martes, 28 de noviembre de 2017

Meditación: Lucas 21, 5-11

Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra.
Lucas 21, 6


¿Recuerdas el hogar de tu niñez? Tal vez las cenas familiares en las que todos conversaban alegremente y reían. O tal vez el patio, donde jugabas y te subías a un árbol.

En el Evangelio de hoy, escuchamos acerca de otra casa muy amada, el Templo de Jerusalén, que era objeto de amor profundo y admiración para el pueblo hebreo por su magnificencia y la belleza de las piedras preciosas que lo adornaban. Por eso, cuando Jesús profetiza que llegará un tiempo en el que todo será destruido, sus palabras resultan espantosas y llenan a los presentes de rechazo y alarma.

El pueblo judío esperaba que el Mesías viniera a proteger el Templo, no a predecir su destrucción. Pero Jesús refuta sus expectativas, explicándoles que él ha venido a establecer un nuevo Templo, no físico, pero duradero. Ese nuevo Templo es la Iglesia, y él es la piedra angular. El resto del edificio está construido por “piedras vivas” (v. 1 Pedro 2, 5), vale decir, nosotros los creyentes. En efecto, los fieles somos más valiosos que las piedras preciosas que decoraban el templo de Jerusalén, aparte de que cada uno de nosotros está llamado a desempeñar una función o servicio importante en la Iglesia.

Y precisamente por ser un templo vivo de Cristo, la forma en que vivamos marca una diferencia, no sólo en nuestra vida personal, sino también en la de nuestros hermanos. Por ejemplo, cuando tenemos paciencia con nuestros hijos, adornamos más la belleza y la vida de toda la Iglesia. Los pocos minutos de reflexión que hagamos sobre las Escrituras diariamente no sólo profundizan nuestra relación con Dios, sino que nos unen más a Cristo.

El Padre siempre tiene algo más que quiere realizar en la Iglesia y más gracia para que nosotros llevemos a cabo su obra. Por eso, hazte hoy la pregunta: ¿Qué cosa puedo hacer para ayudar a edificar la Iglesia? Y escucha lo que te diga el Espíritu Santo: aunque sea algo pequeño, el Señor se deleitará al ver que eres humilde y obediente.

Por último, oremos para que el Señor continúe guiando y protegiendo la Iglesia y a cuantos la formamos, para que todos juntos lleguemos a ser el Templo que él desea.
“Gracias Dios mío, por formar de nosotros tu Templo viviente, tu Iglesia. ¡Enséñame, Señor, a glorificarte en todo lo que yo haga!”
Daniel 2, 31-45
(Salmo) Daniel 3, 57-61
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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