Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el rey de los judíos?".Jesús le respondió: "¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?".Pilato replicó: "¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?".Jesús respondió: "Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí".Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey?". Jesús respondió: "Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz".
Mi Reino no es de este mundo
El último domingo del año litúrgico los católicos celebramos la solemnidad de Cristo, Rey del Universo. Es una forma de decir que en Cristo este mundo llega a su plenitud. Este mundo y nuestra vida, claro. Así se ve en las lecturas. El hijo del hombre de la primera lectura, tomada del profeta Daniel, se identifica con Jesús resucitado, que ha vencido a la muerte y al que se le ha dado el dominio sobre todo el universo. Su reino no tendrá fin. La lectura del Apocalipsis da un mensaje parecido. Jesucristo nos ha liberado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y nos ha hecho sacerdotes de Dios, su padre. Le vemos venir en gloria. Es el principio y el final, el todopoderoso. Todas estas afirmaciones forman parte de nuestra fe. Creemos en Jesús, creemos que ha vencido a la muerte y ha entrado en la nueva vida que le ha ofrecido su Padre. Con él también nosotros hemos vencido a la muerte y con él entraremos en la nueva vida que el Padre nos regala. Ese Reino del que Jesús es el centro es el reino de todos, allá donde no habrá más lágrima ni llanto, donde ni la muerte ni el dolor tendrán ningún poder.
Pero ese Reino no es de este mundo. Ése es el mensaje que nos comunica el Evangelio de Juan. Vemos a Jesús en un momento crucial de su vida. No está predicando tranquilamente a los discípulos por los caminos de Galilea. Tampoco está rodeado de una multitud que lo escucha con agrado. Ha sido detenido y está siendo juzgado por Pilato, el representante del imperio romano. Sabe que su fin más probable es ser ajusticiado. Parte del juicio es el interrogatorio del acusado. Pilato no está preocupado por los reinos celestiales. A él le preocupan los que pretenden ser reyes de este mundo y, por ello, representan una amenaza para el dominio romano. Por eso, le pregunta si cree que es el rey de los judíos. Es sólo una pregunta más del interrogatorio. Pero Jesús da una respuesta que Pilato no logra comprender: “Mi reino no es de este mundo”.
Jesús afirma de sí mismo que es rey, pero de una forma diferente. Su reino no lleva a la dominación, a la opresión de los súbditos. Su reino es el reino de la verdad. Allá donde todos nos encontramos con nuestra verdad más íntima: que somos hijos de Dios-Padre que quiere nuestro bien, que los demás son nuestros hermanos y hermanas. Esa verdad se desvelará algún día. El día en que seamos capaces de reconocer en nuestros corazones esa profunda verdad, ese día, en ese momento, entraremos a formar parte del Reino de Jesús. Y él, testigo de la verdad, reinará en nuestros corazones, que es el verdadero lugar donde quiere reinar. El día en que todos le reconozcamos, se cumplirán definitivamente las profecías de las dos primeras lecturas.
Para la reflexión
¿Cómo se comportan las autoridades de este mundo con sus súbditos? ¿Cómo me comporto yo con las personas que están a mi cargo? ¿Cómo se comportaría Jesús? ¿Cómo deberíamos comportarnos unos con otros si creemos que somos hijos de Dios y hermanos unos de otros?
Fernando Torres cmf
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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