jueves, 13 de julio de 2017

Meditación: Mateo 10, 7-15


San Enrique

Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos. (Mateo 10, 7)

Cuando Jesús envió a sus discípulos a anunciar el Evangelio, les encomendó que se comportaran como él, porque sólo imitándolo podrían desempeñar su apostolado en forma eficaz. De modo que cuando les dijo: “Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente”, les estaba enseñando algo que no se limitaba sólo a servir a los demás.

Cristo fue el servidor más grande y humilde de todos, de modo que los discípulos solamente podrían servir desinteresadamente imitándolo a él, que siempre buscó a su Padre en la oración para recibir lo que necesitaba. Jesús confiaba que Dios atendería a todas sus necesidades y esto le permitía dar libre y generosamente a los demás todo lo que el Padre le daba a él. Esta fue la razón por la que les encargó a los Doce que no llevaran ni dinero ni ropa extra, porque Dios les proveería lo necesario.

Tan perfectamente se abandonaba Cristo en manos del Padre y tan seguro estaba de la presencia de Dios, que iba a todas partes con entera libertad, y decía y hacía todo lo que el Padre le encomendaba. Sabía que su Padre lo cuidaba y por eso asumía riesgos que otros —que sólo confiaban en los razonamientos humanos— no se atrevían a asumir. Por eso, instó a sus discípulos a que ellos también actuaran con la misma libertad para decidir qué casa “merecía” su paz cuando fueran a anunciar el Evangelio.

A veces pensamos que si no tenemos tiempo para nuestra propia familia, mucho menos lo tendremos para evangelizar a otros. Sin embargo, Cristo encomendó a sus discípulos que predicaran el Evangelio, sanaran enfermos, resucitaran muertos y expulsaran demonios. Podemos ser padres de familia, maestros, religiosos o sencillamente amigos, pero el Señor nos invita a todos a confiarle nuestra vida, seguros de que él nos dará todo lo que necesitemos. Pero hay que difundir el mensaje de palabra y también de obra, no sólo llevando una vida recta, sino proclamando el Nombre de Jesucristo y haciendo algo para ayudar a los demás en sus propios problemas.
“Jesús, Señor mío, ayúdame a buscar tu santa faz en la oración, para que yo sepa que tú te preocupas de mis necesidades. Concédeme tu sabiduría y tu fortaleza para ser un buen testigo tuyo y anunciar tu Evangelio sin esperar retribución alguna.”
Génesis 44, 18-21. 23-29; 45, 1-5
Salmo 105(104), 16-21

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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