La devoción a Santa Cecilia, una noble romana martirizada en el siglo II, se difundió ampliamente a causa del relato de su martirio, en el que es ensalzada como ejemplo perfectísimo de la mujer cristiana, que defendió su virginidad y sufrió el martirio por amor a Cristo.
Sus padres la habían prometido en matrimonio con un joven pagano llamado Valeriano. Tras la boda, ella le informó a su marido que había decidido permanecer virgen por amor a Dios y que un ángel protegía su virginidad. Valeriano le respondió que si eso era cierto, él quería ver al ángel, por lo que Cecilia lo invitó a bautizarse para poder verlo. Valeriano fue bautizado por el Papa Urbano, y desde entonces ambos se consagraron como vírgenes por amor al Señor.
Más tarde, los esposos, junto al hermano de Valeriano, fueron encarcelados por enterrar a los cristianos difuntos, lo que era prohibido por el estado. El prefecto de la ciudad quiso condenar a Cecilia y buscó cualquier pretexto para hacerlo. Citó a Cecilia y le pidió una relación de los bienes de su marido y de su cuñado, pero ella lo había entregado todo a los pobres. El juez, en lugar de condenarla, le propuso un pacto: Si ella ofrecía un sacrificio a los dioses paganos, la dejaría libre. Cecilia respondió que no hay más Dios que el de los cristianos y que los ídolos son patrañas.
Por eso, fue condenada a morir en la hoguera, pero los verdugos, por más leña que echaban al fuego, no consiguieron que ella muriera. El juez ordenó entonces que le cortaran la cabeza. La espada impactó tres veces en el cuello de la santa, pero aun así ella no murió. Recién al cabo de tres días Santa Cecilia pereció como mártir de Cristo, pero durante esos tres días, consiguió convertir a muchísimos paganos.
“Santa Cecilia, enséñanos a cantar de corazón alabanzas al Señor y ruega por nosotros, para que seamos fieles a él hasta el fin de nuestros días.”
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