«Insiste para que entre la gentel, hasta que mi casa esté llena»
Los invitados se excusan, siendo así que el Reino no se cierra a nadie, a no ser que se excluya él mismo por su palabra. En su clemencia, el Señor invita a todo el mundo, pero es nuestra desidia o nuestra desviación quien nos aleja de él. Aquel que prefiere comprar un terreno es ajeno al Reino; en tiempo de Noé, compradores y vendedores fueron tragados, por igual, por el diluvio (Lc 17,28)... Igualmente el que se excluye porque se ha casado, porque está escrito: “si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío” (Lc 14,26)...
Así que, después del desprecio orgulloso de los ricos, Cristo se vuelve hacia los paganos; hace entrar a buenos y malos, para hacer crecer a los buenos y para mejorar las disposiciones de los malos... Invita a los pobres, a los enfermos, a los ciegos, lo cual os muestra que la enfermedad física no deja a nadie fuera del Reino, o bien que la enfermedad de los pecados, se cura por la misericordia del Señor...
Manda, pues, a las encrucijadas de los caminos a buscarlos, porque “la Sabiduría grita allí done los caminos se entrecruzan” (Pr 1,20). Los envía a las plazas, porque ha dicho a los pecadores que abandonen los caminos anchos y encuentren el camino estrecho que conduce a la vida (Mt 7,13). Los envía a las carreteras y a lo largo de los setos, porque son capaces de alcanzar el Reino de los Cielos aquellos que, no estando retenidos por los bienes de este mundo, se afanan hacia los venideros, comprometidos en el camino de la buena voluntad..., oponiendo la muralla de la fe, a las tentaciones del pecado.
San Ambrosio (c. 340-397)
obispo de Milán y doctor de la Iglesia
Comentario al Evangelio de Lucas, 7, 200-203; SC 52 (trad. cf SC p. 84)
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