sábado, 9 de septiembre de 2017

Evangelio según San Lucas 6,1-5. 
Un sábado, en que Jesús atravesaba unos sembrados, sus discípulos arrancaban espigas y, frotándolas entre las manos, las comían. Algunos fariseos les dijeron: "¿Por qué ustedes hacen lo que no está permitido en sábado?". Jesús les respondió: "¿Ni siquiera han leído lo que hizo David cuando él y sus compañeros tuvieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios y, tomando los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes, comió él y dio de comer a sus compañeros?". Después les dijo: "El hijo del hombre es dueño del sábado". 


RESONAR DE LA PALABRA

Ciudadredonda
Enséñanos a mirar para saber elegir
¡Qué importante es saber mirar! Nuestra mirada siempre es selectiva. No tenemos capacidad para verlo todo en toda su verdad. Es imposible. Así que, lo sepamos o no, nuestros sentidos eligen e interpretan la realidad. El texto de hoy es un ejemplo claro. Tanto los fariseos como Jesús y sus discípulos eran judíos. Ambos conocían la Ley y el sábado. Ambos buscaban a Dios y querían ser fieles. Ambos habrían leído muchas veces aquello que hizo David cuando sus hombres sintieron hambre. Pero cada uno lo interpretó de una manera bien distinta. Una vez más, la preocupación humana por la letra pequeña, los legalismos, el cumplimiento estrecho. Y una vez más Jesús empeñado en abrirnos la mente, la mirada y el corazón; en ampliarnos la perspectiva, el “zoom” de nuestra vida.
La cuestión no es dejar de cumplir el Sábado, día santo de descanso recordando que también Dios descansó tras crear cuanto existe. Tampoco hoy se tratará de volatizar la Tradición y los mandamientos. Más bien creo que Jesús nos invita a discernir en cada momento qué es lo fundamental y qué queda por detrás. El hombre es señor del sábado. Y un ser humano hambriento está por encima de un precepto religioso. ¿Nos lo creemos? Porque, por desgracia, dos mil años después, sigue habiendo preceptos y sigue habiendo mucha hambre.
No es casual que este texto siga inmediatamente a la discusión de ayer sobre el ayuno. Os comparto dos textos antiguos que pueden iluminar esta íntima relación entre lo fundamental y lo accesorio:
“El Abba Antonio decía: Un día en el que estaba yo sentado junto al Abba Arfat, hizo acto de presencia un asceta y dijo: “Padre, he ayunado por espacio de doscientas semanas, comiendo solamente cada seis días, he aprendido el Antiguo y el Nuevo Testamento ¿qué me queda por hacer? Le respondió el anciano: ¿Es para ti el menosprecio igual que el honor? No, respondió. ¿La pérdida como la ganancia, los extraños como los parientes, la indigencia como la abundancia? No, respondió. El anciano concluyó: “Tú, ni has ayunado doscientas semanas, ni has aprendido el Antiguo Testamento, te estás engañando a ti mismo”. (PADRES DEL DESIERTO).
Que el que ayuna entienda bien lo que es el ayuno; que preste atención al hambriento quien quiera que Dios preste atención a su hambre; que se compadezca quien espera misericordia; que tenga piedad quien la busca; que responda quien desea que Dios le responda a él. Es un indigno suplicante quien pide para sí lo que niega a otro [...] El ayuno no germina si la misericordia no lo riega, el ayuno se torna infructuoso si la misericordia no lo fecundiza: lo que es la lluvia para la tierra, eso mismo es la misericordia para el ayuno" (S. PEDRO CRISOLOGO, Sermón 43).

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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