Santa Margarita María Alacoque, virgen, o Santa Eduviges, religiosa
La gente de este tiempo es una gente perversa.
Lucas 11, 29
Nínive era una ciudad grande, donde había mucha maldad, violencia y corrupción. Dios envió a Jonás, su profeta, a esta pujante y rica metrópolis: “Anda, vete a la gran ciudad de Nínive y anuncia que voy a destruirla, porque hasta mí ha llegado la noticia de su maldad” (Jonás 1, 2). El profeta anunció que la ciudad sería destruida por su pecado, pero cuando lo supo el rey de Nínive, decretó un período de arrepentimiento total, con la esperanza de aplacar así la ira de Dios.
La “señal de Jonás” sin duda se refiere a los tres días y tres noches que el profeta estuvo “en el vientre de un gran pez” (Mateo 12, 40); pero más importante es que la señal, a la que Jesús se refería, era la llamada al arrepentimiento y la conversión a Dios. Los habitantes de Nínive creyeron que Jonás venía en efecto enviado por Dios y renunciaron al mal que cometían: “El rey de Nínive… se puso ropas ásperas y se sentó en el suelo. Luego el rey y sus ministros dieron a conocer por toda la ciudad el siguiente decreto ‘… Deje cada uno su mala conducta y la violencia que ha estado cometiendo hasta ahora’” (Jonás 3, 6-8). El fruto del arrepentimiento de Nínive fue que Dios decidió no hacerles el daño que les había anunciado.
En el Nuevo Testamento, Jesús es la señal para toda la humanidad. Sólo él nos redime y perdona nuestros pecados. Dios actúa en la vida de todo el que cree en la obra redentora de Cristo. Sin embargo, muchas veces le ponemos barreras al Señor cuando le pedimos más señales de su poder y su divinidad. Le prometemos que “cuando él haga algo determinado, entonces creeremos realmente.” Tratamos de calmar nuestras dudas recurriendo a lógicas humanas.
Pero Dios nos dice: “Yo te di a mi único Hijo, que sufrió y murió por tus pecados. Nadie tiene un amor tan grande como el que da la vida por su enemigo. Esta es la obra consumada de mi Hijo. La justicia ha sido satisfecha; la humanidad ya no está condenada.”
“Padre amado, me arrepiento por no haber reconocido la señal de la muerte y la resurrección de tu Hijo. Señor, sé misericordioso conmigo como con los ninivitas. Dame un profundo deseo de renovarme en ti.”
Romanos 1, 1-7
Salmo 98(97), 1-4
Fuente: Devocionario Catòlico La Palabra con nosotros.
Fuente: Devocionario Catòlico La Palabra con nosotros.
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