Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse:"En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres;y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: 'Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario'.Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: 'Yo no temo a Dios ni me importan los hombres,pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme'".Y el Señor dijo: "Oigan lo que dijo este juez injusto.Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar?Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?".
RESONAR DE LA PALABRA
Queridos hermanos:
Ayer veíamos unos versículos de la “segunda carta de Juan”; hoy se nos ofrece un párrafo todavía más pequeño de la tercera, que es el escrito más breve del Nuevo Testamento y el único dirigido a un particular; su denominación correcta sería “la carta a Gayo” (la “carta a Filemón” se dirige también “a la Iglesia que se reúne en su casa”).
En el ambiente de una fe amenazada a que ayer aludíamos, el presidente de una comunidad cristiana (llamado Diotrefes) tiene pánico de que lleguen predicadores desconocidos; esos son “los hermanos” de que habla la carta. Pero Gayo –miembro de esa misma comunidad- los acoge fraternalmente en su casa y les proporciona las provisiones para continuar viaje, pues ellos tienen la consigna de no pedir nada a los paganos a quienes van a evangelizar. Probablemente conocen el dicho de Jesús “gratis lo recibisteis; dadlo gratis” (Mt 10,8). Este apoyo material que algunos miembros de la comunidad cristiana prestan a los misioneros es un claro precedente de nuestras jornadas del Domund o semejantes. Y el autor del escrito da a Gayo, y a cuantos nos responsabilicemos de sostener las misiones, el hermoso título de “cooperadores de la verdad”. No nos lo perdamos.
Lucas nos ofrece una lección muy sencilla de confianza para hacer oración de petición. La parábola es elocuente: si hasta un juez inicuo acaba concediendo lo que se le pide con perseverancia, cuánto más lo dará Dios, que ciertamente no es inicuo. Pero también aquí aparece la preocupación del evangelista por algún tipo de enfriamiento en la fe de su comunidad, en la que se supone que “el Hijo del Hombre tardará en llegar”.
La lección sobre la confianza es quizá demasiado sencilla, y más de un cristiano sincero dirá que eso no se cumple literalmente, y que la conocida oración de San Bernardo a la Virgen, según la cual “jamás se ha oído decir …”, queda algo desmentida por la experiencia, incluso cuando la petición se hace al Padre; hay personas que lamentan no haber sido escuchadas; y recurrir a que “habrán pedido con poca fe” puede ser una escapatoria facilona. Tal vez el mismo evangelio nos proporcione los matices convenientes. Según Lc 11,13, lo que asegura Jesús es que el Padre, a imagen de un buen padre terreno, “dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan”. Y San Pablo, para que relativicemos con humildad nuestra forma de orar, nos enseña que “no sabemos pedir como conviene” (Rm 8,26). Más desconcertante resulta el hecho, insinuado por la carta a los Hebreos, de que al parecer incluso Jesús se haya quedado corto en su petición: “en los días de su vida mortal, oró con clamor y lágrimas a quien podía librarle de la muerte, y fue escuchado por su reverencial temor” (Hb 5,7). ¡De hecho el Padre no ahorró a Jesús pasar por la angustia de la muerte!
¿Cómo escucha Dios nuestras peticiones? Circula por ahí un pps que ayuda a “imaginar” algunas respuestas de Dios a quien le pide algo: a) A veces responderá con un sencillo “Sí”; b) En otras ocasiones es posible que diga al orante: “Si, pero más tarde”; c) Y no faltarán los casos en que la respuesta sea: “Tengo para ti algo mejor”.
Nuestro hermano
Severiano Blanco cmf
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