La verdadera esperanza busca solamente el Reino de Dios y confía en que todo lo demás se le dará, sin duda alguna...
Quienes esperan en el Señor se alzan a Él y se iluminan con el brillo de Su luz eterna. Si el hombre, por amor a Dios y para realizar solamente buenas acciones, deja de preocuparse por sí mismo, es que su esperanza es verdadera y legítima. Pero cuando el hombre únicamente pone sus esperanzas en sus propias acciones, y acude a Dios sólo cuando siente que le acechan las desgracias —comprobando que es imposible enfrentarlas por sus propios medios—, para pedir el auxilio divino, es que su clamor no contiene la verdadera esperanza, sino una engañosa, porque no proviene de la fe sino del temor.
La verdadera esperanza busca solamente el Reino de Dios y confía en que todo lo demás se le dará, sin duda alguna... Y es que el corazón del hombre no podría tener paz, si antes no adquiere esta esperanza. Ella es eso que le llena de paz y vierte alegría en su alma. Ella sola lo reconcilia completamente y trae serenidad a su interior. Sobre esta esperanza dijo la Santísima boca del Señor: “Venid a Mí todos los que estáis cansados y agobiados, y Yo os aliviaré” (Mateo 11, 28), es decir, “Confíen en Mí y recibirán consuelo para sus sufrimientos, perdiendo además todo temor”.
(Traducido de: Sf. Serafim de Sarov, Viața, nevoințele și învățăturile, Editura Mănăstirea Sihăstria, p. 376-377)
fuente Doxologia
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