miércoles, 18 de febrero de 2015

RESONAR DE LA PALABRA - 18 FEB 2015

Primera lectura
Lectura de la profecía de Joel (2,12-18):


«Ahora, oráculo del Señor, convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto. Rasgad los corazones y no las vestiduras; convertíos al Señor, Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad; y se arrepiente de las amenazas.» Quizá se arrepienta y nos deje todavía su bendición, la ofrenda, la libación para el Señor, vuestro Dios. Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión. Congregad al pueblo, santificad la asamblea, reunid a los ancianos. Congregad a muchachos y niños de pecho. Salga el esposo de la alcoba, la esposa del tálamo. Entre el atrio y el altar lloren los sacerdotes, ministros del Señor, y digan: «Perdona, Señor, a tu pueblo; no entregues tu heredad al oprobio, no la dominen los gentiles; no se diga entre las naciones: ¿Dónde está su Dios? El Señor tenga celos por su tierra, y perdone a su pueblo.»
Palabra del Señor

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (6,1-6.16-18):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará. Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará. Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensara.»
Palabra del Señor
COMENTARIO
Fernando Torres Pérez, cmf
Toca cambio de ritmo y de tono. Empieza la Cuaresma. Tiempo de tinieblas y colores oscuros. Tiempo de penitencia y ayuno. Tiempo de mirarnos a nosotros mismos y descubrir lo infieles que hemos sido en los últimos tiempos. Tiempo de oración y pesadumbre al descubrir, en la cercanía de Dios y de su Palabra, que de ninguna manera damos la talla. La conversión se marca como un objetivo imposible y siempre más allá de nuestras fuerzas.

Lo dicho en el párrafo anterior es una forma de ver la Cuaresma. Quizá haya habido tiempos o espiritualidades que la hayan promovido así. No estoy de acuerdo. Me agarro a la segunda lectura en la que Pablo nos pide que nos reconciliemos con Dios. Pienso en lo que hacemos cuando hemos tenido un conflicto con alguien. Lo primero es acercarnos. Lo hacemos inseguros porque no estamos seguros de cómo nos va a responder el otro. Pero aquí los creyentes jugamos con ventaja. Acercarnos a Dios es acercarnos a nuestro Padre, al que nos ha creado en el amor, por amor y para el amor, al que siempre tiene un puesto en la mesa preparado para nosotros, al que siempre cree y espera en nosotros y, así, nos abre posibilidades de futuro.

Reconciliarnos con Dios nos cuesta más por la vergüenza que nos ocasiona reconocer nuestra propia realidad, nuestra miseria, que por el temor a que Dios se haya enfadado de verdad y no quiera saber más de nosotros.

Así que, para ser realistas, reconciliarnos con Dios tiene mucho más que ver con volver a casa, al hogar familiar, donde sabemos que vamos a ser acogidos como hijos amados, que con enfrentarnos a un tribunal duro y sin piedad, que nos va a imponer un duro castigo.

Es tiempo de empezar la Cuaresma con la cabeza bien alta. No hay castigo. Hay abrazo de acogida y una invitación inmediata a ponernos a la obra: hay mucho que hacer por el Reino, por crear fraternidad, por acoger a todos los que están alejados, por hacer presente en el mundo el amor de Dios. Así no sólo va a ser más fácil hacer este camino cuaresmal sino que además va a ser mucho más eficaz y provechoso para el reino y para nosotros.

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