Ya no se atrevieron a preguntarle nada.
Lucas 20, 40
¿Por qué se acobardaron estos escribas? Probablemente por dos razones. Porque conspiraban para destruir a Jesús, pero por la sabia e irrefutable respuesta que les dio el Señor, vieron que no podían contra él. Sin duda la expresión “Maestro, has hablado bien” era una subestimación. Probablemente pensaban que si le desafiaran de nuevo y tenían resultados similares, ya no tendrían ninguna posibilidad de influir en la opinión de la muchedumbre contra él.
Pero hay otra razón no tan clara, pero que pudo haber sido igualmente importante: No querían saber nada más de Jesús que les obligara a encarar su propia necesidad de arrepentirse. Por eso, no demoraron en abandonar la confrontación.
¿Y cómo reaccionamos nosotros? Por supuesto, ¡no queremos perjudicar la dignidad ni el prestigio del Señor en absoluto! Pero tal vez nos identifiquemos un poco más con la segunda razón, que es más profunda. Después de todo, ¡quién puede sentirse cómodo frente a la absoluta santidad y la gloriosa majestad de Dios! No es fácil permanecer bajo la luz del Señor cuando uno sabe que todavía tiene oscuridad en el corazón. Por eso, temerosos de lo que Jesús nos pueda decir, preferimos no hacerle preguntas serias; evitamos mirarlo a los ojos, por temor a que nos mire también a los ojos y no le guste lo que allí vea.
Pero ¡no tengas miedo; no te cohíbas! Jesús te conoce por dentro y por fuera, y puede ver claramente tus áreas oscuras, pero también ve las luminosas. El Señor conoce tu sinceridad, tu deseo de hacer lo correcto. Y, aunque parezca extraño, ve incluso la bondad que hay en ti y que tú no puedes ver. Siempre es bueno hacerle preguntas a Dios y es correcto dejar que te examine el corazón.
Quién sabe si los que le preguntaban a Jesús se hubieran quedado allí podrían haber cambiado de idea y de vida. Quizás una sola parábola más, o una respuesta sabia más habría sido suficiente para que reconocieran que Jesús era realmente el Mesías. Quién sabe si una sola pregunta más pudo haber abierto la llave de la fe en sus corazones.
Por eso, hazle preguntas al Señor y deja que él te mire a los ojos. ¡Tu espíritu se elevará a los cielos!
“Cristo mío, Señor, concédeme la bendición de ver su santa faz y con eso seré feliz hoy y para siempre, te lo ruego Señor.”
Apocalipsis 11, 4-12
Salmo 144(143), 1-2. 9
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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