Lucas 17, 19
En esta lectura del Evangelio de hoy vemos claramente que Jesús atendía con misericordia y amor a cuantos acudían a su lado, generalmente para pedirle algún favor personal o una curación física; además, perdonaba a quienes se arrepentían de sus pecados; consolaba a los sufrientes, los marginados y despreciados y animaba a los que buscaban conocer y servir a Dios.
Los diez leprosos que pedían curación fueron sanados y pudieron volver a reunirse con sus familias. Pero uno solo reconoció la grandeza de lo que Jesús había hecho por él y volvió a darle gracias; por ello, Jesús le concedió además la salvación. Por lo general, no sabemos de verdad quién es Dios ni lo que Cristo ha hecho por nosotros y menos aún le damos gracias. Fuimos creados para Dios, pero por la tendencia natural al pecado que todos llevamos dentro, rechazamos la autoridad divina y preferimos vivir solo para nosotros mismos, desorientados y separados de Dios.
Pero el Señor, por su inmensa misericordia, envió a su Hijo a restablecer el orden creado. Jesús, absolutamente inocente y sin pecado, dio su vida voluntariamente por los pecadores; recibiendo el castigo que merecíamos nosotros, nos purificó de toda maldad derramando su sangre preciosa en la cruz y las puertas del cielo se abrieron para que pudiéramos entrar a la presencia del Padre, ya limpios de toda mancha, culpa o vergüenza. Esto es lo que la Iglesia nos ha enseñado siempre, pero muchos hemos caído en la rutina de la Misa dominical, sin realmente poner atención a lo que Dios nos enseña.
¿Qué significa esto? Que si realmente queremos asegurarnos de que nuestro destino eterno estará junto a Dios, ya es hora de dejar de insistir en hacer nuestra propia voluntad y de buscar la seguridad y la felicidad en el dinero, el placer, los vicios o la indiferencia, y dedicarnos a conocer a Jesucristo nuestro Salvador y lo que él ha hecho por nosotros. La fe y la conversión son gratuitas, a diferencia de aquellas otras falsas fuentes de alegría o felicidad, que por lo general resultan bastante caras. Lo que sí se nos pide es la entrega de nosotros mismos, a cambio de la salvación de nuestras almas. ¡Qué mejor que eso!
“Amado Jesús, perdóname por buscar satisfacción en las cosas terrenales. Ven a mi corazón, Señor, dame un espíritu nuevo y enséñame a creer en ti y en mi Padre celestial.”
Tito 3, 1-7
Salmo 23(22), 1-6
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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