El arca de la Iglesia
En tanto que la pequeñez de mi espíritu me lo permite, pienso que el diluvio, que casi acabó con el mundo, es símbolo del fin del mundo, fin que, verdaderamente, ha de llegar. El mismo Señor lo declaró cuando dijo: “En los días de Noé los hombres compraban, vendían, construían, se casaban, daban sus hijas en matrimonio, y llegó el diluvio que los hizo morir a todos. Así será igualmente la venida del Hijo del hombre”. En este texto parece que el Señor describe de una única y misma manera el diluvio que ya se había producido y el fin del mundo que está por venir.
Así pues, en otro tiempo se dijo al antiguo Noé que hiciera un arca y metiera en ella no tan sólo sus hijos y sus parientes sino animales de toda especie. De la misma manera, en la consumación de los siglos, fue dicho por el Padre al Señor Jesucristo, nuestro nuevo Noé, el solo Justo y el solo Perfecto (Gn 6,9), que se hiciera un arca de madera labrada a escuadra y le dio las medidas que están llenas de misterios divinos (cf Gn 6, 15). Esto se indica en el salmo que dice: “Pídemelo y te daré en herencia las naciones, en posesión los confines de la tierra” (2,8). Construyó, pues, un arca con todo lo necesario para vivir los diversos animales. Un profeta habla de sus estancias cuando escribe: “Escucha, pueblo mío, entra en tus aposentos, escóndete por unos instantes, hasta que la cólera haya pasado” (Is 26,20). En efecto, hay una correspondencia misteriosa entre este pueblo que se salva en la Iglesia, y todos estos seres, hombres y animales, que en el arca se salvaron del diluvio.
Orígenes (c. 185-253)
presbítero y teólogo
Homilías sobre el Génesis, II, 3
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