sábado, 15 de agosto de 2015

Lucas 1, 39-56

En la Asunción de la Virgen María vemos el fiel cumplimiento de las promesas de Dios a ella misma y a todo su pueblo, pues compartió la victoria de Jesús sobre la muerte, siendo la primera en saborear aquello que está al alcance de todos nosotros. María fue llevada al cielo en cuerpo y alma porque Dios la preservó de la corrupción de la sepultura.

El Altísimo le concedió esta extraordinaria bendición y privilegio porque ella creyó firmemente, sin dudar en el mensaje del arcángel Gabriel y confió fielmente en las promesas de Dios, a pesar de que siendo virgen quedó encinta por obra del Espíritu Santo, que tuvo que dar a luz en un pesebre y luego huir a Egipto con su Hijo recién nacido; y que una espada le atravesó el alma al ver a su Hijo rechazado, flagelado y crucificado injustamente, como se lo había profetizado Simeón (Lucas 2, 35).
María siguió muy de cerca todo lo que sucedía con su Hijo y luego con la Iglesia nacida de él, siempre plenamente convencida de que Dios llevaría a feliz término toda su obra. Finalmente, al pie de la cruz, con el alma traspasada de dolor, María hizo su acto final de abandono al entregar a su Hijo en manos de Dios.

En todas estas dolorosas circunstancias, María permaneció fiel a la palabra del Señor, sin flaquear en la fe, mientras descubría cada vez más lo muchísimo que Dios la amaba a ella y a todo su pueblo, hasta aquel día feliz en que fue asunta en cuerpo y alma al cielo.
María es la gloriosa Mujer del Apocalipsis; la hija del Rey ricamente engalanada; la triunfadora del dragón infernal; la nueva Judit; la preferida de Dios. La Virgen María es nuestra Madre y nuestro mejor modelo de fidelidad cristiana. Ahora, desde el cielo, la Reina de los Apóstoles intercede por nosotros con cariño y nos guía y anima en nuestro caminar hacia Cristo. Encomendémonos a ella sin duda ni reserva.
“Santísima Virgen María, que fuiste asunta al cielo con tu Inmaculado Corazón lleno de gracia y de amor a Dios y a tus hijos, ruega solícita por los tuyos, que nos debatimos entre luchas y tempestades en este valle de lágrimas. Concédenos cumplir la voluntad divina para llegar un día nosotros también, como tú, a gozar de la gloria del Todopoderoso.”
fuente Devocionario Católico La Palabra entre nosotros

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