martes, 6 de junio de 2017

¿Quién es el Espíritu Santo?

La más hermosa y completa forma de presentar al Espíritu Santo, la encontramos no en algún tratado teológico complejo, sino en una breve y profunda oración, dirigida justamente a Él, llamada “Rey celestial”.


Teológicamente, la Iglesia se refere al Pentecostés como el “Descendimiento del Espíritu Santo”. No se trata de un acto cualquiera de “bajar”. Aunque en el relato bíblico de este momento histórico se nos dice que sobre los Apóstoles “vinieron a posarse” unas lenguas de fuego (simbolizadas por las hojas de nogal y de tilo que son bendecidas en la Liturgia de Pentecostés), no se trata de un simple descenso del Espíritu, manifestado con la forma del fuego (elemento primordial que representa la energía, la acción, la creación del mundo).

Aunque es verdad que el término “descendimiento” puede entenderse como “bajar”, su significado no se limita a esta última acepción. Teológicamente, el “descendimiento” debe entenderse como la renuncia a determinada norma, con el propósito de aproximarse, de suprimir cierta distancia dada por alguna etiqueta o jerarquía. Así, el Pentecostés es el momento en el que Dios cumple con su promesa de permanecer para siempre con nosotros, los hombres, por medio del Espíritu Santo que envía al mundo, fundando Su Iglesia. Precisamente por esto, los sacerdotes, como servidores y portadores del Espíritu Santo, están llamados a “descender” permanentemente, con amor, a su comunidad de fieles, soslayando las consideraciones terrenales de la etiqueta.

Prácticamente, estamos hablando de la unión del Espíritu Santo con la naturaleza humana, resultado de la Encarnación de Cristo, Quien, siendo Dios, une la naturaleza divina con la humana. Así, la humanidad toma parte de la deificación, mientras que el “descendimiento” de Dios al hombre, por medio del Espíritu Santo, es una realización de la creación del hombre.

Por eso, es más que necesario conocer quién es el Espíritu Santo, la tercera Persona de la Santísima Trinidad, llamado así por el mismo Cristo, al decirles a Sus discípulos que vendría a ellos por medio del Espíritu Santo..

La más hermosa y completa forma de presentar al Espíritu Santo, la encontramos no en algún tratado teológico complejo, sino en una breve y profunda oración, dirigida justamente a Él, llamada “Rey celestial”, con la cual empezamos casi todos los oficios de la Iglesia, repitiéndose prácticamente a lo largo de todo el año litúrgico, del Pentecostés y hasta la siguiente Pascua. Luego, es una oración tan importante como el mismo “Padre nuestro”:

“Rey celestial, Consolador, Espíritu de verdad, que estás en todo lugar llenándolo todo, tesoro de bienes y dador de vida: ven a habitar en nosotros, purifícanos de toda mancha y salva, Tú que eres bueno, nuestras almas. Amén. ”

Aquí encontramos todas las características principales del Espíritu Santo:

1. “Rey celestial”. Nos habla de la divinidad del Espíritu Santo, la tercera persona de la Santísima Trinidad, semejante al Padre y al Hijo. De esta forma, para precisar con claridad la naturaleza divina del Espíritu, el Segundo Concilio Ecuménico (Constantinopla, 381) dedicó el artículo 8 del Credo a enfatizar que creemos en el Espíritu Santo, como Dios, “Señor y Dador de vida, que procede del Padre, que junto al Padre y el Hijo es adorado y glorificado, y que habló por medio de los profetas.”

2. “Consolador”. El mismo Cristo señala que el Espíritu Santo vendrá a confortar al mundo, de la misma forma en que Él también lo había consolado. Él promete a Sus discípulos (tristes, al saber que Cristo habría de ascender para estar con el Padre) que no los dejará huérfanos, sino que volvería, con otra forma, y una eterna: “Yo rogaré al Padre y les dará otro Protector que permanecerá siempre con ustedes” (Juan 14, 16).

3. “Espíritu de Verdad”. Cristo también dice que el Espíritu Santo es un Espíritu de la Verdad divina, en el marco de la misma promesa de volver que hacía a Sus discípulos: “...el Espíritu de Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes lo conocen, porque está con ustedes y permanecerá en ustedes” (Juan 14,17). Aquí, el término “mundo” no se refiere a la creación completa, sino a lo terrenal, a eso que le da la espalda a Dios y por lo que Cristo no puede orar, no porque no quiera o no pueda, sino porque el mismo mundo no le conoce a Él: “Y ésta es la vida eterna: conocerte a Ti, único Dios verdadero, y al que Tú has enviado, Jesús, el Cristo... Yo ruego por ellos. No ruego por el mundo, sino por los que son Tuyos y que Tú me diste” (Juan 17, 3 y 9).

De esta forma, la Verdad divina (Cristo) es el único que libera al hombre de la esclavitud del pecado y le devuelve la verdadera libertad: “Ustedes serán verdaderos discípulos Míos si perseveran en Mi palabra; entonces conocerán la verdad, y la verdad los hará libres”. El mismo Cristo se autodefine como el Camino, la Verdad y la Vida. Esta es también la razón por la cual el Espíritu de la Verdad es llamado también “Espíritu de Cristo”, Aquel por cuyo medio Cristo obra en la Iglesia. “Y cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad, los guiará en todos los caminos de la verdad. Él no viene con un mensaje propio, sino que les dirá lo que escuchó y les anunciará lo que ha de venir. Él tomará de lo Mío para revelárselo a ustedes, y Yo seré glorificado por Él.” (Juan 16,13), y “Cuando venga el Protector que les enviaré desde el Padre, por ser Él el Espíritu de verdad que procede del Padre, dará testimonio de mí.” (Juan 15,26)

Por eso, el Pentecostés es el “aniversario” de la Iglesia de Cristo, porque sin Espíritu Santo la Iglesia no existiría.

4. El Espíritu está en todo lugar. Siendo Dios, el Espíritu Santo es omnipresente. Con todo, hay un único lugar en el que no puede estar: el mundo del pecado, que no puede conocer la santidad de Dios. Y es que la santidad no es una cosa mágica, que viene sobre el hombre en contra de su voluntad o sin su conocimiento. Al contrario, la santidad es asumir plena y conscientemente una vida moral.

5. El Espíritu lo llena todo. Cuando Dios creó el mundo, vio que todo “era bueno”. Es decir, era adecuado para el propósito con el cual hizo. Pero la realización de este propósito no se consigue sino practicando el bien, las virtudes, la santidad. Cuando esto no ocurre, aparece lo opuesto, es decir, el mal. En consecuencia, el bien no puede realizarse si no es por medio del Espíritu Santo, es decir, por medio del amor y la verdad. Porque sólo el amor y la verdad podrían realizar el propósito de la existencia. Sin ellos (implícitamente, sin el Espíritu Santo), el mundo no tendría sentido, convirtiéndose en un lugar de sufrimientos inútiles, causados por la permanencia en la imperfección.

Quizás la anterior explicación pueda parecer un poco confusa, pero pensemos, ¿de dónde provienen el sufrimiento y el mal en el mundo? ¿Cómo vencerlos, si no es por medio del amor y la verdad? Es decir, por medio de un Espíritu Santo. Porque la palabra “espíritu” define a un estado del alma, una actitud del alma, buena o mala. Por eso, no existe sólo el Espíritu Santo, sino que también hay espíritus malos, “caídos” de la altura santa del amor.

Santidad significa amor. Y la obra del Espíritu Santo en el mundo es, en esencia, la del amor. Porque, más allá de cualquier teorización sobre Dios, permanece una verdad simple y eterna: “El que no ama no ha conocido a Dios, pues Dios es amor.” ( 1 Juan 4,8)

Habiendo hablado de las características y la acción del Espíritu Santo, es necesario recordar cuáles son sus frutos, mencionados tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Dice el Santo Apóstol Pablo: “el fruto del Espíritu es caridad, alegría, paz, comprensión de los demás, generosidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí mismo” (Gálatas 5, 22-23).

A su vez, uno de los más grandes profetas del Antiguo Testamento, Isaías, hablando del descendimiento del Espíritu Santo sobre Jesucristo (la paloma en la Epifanía), dice: “Sobre él reposará el Espíritu de Dios, espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de prudencia y valentía, espíritu para conocer a Dios y para respetarlo” (Isaías 11, 1-3).

6. “Tesoro de bienes”. Esta fórmula contiene todo lo dicho anteriormente sobre los frutos del Espíritu, que son llamados “bienes”. Y el Espíritu es un “tesoro” que los aglutina, es decir, su depositario y administrador, generándolos y ofreciéndoselos al hombre, si éste los quiere.

7. “Dador de Vida”. En su sentido teológico, la “vida” es la existencia del hombre en Dios, por medio del mismo conocimiento de Dios. Pero, el término “conocimiento” es también complejo, porque no sólo se refiere al hecho de percatarse y comprender algo, sino también su misma experiencia, la vivencia interior de ciertas verdades. En consecuencia, si Cristo es Vida, el Espíritu Santo trae a Cristo al mundo, santificando a toda la creación.

Para evidenciar de mejor manera esta característica, Cristo dice: “El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada” (Juan 6,63) Con estas palabras, Cristo no está diciendo que el cuerpo no vale nada, como podría entenderse erradamente; lo que Él dice es que, en comparación con la Vida, el cuerpo no es ni fuente del conocimiento de Dios, ni fuente de la vida eterna... ni siquiera de la vida biológica, porque ésta solamente la recibe. La falta de “utilidad” se refiere solamente a la imposibilidad del cuerpo de ser fuente de santidad, siendo sólo su receptor (por la acogida del alma).

Luego, es difícil pensar en el hombre como un ser autónomo, sólo por y para sí mismo (aunque algunos piensen de esta manera). La clave de toda nuestra existencia es Dios-Santísima Trinidad, a Quien le dedicamos también el día posterior al Pentecostés.

(...)

En la iconografía, el Espíritu Santo es representado de dos maneras: como paloma y como fuego. Esto nos remite a Sus frutos y a Su acción santificadora. La paloma ha sido consagrada como el símbolo universal de la paz, mientras que el fuego es el signo de la vida eterna, un fuego del corazón, de amor a Dios y al semejante. Al encontrarse con Cristo Resucitado, los discípulos dan testimonio: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lucas 24, 32).

En conclusión: el Espíritu Santo es Amor y Verdad. ¡No dejemos pasar la oportunidad de encontrarnos con Él, en nuestro corazón!

fuente Doxología.org

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