jueves, 14 de noviembre de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 17,20-25


Evangelio según San Lucas 17,20-25
Los fariseos le preguntaron cuándo llegará el Reino de Dios. El les respondió: "El Reino de Dios no viene ostensiblemente,
y no se podrá decir: 'Está aquí' o 'Está allí'. Porque el Reino de Dios está entre ustedes".
Jesús dijo después a sus discípulos: "Vendrá el tiempo en que ustedes desearán ver uno solo de los días del Hijo del hombre y no lo verán.
Les dirán: 'Está aquí' o 'Está allí', pero no corran a buscarlo.
Como el relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre cuando llegue su Día.
Pero antes tendrá que sufrir mucho y será rechazado por esta generación."


RESONAR DE LA PALABRA

EL REINO VENDRÁ Y HA VENIDO

Esto de las traducciones a veces complica las cosas. Para unos el Reino está «dentro» de vosotros, lo cual significaría una invitación a buscar la presencia de Dios en nuestro interior. Para otros, el Reino está «junto a vosotros» o «en medio» de vosotros, y en este caso, la atención tendría que centrarse en los acontecimientos de la vida cotidiana. Para unos el Reino no vendrá «espectacularmente», y para otros, el Reino «no está sujeto a cálculos». Y en cuanto a la imagen del «relámpago», unos dicen que significa que la aparición del Hijo del hombre será suficientemente luminosa y visible para todos, sin necesidad de que alguien nos interprete supuestas revelaciones personales... Mientras que otros indican que ese acontecimiento llega siempre en el momento más inesperado; es tan imprevisible como el relámpago.

Tengo claro que Jesús y el Reino son dos realidades inseparables. Que la presencia de Jesús entre nosotros significa la cercanía de Dios y de su Reino. Lo demás...... ¡ya me gustaría pregúntarselo a san Lucas!

¡Pues no es mala idea! Veamos lo que nos dice en su Evangelio:

+ Para aquella joven nazarena orante, escuchadora de la Palabra, disponible y obediente... la llegada de Dios fue inesperada y turbadora, en medio de sus actividades cotidianas, en su casa. Aquel Ángel, después de invitarla a la alegría, no le dio demasiadas explicaciones. Pero ella no dejó escapar la ocasión de aceptar y acoger. De modo que el Reino empezó a estar «dentro» de ella, y gracias a ella, «en medio» de nosotros.

+ Para los pastores de Belén, que pasaban la noche al raso, haciendo sus cosas de cada día, y primeros testigos de la llegada del Salvador y su Reino, la luz de Dios les envolvió de pronto, por sorpresa, y el ángel les invitó a la alegría y a no tener miedo y a acudir donde estaba un niño entre pañales en un pesebre. Nada llamativos esos signos. Pero ellos «fueron aprisa» y comprobaron que era cierto lo que habían visto y oído. Se llenaron de gozo y de esperanza.

+ Para los habitantes de Nazareth, la ciudad donde se había criado, la experiencia fue bien diferente. No vieron en él nada «espectacular», era «el hijo de José», querían ver alguna maravilla para creer... y le echaron de la ciudad con intenciones de despeñarlo. Perdieron la ocasión de acoger la presencia del que traía la liberación a los pobres, ciegos y oprimidos en su propia ciudad. 

+ La cercanía y presencia de Dios supone que los demonios son expulsados y destruidos, y que enfermedades de todo tipo son curadas. La presencia del Reino significa dignificación, salvación, liberación y curación para los que acuden a él. 

+ Para los discípulos y apóstoles, se trata de una llamada a seguirle, a estar con él, mientras andaban entre redes, o en la mesa de los impuestos. Lo dejan todo de inmediato, y se van con él. Y tuvieron la oportunidad de pasar no sólo uno, sino muchos días en compañía del Hijo del Hombre. Y luego serán enviados en su nombre, a hacer sus mismas obras de curación y liberación

+ La «novedad» que trae Jesús es una llamada a la felicidad y la bienaventuranza, especialmente para los pobres, los que lloran, los perseguidos por ser de los suyos... y que la Ley y todos sus cumplimientos queda superada, que no son «méritos» para alcanzar a Dios, que a Dios se le alcanza dejándose afectar por su misericordia, reconociendo nuestra condición de pecadores.

+ La presencia del Reino tiene poco de llamativa. Es una luz que alumbra a los de casa, un poco de levadura o de sal metidas en la masa, una semilla que va creciendo despacio, un grano de mostaza... Las cosas cambian con la presencia de Dios, son mucho mejores... pero fácilmente pasan inadvertidas para muchos.

+ Los que acudieron al «espectáculo» de su crucifixión, no sacaron nada en claro (salvo aquel centurión), a pesar de que las tinieblas cubrieron la ciudad a mediodía, mientras se oscurecía el sol. Y sólo algunos tuvieron la dicha de experimentar que la muerte no había podido con él, mientras acudían al sepulcro son sus ungüentos, o partían el pan cerca de Emaús, o se reunían llenos de miedo en el cenáculo.

Por no alargarnos más, y pidiendo disculpas por no haber matizado demasiado: Se trata de descubrir su presencia callada pero eficaz y hacerle presente como luz y sal, en las cosas de cada día, en el mundo y dentro de cada uno. De responder sobre todo a la voz de su Palabra y seguirle. De curar, liberar, acoger, perdonar en su nombre, y ser enviados como testigos de su Resurrección. Una presencia, una tarea, una esperanza... de que vaya creciendo el Reino, de que «venga» (Padrenuestro), de que llegue a su plenitud. La «hora» no es cosa nuestra. Pero ya ha comenzado la cuenta atrás. La semilla está sembrada, la levadura en la masa, los suyos trabajando, y «cada día», «hoy» puede ser el día. Que nos encuentre en vela y trabajando.

Enrique Martínez, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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