Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de él. Ellos partieron y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén. Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: "Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?". Pero él se dio vuelta y los reprendió. Y se fueron a otro pueblo.
RESONAR DE LA PALABRA
Ciudad Redonda
Queridos hermanos:
A los discípulos les costó entender que lo de Jesús era un planteamiento revolucionario, que verdaderamente suponía pensar y sentir de una forma radicalmente nueva. Lo veíamos en el texto evangélico de ayer y lo vemos igualmente en el de hoy. Pero lo mejor (o lo peor, según se mire) es que dos mil años después seguimos sin entenderlo del todo y mucho menos vivirlo.
El caso es que los de Samaria no quisieron recibir a aquel grupo de judíos que iban camino de Jerusalén. Normal. Los samaritanos y los judíos no andaban en muchas mejores relaciones que las que tienen hoy los israelíes con los palestinos. Ante aquel rechazo, Santiago y Juan proponen una solución radical: hacer que baje fuego del cielo y termine con aquellos samaritanos para siempre. La imagen es viva y actual. Casi se puede ver a los reactores israelíes volando sobre los campos y ciudades de Gaza o Cisjordania lanzando sus misiles (fuego del cielo) y destruyendo para siempre a los palestinos.
Hemos puesto el ejemplo de israelíes y palestinos pero se podían haber puesto muchos otros. Seguimos separados por fronteras que señalamos y defendemos con ardor. Y los misiles siguen volando siempre en nombre de la defensa de nuestros altos intereses. Irak, Irán, Afganistán y tantos otros países se someten unos a otros a ese fuego del cielo que no soluciona nada y que no hace más que enconar los rencores, los odios y la división entre los pueblos.
Lo de Jesús es otra cosa. Sencillo pero revolucionario: “No sabéis de qué espíritu sois. Porque no he venido a perder a los hombres sino a salvarlos.” Es otro planteamiento tan distinto al nuestro habitual que incluso hoy nos cuesta entenderlo en la Iglesia. Y demasiadas veces nos dedicamos a condenar en lugar de perdonar y salvar y curar y acoger y hacer fraternidad.
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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