lunes, 23 de enero de 2017

Meditación: Marcos 3, 22-30


San Vicente

El Evangelio según San Marcos va revelando progresivamente más y más verdades acerca de la identidad de Jesús. En el pasaje que leemos hoy, los escribas le hicieron una grave acusación, porque afirmaban que estaba poseído por Satanás y que expulsaba a los demonios “por el príncipe de los demonios.”

Pero el Señor no demoró en dejar en claro la falsedad de semejante acusación con una sencilla pregunta de sentido común: “¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás?”, quedando así en evidencia que la envidia les impedía a los escribas ver aquello que era obvio. Cristo expulsaba a los demonios y curaba a los enfermos, y de esa forma estaba destruyendo el poderío de Satanás, no edificándolo. Además, declaró enfáticamente, aunque en forma implícita, que él había venido a “atar al hombre fuerte” para establecer el Reino de Dios.

Y a quienes le hacían esta terrible acusación, les advirtió solemnemente: “El que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón.” Cabe señalar que la advertencia iba dirigida directamente a los jefes religiosos, que por envidia y ceguera espiritual, atribuían a Satanás la obra salvadora de Dios y sí tergiversaban la verdad, rechazaban el don de la salvación que se les ofrecía y ponían al pueblo también en peligro de hacer lo mismo.

En las primeras palabras de Jesús se aprecia que Dios está dispuesto a perdonar todos los pecados que se cometan y hasta las blasfemias de los hombres, y al mismo tiempo es una clara prueba de otro avance en la revelación progresiva del Hijo del hombre: Jesús es quien tiene el poder de perdonar los pecados.

En este pasaje, San Marcos ofrece una sorprendente contradicción: Los escribas y las autoridades religiosas, de quienes uno esperaría que recibieran con fe y agrado al Mesías, no creyeron en él y lo rechazaron de plano. En cambio, sus seguidores y las multitudes de gente sencilla, pobre y necesitada —quizás por su necesidad, pero ciertamente por su sencillez y humildad— veían que Jesús era en efecto el Mesías, el Salvador, que venía a inaugurar el Reino de Dios con amor y poder.
“Señor Jesús, a veces yo también me siento atribulado por dudas, temores y prejuicios, tal como algunos de los que te conocieron. Mi Señor y mi Salvador, ayúdame a conocerte más profundamente, para que ponga toda mi vida en tus manos.”
Hebreos 9, 15. 24-28
Salmo 98(97), 1-6

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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