sábado, 15 de julio de 2017

Meditación: Mateo 10, 24-33


San Buenaventura, obispo y doctor de la Iglesia

No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. (Mateo 10, 28)

Una de las emociones humanas más fuertes es el miedo, y uno de los aspectos positivos del miedo es que puede hacernos ver que no somos nosotros los que controlamos las circunstancias de nuestra vida. Cuando nos sentimos demasiado seguros, tendemos a rechazar la idea de ser indefensos e insistimos en que no le tenemos miedo a nada.

Lo malo no es tanto tener miedo, sino tenerlo por razones incorrectas. Nos asusta la posibilidad de contraer una enfermedad grave, fracasar en un negocio, sufrir dolor, la soledad; es decir, cosas que afectan nuestra vida mortal. Jesús dijo que en realidad lo que más debíamos temer es aquello que puede poner en peligro nuestra vida espiritual. Cuando miramos la vida con los ojos de la fe, los problemas terrenales que nos causan inseguridad o temor son como sombras que pasan, comparados con la realidad del amor, la salud y la abundancia que nos esperan junto a él.

San Agustín escribió: “Sepan y tengan por seguro que el cuerpo está muerto sin el alma, y que el alma está muerta sin Dios” (Sermones sobre lecciones del Nuevo Testamento, XV,7). Esto se relaciona con lo que Jesús les dijo a sus discípulos. La mayoría serían perseguidos e incluso martirizados, por lo tanto tenían que entender que si permanecían fieles a él —hasta la muerte— sus almas vivirían para siempre. Si preferían prolongar o enaltecer sus vidas terrenales renunciando a Dios, sus almas se perderían.

El temor debería guardarnos de las tentaciones e inclinaciones que puedan apartarnos de la vida de abundancia que tenemos en Cristo. Ya sea que suframos o no persecución en nuestra vida, siempre enfrentaremos la atracción del mundo, pero Jesús nos señaló un camino seguro. La vida es una batalla espiritual en la que se nos ha dado la victoria gracias a la muerte y la resurrección de Jesús. Si aprendemos lo que él nos enseña, seremos bien recibidos en la casa de nuestro Padre para disfrutar de la vida plena que él nos ha prometido.
“Padre celestial, haznos como San Agustín, sin miedo a la muerte, sino a caer en el pecado y apartarnos de ti. Queremos creer cada vez más firmemente en tu amor y tu poder, entregarnos en tus santas manos y ser dignos de la vida eterna.”
Génesis 49, 29-32; 50, 15-26
Salmo 105(104), 1-4. 6-7

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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