza, sino por el confronto con las intenciones de sus interlocutores. Ellos prefirieron quedarse en la duda, en el autoengaño.
El Evangelio nos plantea dos modos de ejercer la autoridad: con la arrogancia de quien se deja llevar por el poder o con la serenidad de quien sabe ejercer el puesto que le corresponde. Jesús está siempre dispuesto a ofrecernos la verdad, pero es necesario que estemos dispuestos a acogerla. Ante todo que seamos sinceros con él. Entre la oración del fariseo que se enorgullece de sus actos y la del publicano que se confronta con su realidad de pecado Jesús prefiere siempre la sinceridad de corazón (cf. Lc 18,9-14). Decirle lo que pensamos, abiertamente, sin miedo, aunque no sean las mejores intenciones que un cristiano pueda tener, es la oración que Él desea de nuestros labios.
Fraternalmente,
Eguione Nogueira Ricardo, cmf
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