sábado, 28 de enero de 2017

Evangelio según San Marcos 4,35-41. 
Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla". Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya. Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?". Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!". El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?". Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?".

RESONAR DE LA PALABRA
Carlos Latorre, cmf
Queridos amigos:

¡Cuántas veces nos han recordado la primera frase de la primera lectura bíblica de hoy!

“La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve”. A partir del testimonio y la experiencia de insignes personajes del Antiguo Testamento la carta a los Hebreos va describiendo la riqueza y la fuerza de quien cree en Dios.

¿Cómo pudieron aquellos hombres y aquellas mujeres hacer lo que hicieron, mantenerse firmes, luchar contra corriente y sin tregua en el mundo hostil en que les tocó vivir? “Por la fe”, afirma el texto, repitiendo la expresión detrás de cada nombre como la melodía de fondo que dio sentido a sus vidas. La fe los convirtió en “peregrinos y forasteros en la tierra”, buscadores de una patria mejor.

La fe es un don de Dios que hay que pedir con confianza en la oración. Hasta los apóstoles le dijeron un día a Jesús: “Señor, auméntanos la fe”, porque se sentían flacos y débiles.

El episodio de la tempestad que nos cuenta hoy el evangelio hace entrar en pánico a los discípulos de Jesús que le gritan: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?”

Jesús les dijo: “¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?”

La fe que los discípulos necesitan para seguir a Jesús ha de ser firme; y, al mismo tiempo, les debe infundir paz y serenidad incluso en los momentos de tempestad y duda.

Mi amiga Trini acaba de perder a su madre. Se encuentra muy triste y me escribe:

“Gracias por tus ánimos, tú me explicas tus razones con tus pensamientos, experiencias y demás, y yo, en serio, te lo agradezco. Lo que pasa es que tengo que pensar mucho todo lo que dices y hay cosas que no las entiendo, ni comprendo el significado de las palabras: no he leído la Biblia, entonces no sé qué quieres decir cuando comentas lo que en ella está escrito. Supongo que me falta mucha base del cristianismo y todo eso y que, a mi entender, la fe consiste precisamente en creer lo que no se ve, porque si la existencia de Dios estuviera demostrada como ciencia, pues nadie dudaría, ¿no?

Es lo que tú dices, la fe  o se tiene o no se tiene, y, por supuesto, que es respetable lo uno y lo otro. Ya sabes que no tengo  mucha fe.  ¡Ojalá la tuviera!, porque ahora pensaría que mamá estaría con mi padre, con sus padres, con su hermano... Y aunque no esté conmigo, sentiría que ella está feliz con sus seres queridos, pero no siento eso, en estos momentos para desgracia mía, sólo siento que no está aquí, será una postura egoísta por mi parte, seguramente, pero es lo que siento”. En estas situaciones de profundo dolor las palabras siempre se quedan cortas y sólo la oración confiada al Señor nos trae paz y consuelo. Y eso es lo que yo le aconsejé a mi amiga aunque su fe fuera muy pequeñita.

Hoy recordamos a Santo Tomás de Aquino. Era un gran experto en temas de fe, pero que al mismo tiempo vivía lo que enseñaba. Profesaba una gran devoción a la Santísima Eucaristía y a la Virgen María. Todo un ejemplo para nosotros. 

Tu hermano en la fe
Carlos Latorre
Misionero Claretiano

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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