«Jesús, hijo de David, ten compasión de mí»
Fijémonos en que el ciego recobra la vista cuando Jesús está ya próximo a Jericó. Jericó significa «luna», y en la Santa Escritura, la luna es el símbolo de la carne destinada a desaparecer; en este momento del mes, la luna decrece, simbolizando con ello el declive de nuestra condición humana condenada a la muerte. Es, pues, al acercarse a Jericó que nuestro Creador devuelve la vista al ciego. Es al hacerse nuestro prójimo a través de la carne que asume y de la que se reviste con su mortalidad, que devuelve al género humano la luz que habíamos perdido. Es precisamente porque Dios asume nuestra naturaleza que el hombre accede a la condición divina.
Y es precisamente la humanidad la que queda representada por este ciego sentado al borde del camino y mendigando, porque la Verdad dice de ella misma: «Yo soy el camino» (Jn 14,6). El que no conoce el resplandor de la luz eterna, ciertamente es ciego, pero si comienza a creer en el Redentor, entonces «está sentado al borde del camino». Si creyendo en él, descuida de pedir el don de la luz eterna, si rechaza pedírselo, permanece al borde del camino; y no se cree necesitado de pedir... Que todo el que reconoce que las tinieblas hacen de él un ciego, que todo el que comprende que le falta la luz eterna, clame del fondo de su corazón, con todo su espíritu: «Jesús, hijo de David, ten compasión de mí»
San Gregorio Magno (c. 540-604)
papa y doctor de la Iglesia
Homilía 2 sobre el Evangelio
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