viernes, 15 de septiembre de 2017

Meditación: Juan 19, 25-27


Nuestra Señora de los Dolores

Nuestra Señora de los Dolores es la advocación mariana más universal de todas, y no está vinculada a una aparición, sino que recuerda los dolores que sufrió la Madre de Jesús. ¿Qué dolores? La profecía de Simeón, la huida de Egipto, el Niño Jesús perdido en el Templo, su encuentro con Jesús camino al Calvario, la Crucifixión de su Hijo, la bajada del cuerpo de Jesús de la cruz, y la sepultura del Señor.

Se puede decir que, desde el principio del cristianismo, al recordar la pasión del Redentor, los hijos de la Iglesia no podían menos que relacionar los padecimientos del Hijo de Dios con los dolores de su madre. Ya en el siglo V, vemos que el papa Sixto III (432-440), al restaurar la Basílica de Santa María la Mayor, la consagra a los mártires y a su Reina, según lo indica un mosaico de dicha iglesia.

La liturgia de la celebración de los Dolores de la Virgen, es de origen alemán. La instituyó en Colonia el arzobispo Teodorico de Meurs, en 1423, para reparar las burlas que los herejes hacían a las imágenes de la Virgen Dolorosa. Paralelamente a estas celebraciones “canónicas” se desarrollaba en España un culto especial a “la Dolorosa.”

En la fiesta de Nuestra Señora de los Dolores recordamos los sufrimientos que padeció María a lo largo de su vida, por haber aceptado ser la Madre del Salvador. En este día acompañamos a María en su experiencia de un grandísimo dolor, el dolor de una madre que ve a su santo Hijo único incomprendido, rechazado, acusado injustamente, abandonado por sus apóstoles, flagelado cruelmente, coronado de espinas, escupido, abofeteado, caminando descalzo bajo el enorme peso de un madero astilloso hacia el monte Calvario, donde finalmente sufre la agonía de su muerte en la cruz, clavado de pies y manos.

Pero María saca fortaleza de la oración y de la confianza en Dios, cuya voluntad es lo mejor para nosotros, aunque no la comprendamos; es ella quien, con su compañía, su fortaleza y su fe, nos da fuerza en nuestros momentos de dolor, de diarios sufrimientos, con la mirada fija en la victoria de la resurrección.
“Oh, Señora de los Dolores, te suplico la gracia de unir, en mi corazón, los sacrificios de mi vida a los tuyos y comprender que, en el dolor, nos parecemos más a Cristo y, con tu auxilio, somos capaces de amarlo con mayor intensidad.”
1 Timoteo 1, 1-2. 12-14
Salmo 16(15), 1-2. 5. 7-8. 11

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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