Le enviaron después a unos fariseos y herodianos para sorprenderlo en alguna de sus afirmaciones. Ellos fueron y le dijeron: "Maestro, sabemos que eres sincero y no tienes en cuenta la condición de las personas, porque no te fijas en la categoría de nadie, sino que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios. ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no? ¿Debemos pagarla o no?". Pero él, conociendo su hipocresía, les dijo: "¿Por qué me tienden una trampa? Muéstrenme un denario". Cuando se lo mostraron, preguntó: "¿De quién es esta figura y esta inscripción?". Respondieron: "Del César". Entonces Jesús les dijo: "Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios". Y ellos quedaron sorprendidos por la respuesta.
RESONAR DE LA PALABRA
Fernando Prado, cmf.
Saludos, amigos,
Las primeras generaciones cristianas se preguntaban hasta qué punto la fe en Jesús era una fe con consecuencias para la vida, o era un mensaje consolador que, referido a la vida eterna, invitaba a un intimismo descomprometido. Quizá algo de esto esté detrás del pasaje evangélico de este día. La pregunta “capciosa” a Jesús de parte de los fariseos parece querer aclarar hasta qué punto importan al Señor las cosas de este mundo. A Jesús no es que no le importen las cosas del mundo. Le importan, por supuesto. Sobre todo le importan las personas que sufren las consecuencias de lo que sucede en el mundo: la pobreza, la injusticia, la discriminación… Al Señor, y por tanto también a nosotros, nos importan las cosas de este mundo, pero su “obsesión” es otra. Su “obsesión” –que ha de ser también la nuestra- es que este mundo se ajuste al querer de Dios, a su voluntad.
Los fariseos parecen haberlo olvidado y Jesús les llama la atención sobre su “mundanidad”, que parece conceder el mismo lugar a los asuntos del César que a los asuntos de Dios, rebajando a Dios a una mera cuestión o disquisición humana, sin trascendencia. Huyamos nosotros también de esta tentación. Pidamos hoy al Señor la gracia de comprender que el César, por importante y todopoderoso que sea, no es Dios.
Dice el Evangelio que quedaron admirados por su respuesta. Les pareció una respuesta realmente sabia. Así es. Jesús nos invita a una nueva sabiduría; la sabiduría que nos ayuda a distinguir lo que es importante de lo accesorio, lo que vale de lo que no vale, lo esencial de lo supérfluo. En definitiva, una sabiduría que nos ayude en las cosas prácticas de la vida, teniendo claro cuál es el horizonte y el criterio de discernimiento, dejando espacio en nuestra vida para que
Dios sea Dios y lo demás adquiera desde ahí su verdadera dimensión.
Que tengamos un buen día, hermanos. Que el Señor nos bendiga y nos acompañe en nuestra jornada.
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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