lunes, 23 de febrero de 2015

¿CÓMO SALIR DEL ESTADO DE FLOJERA ESPIRITUAL?

La tibieza sucede porque el amor a Dios es un fuego, que no teniendo qué quemar, se apaga

Los actos de caridad deben ser los frutos maduros de cualquier dirección espiritual. En este camino, sin embargo, uno de los grandes enemigos de la vida de la gracia es la tibieza ( del latin tepidum, que quiere decir “tibio”). Hoy ese problema se volvió casi una epidemia. Los bancos de nuestras iglesias están llenos de personas, incluyendo a los sacerdotes, que durante todo el día no son capaces de hacer ni siquiera un solo acto de amor a Dios.



Después de la conversión, muchas personas hacen un “vuelo de gallina”: de lo alto vuelan directamente al suelo, y en vez de crecer, retroceden. En la vida espiritual, de hecho, los grandes autores son unánimes en afirmar que quien no progresa, retrocede. Como alguien parado en una escalera eléctrica que va bajando. Muchos, aunque no estén parados, no logran salir del lugar donde están: la escalera los lleva hacia abajo, pero ellos tampoco suben ni se hacen más santos. ¿por qué sucede esto?

Porque aunque aquellas personas practiquen hechos de devoción, éstos son tibios, relajados y remiso. Observa al padre Royo Marín:

“Vemos, con efecto, una multitud de buenas almas que viven habitualmente en gracia de Dios, que tal vez pasan cuarenta o cincuenta años de vida religiosa en un monasterio, sin haber cometido en todos ellos una sola falta grave y habiendo practicado infinidad de obras y hechos de sacrificios, etc., etc., y aún así están muy lejos de ser santas (…) ¿Cómo se explica este fenómeno después de tantas buenas obras practicadas durante aquellos largos años de vida cristiana, religiosa o sacerdotal? La explicación teológica es muy simple: practicaron una multitud de buenas obras, es verdad, pero de forma floja y tibia, no con hechos cada vez más fervorosos, sino al contrario, tal vez más remisos e imperfectos. El resultado fue que el termómetro de su caridad y por consiguiente, el grado de gracia y demás virtudes permaneció completamente parado en lo esencial. Son tan tibios e imperfectos como al principio de su conversión o de su vida religiosa.”

La tibieza sucede porque el amor a Dios es un fuego, que no teniendo que quemar, se apaga. La hoguera de la caridad necesita combustible, de lo contrario, se extingue. Por eso, Royo Marín enseña:

“Vale más un acto intenso que mil actos tibios o remisos. El acto intenso aumentará nuestro grado habitual de caridad, mientras que los tibios serán absolutamente impotentes para eso. Vale pues infinitamente más, una sola Ave María bien rezada con ardiente devoción que un rosario entero rezado distraidamente y con languidez rutinaria. Por eso es conveniente no sobrecargarse con rezos voluntarios o devociones particulares. Lo que interesa es la devoción, no las devociones.” [2]

San Pedro de Alcántara, al tratar sobre el ejercicio de la meditación también alerta:

“Cuando nos ponemos a considerar algunas de las cosas que ya mencionamos como materia de meditación en su debido tiempo y ejercicio, no debemos estar tan presos a estas materias que consideremos como servicio mal hecho dejar una para que tomemos otra, cuando en esto encontramos mas gusto o provecho. Porque como la finalidad de todo, es la devoción, conforme ya lo explicamos, sería un error buscar en otra parte con esperanza dudosa, lo que ya tenemos seguro en nuestras manos.”[3]

No importa tanto pues, que la oración sea larga, sino que sea intensa. Santo Tomás, al preguntar si la oración debe ser diuturna responde lo siguiente:

“Podemos hablar de la oración de dos formas: en sí misma o según su causa. La causa de la oración es el deseo de la caridad, del cual la oración debe proceder. Este deseo, de hecho, debe ser contínuo en nosotros, actual o virtualmente, pues el influjo de este deseo está en todo lo que hacemos por caridad, como está escrito: ‘Debemos hacer todo para la gloria de Dios’ (1 Cor 10, 31) (…)

“Pero la oración considerada en sí misma, no puede ser diuturna porque otras ocupaciones nos reclaman (…) Por momentos, la medida de cada cosa debe ser proporcional a su finalidad, como la medida del remedio debe ser de acuerdo con la salud. Por eso, conviene que la oración dure tanto cuanto sea útil para ejercitar el fervor del deseo interior. Pero si esta medida es excedida, de forma que la oración no pueda durar sin causar tedio, no se debe prolongar.[4]

Es importante no confundir este fervor del que habla Aquinate, con un excesivo sentimentalismo. La llave para una buena oración no está tanto en los escalofríos que se sienten o en las lágrimas que se lloran, sino en los actos voluntarios que el alma se determina a hacer. Como explica Santa Teresa de Àvila:

“Para aprovechar este camino y subir a las moradas que deseamos, la cosa no es pensar mucho, sino amar mucho; y así lo que más amor les despierte, es lo que más deben hacer. Tal vez no sepamos lo que es amar, y no me espantaré mucho porque no está en el gusto más grande, sino en la más grande determinación de desear contentar a Dios en todo y buscar en todo lo que podamos, no ofenderlo y rogarle que vaya siempre por delante, la honra y gloria de su Hijo y el aumento de la Iglesia Católica” [5]

En cuanto a la duración de la oración, el padre Royo Matin comenta ser importante “no más, ni menos. Se debe prevenir la sobrecarga, pero también la tibieza y la negligencia, que pueden encontrar facil pretexto para acortar el tiempo destinado a la oración” [6]. Sin embargo, más que el tiempo, como ya fue dicho, importa que nuestros actos de devoción sean intensos y gratuitos. Para eso, es necesario siempre ofrecer algo a Dios, una preocupación o una enfermedad, por ejemplo, alimentando con bastante “leña” el fuego del amor divino. “Lo que importa es la devoción”, mas que cualquier devoción, meramente exterior.

Padre Paulo Ricardo
Fuente: padrepauloricardo.org
fuente CANCIÓN NUEVA EN ESPAÑOL

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