“Vengan a mi” no es un imperativo, sino la invitación constante de Dios a la humanidad. Llegar hasta Él implica la humildad y la fe necesaria que nos permita ver en el Niño Jesús al Salvador del Hombre. Dios se hizo carne y nos invita a descubrir en Él la verdad del hombre y la verdad de Dios, pues “en Él se revela el rostro humano de lo divino y el rostro divino de lo humano”. Y por ello, acercarnos a Jesucristo implica tener el corazón despojado; sólo así, con la humildad propia de los que contemplan, de los que se admiran, de los que quedan perplejos ante un amor tan grande, podremos adorar, alabar y bendecir.
Este tiempo es un tiempo de humildes. Sí, Dios no podía ser otra cosa que amor y el amor no podía llevar a otra cosa que a aquella caliente y hermosa humillación que significa ser uno de nosotros. Un Dios orgulloso tenía que ser forzosamente un Dios falso. Un Dios de la opulencia no sería un Dios para todos…
Eso vinimos a hacer, adorar y entregar el don de nuestras vidas a los pies del humilde pesebre. No podemos detener nuestra mirada en las cosas del cielo cuando Dios mismo nos invita a mirar la cuna. Y ante esta cuna, cómo siempre ante Jesucristo y su invitación, tendremos dos alternativas, nada más que dos, o adorarlo o perseguirlo. O me dejo conquistar por al ternura de su amor misericordioso, o trato de apartarlo de mi camino, de “matarlo” aunque sea con la indiferencia de la incredulidad. La primera es la actitud de los magos, la segunda es la de Herodes.
P Mariano Marracino
Viernes de Adoración
6 de Enero de 2012
Pquia. San Miguel Arcángel
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