jueves, 15 de noviembre de 2018

Meditación: Filemón 7-20

Prefiero pedírtelo en nombre del amor.
(Filemón 9)

Estando preso en Roma, San Pablo escribió esta carta más bien personal a Filemón, su amigo cristiano, dueño del esclavo Onésimo. Éste había huido de su amo y viajado a Roma donde se convirtió bajo la predicación de San Pablo. El apóstol deseaba que el esclavo volviera a Filemón y lo envió con esta carta, quizá por medio de Tíquico, que acompañaba a Onésimo (Colosenses 4, 7-9).

La esclavitud era aceptada en la cultura de esa época, y es cierto que San Pablo no la condenó. Las pequeñas comunidades cristianas que había dispersas por el Imperio Romano no se encontraban en posición de oponerse a esa práctica. Con todo, Pablo adoptó una actitud bastante revolucionaria para esos días: Le pidió a su amigo que admitiera de nuevo a Onésimo a su servicio, no como esclavo sino como hermano amado en Jesús (Filemón 16). San Pablo vio que la unidad del Cuerpo de Cristo era superior a los atributos y el prestigio que valora el mundo: ocupación, condición socioeconómica, raza y nacionalidad, porque “ya no hay judíos ni griegos, esclavos ni libres, hombres ni mujeres, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús (Gálatas 3, 28).

Hoy, a nosotros se nos pide tener esta misma unidad en el Cuerpo de Cristo. Aunque la esclavitud no forma parte de nuestros principios culturales, las divisiones y los prejuicios llegan a dominar las relaciones en las escuelas, parroquias, lugares de trabajo e incluso en las familias. De muchas maneras, podemos ser prejuiciosos de manera sutil, y si le pedimos al Espíritu Santo que nos abra los ojos, podremos ver que a veces nos distanciamos de algunas personas simplemente porque son de otra raza, nacionalidad, ocupación, educación o condición económica.

San Pablo exhortó a Filemón a que viera que Onésimo era su hermano en Cristo. Nosotros también debemos considerar a los demás del mismo modo: como hermanos y hermanas en Cristo. La muerte de Jesús en la cruz nos ha reconciliado con el Padre y nos capacita a todos para estar unidos en él. El Espíritu Santo hace que esta verdad sea real, y nos enseña a mirar a los demás según la unidad del cielo, en lugar de hacerlo según las normas del mundo.
“Señor Jesús, en tu cruz nos demostraste la inmensidad de tu amor. Enséñanos a tratarnos los unos a los otros con el mismo amor para que todos reconozcamos la unidad de tu Cuerpo.”
Salmo 146(145), 7-10
Lucas 17, 20-25
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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