“¡Si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz!”
Me asomé a una ventana […]. Empezaba a salir el sol. Una paz muy grande reinaba en la naturaleza… Todo empezaba a despertar…, la tierra, el cielo, los pájaros… todo poco a poco, despertaba dulcemente al mandato de Dios… Todo obedecía a sus divinas leyes, sin quejas, y sin sobresaltos, mansamente, dulcemente, tanto la luz como las tinieblas, tanto el cielo azul como la tierra dura cubierta del rocío del amanecer… Qué bueno es Dios, pensé… En todo hay paz menos en el corazón humano.
Y suavemente, dulcemente, también Dios me enseño por medio de esta dulce y tranquila madrugada, a obedecer… Una paz muy grande llenó mi alma… Pensé que sólo Dios es bueno; que todo por Él está ordenado… Que qué me importa lo que hagan y digan los hombres… Para mí no debe haber en el mundo más que una cosa… Dios…, Dios que lo va ordenando todo para mi bien…
Dios, que hace salir cada mañana el sol, que deshace la escarcha, que hace cantar a los pájaros y va cambiando en mil suaves colores, las nubes del cielo…
Dios que me ofrece un rincón en la tierra para orar; que me da un rincón donde poder esperar lo que espero… Dios tan bueno conmigo, que en el silencio me habla al corazón, y me va enseñando poco a poco, quizás con lágrimas, siempre con cruz, a desprenderlo de las criaturas, a no buscar la perfección más que en Él…, a mostrarme a María, y decirme: He aquí la única criatura perfecta… En Ella encontrarás el amor y la caridad que no encuentras en los hombres.
¿De qué te quejas, hermano Rafael?
Ámame a Mí, sufre conmigo, soy Jesús.
monje trapense español
Escritos del 23/02/1938 (Obras completas - Editorial Monte Carmelo, p. 894-895, §1063-1064)
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