Evangelio según San Lucas 21,5-11
Como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo:
"De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido".
Ellos le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?".
Jesús respondió: "Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: 'Soy yo', y también: 'El tiempo está cerca'. No los sigan.
Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin".
Después les dijo: "Se levantará nación contra nación y reino contra reino.
Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo."
RESONAR DE LA PALABRA
Queridos hermanos:
Estamos en los últimos días del año litúrgico y los textos de la celebración eucarística pertenecen a un género llamado apocalíptico, género hoy en desuso excepto en algunas sectas o en grupos que se alimentan de apariciones y mensajes frecuentemente muy discutibles. Pero fue un género muy socorrido en el judaísmo de la época de Jesús y en el cristianismo de las primeras décadas. Y no era sólo un modo de expresión, sino toda una mentalidad histórico-religiosa: contaban con una muy próxima intervención de Dios sobre la historia, intervención que pondría fin a una época y que tendría espectaculares manifestaciones cósmicas.
El evangelista Lucas no quiere que en la Iglesia se pierda una serie de dichos de Jesús y de reflexiones de las comunidades más antiguas, pero él no se siente cómodo con dicho material, debido a que en su tiempo (por los años 80-90 o incluso más tarde) ya no se espera una pronta vuelta del Señor o “Parusía”, sino que se cuenta con una iglesia duradera en una historia duradera (aunque no eterna). Esta duración la plasma el autor en una frase que él sitúa precisamente en el centro del pequeño discurso de Jesús: “el final no llegará todavía”. Y eso él lo puede decir con buen conocimiento de causa; todo el mundo sabe que en los años 66-74 tuvo lugar la guerra suicida de los judíos contra Roma, en la que hubo desórdenes y tribulaciones, e incluso se produjo la destrucción del templo de Jerusalén; pero la historia continuó su curso.
A pesar de esa falta de sintonía del autor con el material apocalíptico heredado, encuentra en él unos cuantos pensamientos que le resultan de utilidad para su iglesia, como lo siguen siendo para nosotros:
Precaución frente a los falsos mesías o salvadores que querrían ocupar el puesto de Jesús. En aquella época eran embaucadores o iluminados. Hoy tienen otros nombres. Todos corremos el riesgo de dar culto al bienestar económico, a la propia imagen o prestigio personal, a amoríos ilícitos y engañosos, incompatibles con opciones más serias, a algunos artistas o deportistas a quienes consagramos nuestro tiempo y nuestras emociones, o hasta a los personajes más menospreciables de la farándula… ¡Qué propensión la del ser humano a erigir altares!
Disposición a manifestar nuestra adhesión absoluta al Señor. Las guerras vienen acompañadas de todo tipo de calamidades, con mucha frecuencia de persecuciones religiosas. Cuando escribe el tercer evangelista ya han tenido lugar muchos rechazos y descalificaciones de Jesús y sus seguidores. La firmeza en la fe, a pesar de los rechazos que nos pueda granjear, será el signo de que la causa de Jesús toca nuestras entrañas. En el comentario a la parábola del sembrador impertérrito se habla de semilla que cae sobre piedra y sólo produce una fe momentánea y superficial, que con ocasión de cualquier persecución o contratiempo desaparece (Lc 8,13). El papa Francisco usaba hace pocas semanas otra imagen: existe una fe que no pasa de ser “un barniz externo”; y existe, naturalmente, la que impregna todas las fibras de nuestro ser. Hacia ésta hay que caminar.
Nuestro hermano en la fe
Severiano Blanco cmf
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