La cosecha es mucha, pero los trabajadores son pocos. Por eso, pidan ustedes al Dueño de la cosecha que mande trabajadores a recogerla (Lucas 10, 2)
Los hebreos anhelaban que Dios se manifestara entre ellos y oraban para que así sucediera, principalmente para librarse de sus enemigos. Este anhelo se hacía realidad en la Persona de Jesucristo, el Hijo de Dios, pero ellos no lo entendían así. Necesitaban un cambio de corazón, y por eso, el Señor comenzó su ministerio con el mismo anuncio de Juan el Bautista: “Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos” (Mateo 3, 2; 4, 17).
Muchas parábolas de Jesús se referían al Reino de Dios que llegaba al mundo, un Reino gobernado por el Padre celestial, que es tierno y misericordioso, como el de la parábola del hijo pródigo (Lucas 15, 11-32); un rey cuyo imperio se extendería y prosperaría como la semilla de mostaza (Lucas 13, 18-19). Los milagros de Jesús en favor de los enfermos y pecadores eran señales de la presencia y del amor del Reino de Dios, que lo abarca y lo impregna todo con su gracia.
Pero vivir según los principios del Evangelio, es decir, vivir en el Reino de Dios aquí y ahora, no es algo que sea natural para los seres humanos. Nuestra naturaleza inclinada al pecado nos opone resistencia a cada paso. Entonces, ¿cómo podemos llevar una vida que nos ayude a disfrutar del Reino de Dios y prosperar en él?
San Pablo nos dice que esto puede hacerse sólo por el poder de la cruz, por medio de la cual “el mundo ha muerto para mí y yo he muerto para el mundo” (Gálatas 6, 14). En la cruz de Cristo reside el poder de la conversión, o sea, el hecho de apartarse de la vida egocéntrica, que sigue la guía del mundo, para adoptar la vida centrada en Dios, que sigue los valores del Reino celestial.
La cruz es un arma poderosísima que Dios nos da para combatir la carne, el mundo y a Satanás. La cruz es el único instrumento que puede dar muerte a nuestra antigua existencia, para que nazca en nosotros la vida nueva. No es extraño, pues, que Pablo se gloriara en la cruz, porque ella hacía avanzar el Reino de Dios en la tierra, y llevar a todos los creyentes a compartir la vida divina.
“Padre celestial, yo quiero ser como los discípulos de Jesús, para disfrutar de la vida del Reino de Dios, y llevar la buena nueva del Reino a otras personas.”Nehemías 8, 4.5-6. 8-12
Salmo 19(18), 8-11
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