jueves, 21 de abril de 2016

Comprendiendo La Palabra

“Recibir al que yo envío, es recibirme a mí;
y recibirme a mí, es recibir al que me ha enviado”

    Ser tu esposa, oh Jesús, ser carmelita, ser por mi unión contigo la madre de las almas, me debería ser suficiente. Pero no es así. Sin duda alguna que estos tres privilegios son mi vocación –carmelita, esposa y madre- y sin embargo siento dentro de mí otras vocaciones… Siento la necesidad, el deseo de llevar a cabo por ti, Jesús, todas las obras más heroicas…. A pesar de mi pequeñez, quisiera iluminar las almas como lo han hecho los profetas, los doctores; tengo la vocación de ser apóstol. Quisiera recorrer la tierra, predicar tu nombre y plantar, sobre la tierra de los infieles, tu Cruz gloriosa, pero, oh amado mío, una sola misión no me bastaría, quisiera al mismo tiempo anunciar el Evangelio en las cinco partes del mundo y hasta las islas más alejadas. Quisiera ser misionera no solamente por algunos años, sino que quisiera haberlo sido desde la creación del mundo y serlo hasta la consumación de los siglos… 

    ¡Oh Jesús mío! ¿qué vas a responder a todos mis delirios? ¿Acaso hay un alma más pequeña, más débil que la mía? Y sin embargo, a causa de mi misma pequeñez tú has querido, Señor, colmar mis pequeños deseos infantiles, y quieres hoy colmar mis otros deseos más grandes que el universo… He comprendido que el amor encierra en sí todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que comprende todos los tiempos y lugares; en una palabra, que es eterno… Mi vocación, por fin la he encontrado, mi vocación, es el amor.

Santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897), carmelita descalza, doctora de la Iglesia 
Manuscrito autobiográfico B, 2vº-3vº

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