viernes, 14 de julio de 2017

Meditación: Mateo 10, 16-23


Santa Catalina Tekakwitha, virgen

Cada vez que cumplimos fielmente el Evangelio en la vida diaria, podemos tener la certeza de que encontraremos algún tipo de dificultad u oposición. Cuando se dan casos de rechazo, ridiculización o persecución, ¿dónde podemos encontrar un pilar firme y seguro para apoyarnos? En la fe en Cristo y en la seguridad de que el Espíritu Santo habita en nosotros y nos da su fortaleza y su sabiduría.

Cuando Jesús envió a los Doce —y por extensión, a todos los creyentes— a predicar el Evangelio, les dio advertencias y recomendaciones. El Señor dependió siempre del poder del Espíritu Santo y del amor y la protección de su Padre, porque sabía que era inevitable que su misión fuera mal interpretada. Del mismo modo, los discípulos no debían preocuparse de lo que deberían decir cuando los enjuiciaran por su testimonio de Cristo, porque “no serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu de su Padre el que hablará por ustedes” (Mateo 10, 20).

Jesús fue odiado, traicionado, condenado y finalmente ejecutado por su testimonio; sin embargo, en todo momento, recurrió a la fortaleza y la guía del Espíritu Santo. Hasta cuando sus enemigos pensaban que lo habían derrotado, Jesús permanecía arraigado en su conocimiento del amor del Padre y sabía que no sería defraudado.

El Espíritu Santo que habita en nosotros es el que derrama el amor de Dios en nuestro corazón y nos da la confianza necesaria para encarar la oposición (Romanos 5, 1-5). Pero si la persecución es inevitable, más cierto aún es el poder del Espíritu que vive en nosotros por el Bautismo. El Paráclito se deleita en fortalecernos cuando somos fieles y obedientes a Dios, dispuestos a pagar el precio de nuestro testimonio de Cristo.

Sin embargo, los modestos pasos de obediencia que damos, quedan siempre empequeñecidos por la fidelidad con que Dios cumple su promesa de guiarnos y alentarnos mediante la acción de su Espíritu. Es imposible tener una confianza más grande que ésta, porque no hay un acompañante más fiel que el Espíritu Santo.
“Señor, Espíritu Santo, me entrego por completo a tu protección. Concédeme la capacidad de confiar en ti para anunciar y defender el Evangelio, sin importar el costo. Ayúdame, Señor, a dar fiel testimonio de Cristo en todas las situaciones de mi vida.”
Génesis 46, 1-7. 28-30
Salmo 37(36), 3-4. 18-19. 27-28. 39-40

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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