domingo, 8 de octubre de 2017

El jubileo como restauración

Un jubileo es un tiempo de gozo, gracia y celebración. San Juan Pablo II escribió sobre el Gran Jubileo del año 2000, «El término “jubileo” expresa alegría; no sólo alegría interior, sino un júbilo que se manifiesta exteriormente»






Los orígenes del jubileo se encuentran en el libro de Levíticos, en donde Dios le enseña a su Pueblo elegido cómo santificar el tiempo. Por medio de Moisés en el Monte Sinaí, el Señor instruyó a los israelitas cómo ordenar sus vidas dentro del ritmo de las semanas, los meses y los años para que pudieran renovar continuamente su relación con Él y entre sí. Debían guardar el séptimo día santo, el sábado, día de descanso; debían celebrar cada luna nueva; y debían observar un ciclo litúrgico de banquetes y estaciones especiales cada año. Y más allá del calendario anual, ciertos años eran sagrados. El Señor ordenó que cada séptimo año debía ocurrir un Año Sabático (Lev 25, 1-7). Esto significa que el pueblo debía descansar del trabajo agrícola y dejar que la tierra «descansara» o siguiera en barbecho: no podían sembrar ni cosechar. Celebrar el año sabático era un acto de confianza en Dios. Requería confiar en que incluso sin el trabajo humano, Dios proveería lo suficiente para que su pueblo comiera de lo que crecía por sí solo o de lo que habían guardado de años anteriores. El año sabático ayudaba a asegurase de que el pueblo de Dios no fuera esclavo del trabajo, que no se cerraría en una visión consumista o utilitaria de la realidad.

Aún más importante que el año sabático era el año del Jubileo (Lev 25, 8-55). El jubileo era una especie de súper año sabático, que se celebraba cada cincuenta años (siete años multiplicados por siete). Se lo llamaba «jubileo» (yobel, en hebreo) porque debía anunciarse al final del año número cuarenta y nueve por medio del resonar del cuerno de macho cabrío (yobel). En Levíticos se explica que el jubileo debía ser un año de descanso, de liberación y de regreso.

Es un año de descanso porque, tal como en el año sabático, el pueblo debe tomarse un año libre de su trabajo agrícola y dejar que su tierra siga en barbecho. ¡Muchos años antes de que surgieran las ideas modernas de rotación de cultivos, el Señor le enseñó a Israel cómo dejar que la tierra descansara y recuperara sus nutrientes!

Es un año de liberación porque todos los israelitas que se habían vendido a sí mismo como esclavos para pagar una deuda (una práctica común en el mundo antiguo) debían ser liberados. De este modo, se les recordaba a los israelitas que son solo siervos de Dios, quien los libera de la esclavitud de Egipto. El libro del Deuteronomio luego agregó otra forma de liberación: durante el jubileo todas las deudas debían ser perdonadas (Deut 15, 1). Ningún miembro del pueblo de Dios puede permanecer permanentemente oprimido por el peso de una deuda. También es un año de regreso porque toda tierra que había sido vendida (otra manera común de pagar una deuda) tenía que volver a su dueño original, y el dueño podía regresar a su tierra.

El jubileo garantizaba que vender la propiedad era en realidad un alquiler a largo plazo. Esto era esencial ya que la parte de tierra santa de una familia israelita no era una propiedad inmobiliaria que pudiera ser comercializada como una mercancía si no que era una herencia sagrada del Señor. Ningún miembro del pueblo de Dios podía alienarse permanentemente de su tierra. Por lo tanto, el jubileo le permitiría al pueblo de Dios continuar viviendo en la libertad y plenitud que Dios deseaba para ellos. Ningún israelita podía permanecer permanentemente empobrecido, y ningún grupo pequeño de gente podía acumular la mayoría de la riqueza. Pero, tristemente, no se sabe si el jubileo efectivamente se llevó a cabo como el Señor había indicado. Los israelitas experimentaron la fruta amarga de ignorar los mandamientos de Dios, lo cual culminó con su exilio y la cautividad en Babilonia, lo contario a descanso, liberación y regreso. Sin embargo, mediante el profeta Isaías, Dios anunció que llegaría la restauración: «El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí, porque el Señor me ha ungido.

Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad; para proclamar un año de gracia del Señor, un día de venganza de nuestro Dios, para consolar a los afligidos, para dar a los afligidos de Sión una diadema en lugar de cenizas, perfume de fiesta en lugar de duelo, un vestido de alabanza en lugar de un espíritu abatido» (Is 61, 1-3).

El «año de gracia del Señor» hace referencia al jubileo.
Dios promete que la venida del Mesías será un jubileo nuevo y aún más grande, un tiempo de libertad y sanación, consolación y gozo.

¿Qué sucedió cuando vino Jesús? Al comienzo de su ministerio público, entró a la sinagoga de Nazaret a leer este pasaje del rollo del profeta Isaías, y luego le anunció a su audiencia, que lo escuchaba atónita, «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4, 21). Jesús proclamaba que toda su misión era inaugurar el jubileo nuevo y duradero, el verdadero descanso, liberación y regreso del cual el antiguo jubileo solo era un presagiador. Él nos da el verdadero descanso de la comunión con Dios, la verdadera liberación de la cautividad del pecado y el verdadero regreso a la tierra prometida que Dios siempre tuvo destinada para nosotros: el Cielo. En la historia de la Iglesia, hace un largo tiempo ya se había dejado de lado la idea de un jubileo, hasta que el Papa Bonifacio VIII anunció un año jubilar en 1300 y llamó a los cristianos a celebrarlo con donaciones, actos de misericordia y peregrinajes. Desde entonces, la Iglesia ha celebrado jubileos continuamente, y a veces un jubileo «extraordinario» (que no es celebrado en un intervalo de cincuenta años), como el Año de la Misericordia convocado por el Papa Francisco.

Entonces, ¿qué tiene que ver todo esto con el Jubileo de la Renovación Carismática Católica? Es importante señalar que el jubileo de Israel tenía una conexión especial con el Pentecostés, ya que, así como Pentecostés que siempre se celebraba en el día número cincuenta luego de la pascua judía (7x7+1), el jubileo celebra cada cincuenta años (7x7+1).

Los inicios de la Renovación cincuenta años atrás fue una especie de Pentecostés que se propagó como fuego bendito por toda la Iglesia; acercó a un número incalculable de personas a una experiencia del amor de Dios y de la gloriosa majestad de Jesús. Es oportuno celebrar el jubileo de este gran trabajo de Dios al pedirle a Dios que renueve en nosotros las cosas maravillosas que obró mediante el bautismo en el Espíritu Santo. Concretamente, este año podríamos: Celebrar el jubileo como descanso por medio de tomarnos tiempo libre de nuestros trabajos, inclusive de los trabajos ministeriales, para simplemente disfrutar de los frutos que Dios ha hecho crecer mediante la Renovación Carismática. También tomarnos un tiempo extra para visitar a las personas, renovar viejas amistades, hacer peregrinajes y disfrutar la presencia de Dios en la adoración.

Celebrar el jubileo como liberación al perdonar cualquier deuda pendiente, deudas de ofensas cometidas contra nosotros, y quizás incluso deudas monetarias. No dejemos que el jubileo pase sin hacer todo lo que está en nuestro poder para sanar relaciones rotas.

Celebrar el jubileo como regreso por medio de regresar a nuestro primer amor, a la pasión por Jesús que fue encendida en nosotros por el Espíritu Santo; volver a confiar en Dios como si fuéramos niños, y también volver al ejercicio abundante de los dones espirituales que podríamos haber conocido en el pasado.

Finalmente, es curioso que en latín la palabra jubileo, jobeleus, se parece mucho a otra palabra en ese idioma: jubilus. Para los Padres de la Iglesia, jubilus o júbilo, se definía como los sonidos que realizaba la lengua para expresar un gozo desbordante sin utilizar palabras. ¡Esto no es otra cosa sino el don de lenguas! Cantar en lenguas es una forma maravillosa de alabar y agradecer a Dios en el Espíritu por el don de su Hijo Jesús, la plenitud del jubileo.

La Dra. Mary Healy es Profesora de Sagradas Escrituras en el Seminario Mayor del Sagrado Corazón de Detroit y presidente de la Comisión Doctrinal de los Servicios Internacionales de la Renovación Carismática Católica. Es la autora de Healing: Bringing the Gift of God’s Mercy to the World.

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