jueves, 21 de abril de 2016

Meditación: Juan 13, 16-20

¿Has tenido tú, hermano, un día como hoy? Te despiertas decidido a marcar una diferencia en el mundo viviendo para Cristo, pero al llegar la tarde te das cuenta de que ya no caminas con el mismo entusiasmo, aunque querías que los demás se dieran cuenta de que Jesús es la razón de tu alegría. Pensando en lo que sucedió en el día, percibes que algo faltó; como si tus esfuerzos no fueron suficientes ni tus actitudes tan persuasivas como querías, que no demostraste la fidelidad o bondad que esperabas demostrar.

No hay forma de evitar los días como éstos, pero cuando suceden, trata de pensar que son regalos de Dios, porque es precisamente en estos días que él nos recuerda que no basta el esfuerzo humano por sí solo. Pedro y los demás apóstoles tuvieron que dejar que Jesús les lavara los pies, y tú deberás hacer lo mismo. Si dejas que Jesús te demuestre su amor, encontrarás la gracia necesaria para que te muestres bondadoso con los demás.

Imagínate que tú estás al pie de una gran escala de mármol y Jesús está arriba en el último peldaño. El hecho de ver su gloria y el amor que fluye de su corazón te encanta y te atrae hacia él, pero cada vez que tratas de subir un par de escalones, resbalas y retrocedes. Finalmente, frustrado y un poquito dolido por las caídas, le pides que te ayude. En un instante, Jesús desciende al primer peldaño, te recoge y te lleva hasta la cumbre.

¡Hoy no tiene que ser uno de “esos días”! Para evitarlo, comienza entrando en la presencia de Dios, mediante la oración y una apacible apertura de tu ser y deja que el Señor te lave los pies. Acepta la realidad liberadora de que tú nunca serás un mensajero del amor de Dios por tu propia cuenta, porque el Señor nunca lo quiso así. Además, tú eres alguien que él ha “enviado” en su nombre; eres un instrumento de su presencia, su luz y su gracia. Por eso, permite que su presencia y su promesa te llenen de modo que irradies la alegría del Señor a todos los que veas hoy día. No olvides nunca que Jesús está allí, delante de ti, mirándote a los ojos y esperando que le digas que venga a tu corazón, que llene tu vida, que abra tus ojos para contemplar su hermosura. ¡Hazlo y verás cómo cambia tu vida!
“Señor y Salvador mío, creo que tú me has enviado como embajador tuyo al mundo. Concédeme un corazón humilde y fiel, para que yo sea un buen servidor como tú lo fuiste.”
Hechos 13, 13-25
Salmo 89(88), 2-3. 21-22. 25. 27
Fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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